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Unas gotas de aceite
Unas gotas de aceite
simonetta agnello hornby
Con 28 recetas de Chiara Agnello
Traducción y glosario de Teresa Clavel
Título original: Un filo d'olio
© Sellerio Editore, Palermo, 2011
© de la traducción y del glosario: Teresa Clavel , 2016
© de esta edición: Gatopardo ediciones , 2016
Rambla de Catalunya , 131, 1º-1ª
08008 Barcelona (España).
info@gatopardoediciones.es
www.gatopardoediciones.es
Primera edición: noviembre de 2016
Diseño de la colección y de la cubierta:
Rosa Lladó
Imagen de la cubierta:
Simonetta Agnello Hornby en 1950
eISBN: 978-84-17109-15-8
Impreso en España
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Índice
UNAS GOTAS DE ACEITE
A Elenù y Teresù
Unas gotas de aceit
Hermanas
Hacía años que deseaba reproducir las recetas de los dulces de la abuela Maria, escritas por ella en un cuadernito con las páginas numeradas y provisto de índice, un libro como Dios manda. Tenía en mente un trabajo a cuatro manos con mi hermana Chiara. Pese a que desde hace cuarenta años vivimos en diferentes islas, todos los veranos nos reunimos en Mosè —nuestra casa de campo— y seguimos cocinando como nos enseñaron mamá y la tía Teresa, su hermana: fieles a las proporciones, absortas en la preparación, respetuosas con los ingredientes, dando rienda suelta a la imaginación sólo en la presentación del plato una vez acabado. La idea era hacer revivir la cultura de la mesa de nuestra casa a través de sus recetas, de fotografías de época y de algunas páginas «narrativas», para las cuales recurriría a nuestros recuerdos y a los relatos de mamá. Por supuesto, tendríamos que añadir explicaciones a las recetas, pues en algunos casos eran bastante escuetas: nombre del plato, lista de ingredientes y cantidades.
Un día, en la cocina de Palermo, me puse a hojear una vez más el cuadernito de las recetas de la abuela. En las páginas de rayas verdes, un poco descoloridas, había huellas de dedos manchados de manteca de cerdo y mantequilla: las mías. Recordé el disgusto de mamá cuando las vio. La escritura familiar de la abuela —una mezcla de letras angulosas y vocales ondeantes, pero regular y armoniosa— me cautivó, y de repente fue como si me cogiera de la mano: quería que escribiese sobre ella, Maria, y no sólo de sus recetas. Tuve que despedirme del libro de los dulces de la abuela para entrar con ella en un mundo totalmente suyo, desde que, a los dieciséis años, se casó con un hombre que le doblaba la edad y se había quedado prendado de ella viéndola jugar en el jardín con sus hermanos pequeños. Pero, de todas formas, continuaba pensando en las recetas.
El mes de junio pasado, en Mosè, me entraron ganas de escribir otras recetas —dulces y saladas, las de los platos sencillos pero sabrosos que comíamos en el campo cuando Chiara y yo éramos niñas—, unas que van acompañadas, igual que las de la abuela, de un sinfín de personajes, atmósferas y sensaciones. Quería hacer un libro con ellas y publicarlo enseguida, sin pérdida de tiempo, antes que cualquier otra cosa. Así fue como en agosto, entre la barahúnda de hijos, nueras, nietos, invitados, perros y gatos, Chiara y yo concebimos la estructura: recuerdos y recetas. Empecé a escribir ese verano con ímpetu, y continué en otoño, de vuelta en Londres. Chiara, mientras tanto, escogía, probaba y reescribía las recetas. Nos comunicábamos por correo electrónico y por teléfono: «¿Viste alguna vez a mamá y a la tía Teresa con sandalias?», «¿Qué hacíais Gabriella y tú?, no se os veía nunca...», «¿Recuerdas si poníamos alquermes en la sopa inglesa?», «¿Dónde estaba papá cuando interceptaron el coche del tío Giovanni?», «¿De qué tono de azul era el delantal de Rosalia?», «¿Cuántos acerolos había?».
O sea que, en realidad, es como si los recuerdos hubieran sido escritos a cuatro manos. Más aún, a seis, porque nuestro primo Silvano, el hijo de la tía Teresa, nos ha hecho de asesor. Recorrer juntos los años de la infancia, reconstruyendo sucesos que cada uno percibió a su manera, confrontando los recuerdos propios con los de los otros primos y los de los campesinos, ha sido divertidísimo. La versión final, por supuesto, es mía, y asumo toda la responsabilidad.
Antes de Navidad, el texto estaba terminado. En poquísimo tiempo, Chiara revisó y organizó las recetas. Y aquí está Unas gotas de aceite : escrito sin nostalgia, pero con amor y gratitud a mamá y la tía Teresa, dos hermanas muy unidas que jamás tuvieron el más mínimo roce. Cada vez que preparamos uno de sus dulces, nos parece que la tía Teresa vuelve a la vida: cabellos blancos, collar de perlas y la sonrisa con la que le pasaba la cucharita a mamá con el indefectible: «Elenù, pruébalo tú, que se te da muy bien saber si está en su punto», a lo que ésta contestaba indefectiblemente también: «¡Perfecto, Teresù!».
Al lector que se anime a preparar nuestras recetas, le deseo que las encuentre igual de apetitosas.
Simonetta Agnello Hornby
Londres, primavera de 2011
1. La mujer con la cabeza en el saco
El traslado a Mosè se realizaba en varias etapas. A primera hora de la mañana, Paolo, el chófer, cargaba en el jeep maletas, paquetes y productos de limpieza, y llevaba en avanzadilla a Filomena y Caterina para que limpiasen la casa y metieran las provisiones en la despensa antes de nuestra llegada, por la tarde. El trayecto desde Agrigento, donde vivíamos, a nuestra casa de campo, en Mosè, era breve —no más de veinte minutos—, y Paolo regresaba a la ciudad después de almorzar para cargar más bártulos y recoger a otros tres pasajeros: Julinka, o Giuliana, como la llamábamos nosotros, la niñera húngara; Francesca, hermana de Filomena y criada «fina» de mamá, que se había quedado en casa para servirles el almuerzo a mis padres, y yo. El jeep seguiría al Lancia 1700 —un cupé de color amaranto, el único en todo Agrigento—, con papá al volante y mamá a su lado, que llevaba en brazos a mi hermana Chiara.
Desde primeros de mayo, en casa no se esperaba otra cosa que el anuncio del traslado. Papá lo hacía, como máximo, con dos o tres días de antelación —le gustaba decidir en el momento—, así que era preciso que no nos pillara desprevenidos. Y a nosotros eso no nos pasaba nunca. A partir de la feria de Pascua, mamá empezaba a comprar y guardar lo necesario para reabrir la casa de Mosè: lejía, potasa, alcohol, velas y cera para suelos; mientras tanto, Filomena y Francesca lavaban, planchaban y metían en los cestossábanas, manteles y toallas de Mosè, que, como todos los años, el otoño anterior habían sido llevados a Agrigento por temor a la humedad; Caterina, por su parte, preparaba bolsas de legumbres, paquetes de azúcar, té, café, pasta, arroz y suficientes latas de atún en aceite y anchoas saladas para un regimiento. La maleta con la ropa de campo de Chiara y mía estaba preparada desde hacía tiempo, al igual que los juegos y los libros que nos llevábamos, además de las provisiones de tiritas, algodón en rama y agua oxigenada que preparaba Giuliana para nuestras inevitables heridas.