El hombre llega a la Luna. Y a nosotros, ¿qué?
Aquella madrugada del 20 al 21 de julio de 1969 en q ue el Apolo 11, tras cinco días de viaje espacial, se posó en la Luna como si nada, en la oscuridad de las acaloradas terrazas españolas chispeaban las ascuas de los pitillos e ncendidos de quienes se habían quedado en vela. Por lo que luego pude escuchar, las madres se habían ido a la cama a la hora de siempre. El descanso era a fin de cuentas lo único rentable que les deparaba a ellas la jornada. ¿Acaso la NA SA les iba a perdonar el madrugón para preparar los desayunos y poner la casa en marcha? Si salía bien lo de la Luna ya lo verían en el parte de las tres y si no a qué sufrir contemplando sin poder hacer nada a aquellos pobres hombres p erdidos en el espacio. Además de comentarios sobre el h echo en sí, se oían opiniones sobre la retransmisión de un evento que sucedía tan lejos que nadie daba un duro por la veracidad de aquellas imágenes borrosas. Muchos parroquianos en el bar eran de la opinión de que los americanos habían organizado un espectáculo de primera: puro Hollywood, y s e negaban a dar credibilidad a la película que les había servido Televisión Española. En las conversaciones mañaneras la gente prefería mostrar su incredulidad.
Fuese o no verdad, la sola mención de que se había pisado la Luna servía para cerrar la década prodigiosa al son de campanillas. A los niños nos gustaba pensar que era cierto, que aquel espectáculo fabuloso era el comienzo de una época prometedora. Porque con respecto a los años anteriores, los niños de los años sesenta no teníamos la impresión de haber sido testigos de ning ún prodigio. Como no habíamos sentido en nuestras carnes los males de la posguerra, no podíamos comparar. Para los baby boomers los sesenta se iban sin pena ni gloria, presos ya de una botella llena de aire añejo. La época en ciernes se nos brindaba más moderna y —con la adolescencia de por medio— mucho más personal. Para acentuar la buena suerte en la que confiábamos, la época en curso adquiría la forma del siete. Frente al seis, redondo y acomodaticio, el siete mostraba una forma valiente, más apta a la etapa vital en la que los baby boomers íbamos a entrar en rebeldía. Como impar que era, a la hora de tomarle la medida a las cosas el siete se comportaba como un número adolescente, arisco y burlón .
Al rozar 1970 en España —y en esto no fue diferente a mu chos otros países del entorno— se desvaneció la armonía impostada. Solo con ver aquel rótulo del tiempo, 1970, ya se sospechaba que se preparaba una buena. El desdén oficial hacia la enormidad de los retos apenas retenía la agitación social. Un poco a nuestro aire y con el retardo que nos había caracterizado, España estaba lista para aprovechar el reflujo de las oleadas sociales. Hacia 1970 algunos baby boomers , con apenas diez años, habíamos hecho nuestro examen de ingreso para el primer tramo del bachillerato en el instituto. Ni Luna ni leches, el examen de ingreso fue nuestro hito. Había pocos centros de bachillerato en Madrid y quedaban a trasmano de las casas de muchos alumnos. Estos chicos y chicas, aún segregados en el aula, comenzaban a desprenderse de los designios heredados. A diferencia de sus padres veían que podían moldear su suerte en alguna medida y que crecer comportaba empezar a tomar decisiones, la primera de las cuales no era otra que la de estudiar o no. Los padres ya no vivían con tanta ilusión la preparación de unas vacaciones o el cambio de cortinas, asuntos ambos rutinarios a fuerza de repetirse. También los niños nos habíamos acostumbrado a no hacer aspavientos ante las novedades domésticas, dueños de una categorización más extensa que la que habían aportado nuestros padres a la familia. Lo que hasta hacía poco fuera excepcional resultaba ahora el pan nuestro de cada día. El inicio de los años setenta traía pagas de fin de semana, más tocadiscos portátiles y los guateques con bailes sueltos y agarrados… Para los mayores, vicios más sofisticados como el rubio americano, que arrinconaba a los celtas cortos o al tabaco de liar. La idea de divertirse se normalizaba y ampliaba el rango de beneficiarios y actividades. La losa de la moralina iba cuarteándose.
Con todo, en el inicio de los años setenta estaba sucediendo algo significativo de lo que nadie parecía darse cuenta aún. La esencia de la experiencia baby boomer había concluido. En 1970 comenzaba a caer la natalidad y de paso el índice de fecundidad. Fue un descenso muy sutil, apenas perceptible en los números, y menos que en ningún sitio en las calles y los patios de los colegios. La ratio de niños por aula en mi infancia era altísima y, curiosamente, ni los padres ni los maestros parecía n darle importancia alguna al hecho de que hubiera 40 chicos por clase. Como te tocara un pupitre al final del aula ibas listo, desde allí la pizarra se veía lejos y para leer lo que se escribía en ella era obligado entornar los ojos. A la señorita se la oía de cuando en cuando, lo que tampoco era un problema porque casi siempre se limitaba a recrear lo que ya decía el libro que teníamos delante. La gente —que vivía mejor— se lo pensaba dos veces a la hora de incrementar la familia. Y se notaba ya el vacío que dejaban los jóvenes que habían emigrado. El baby boom terminaba precisamente cuando no nos faltaba de nada —esta frase se nos ha quedado a algunos grabada a fuego en la memoria—, cuando la gente disponía de casas con televisores que amenizaban las velada s y héroes de lo más variopinto. Toda una década cabalgando en La Ponderosa con los vaqueros de Bonanza nos había gu iado a mundos alternativos más sugerentes que los carpetovetónicos y ahora los sesenta se disipaban a nuestra espalda sin que, de momento, echáramos de menos su estilo.
Vera, Almería, 25 de agosto de 2019
Montserrat Huguet
Doctora en Historia Contemporánea y profesora, catedrática acreditada, en la Universidad Carlos III de Madrid. En la actualidad es directora del Instituto de Estudios Internacionales y Europeos Francisco de Vitoria de la misma universidad. Autora de numerosos textos académicos y de alta divulgación a propósito de la historia y la sociedad contemporánea, entre sus últimos libros publicados destacan los siguientes: Miradas Encontradas. Sociedades y ciudadanías de España y los Estados Unidos (2019), Iconos del futuro. A propósito de lo moderno en el mundo contemporáneo (2017), Londres, el año de la amapola (2017), Historia de la guerra de independencia de los EE UU (2017), Estados Unidos en secesión. De la comunidad de americanos a la sociedad estadounidense (2016), Historia de la guerra civil de los EE UU (2015) o Historias rebeldes de mujeres burguesas (1790-1948) (2010).
Montserrat Huguet
La España del Seiscientos
memoria de la generación de los sesenta
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la españa del seiscientos.
memoria de la generación de los sesenta
ISBNE: 978-84-9097-871-9
ISBN: 978-84-9097-870-2
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