Annotation
Callados estuvimos esperando la mañana. Una mañana que no llegaba. La sangre no corría por nuestras venas. Me levanté, te envolví en una manta, me agarraste la mano, me miraste a los ojos: el hombre y la mujer que un día fuimos inclinaron la cabeza en señal de despedida. Esa fue la mañana en que un hombre y una mujer perdieron a su hijo.
Ahora, cinco años después, él emprende una marcha desesperada más allá del tiempo para encontrarse con ese joven que ya no habla, ya no sonríe... ya no es. En el camino le acompañan otros peregrinos, todos buscando a sus hijos, y en ese peregrinaje aprenden a desafiar a la muerte y a morder el dolor.
Usando las palabras como anclas para no caer en la locura, Grossman ha querido cerrar una historia que empezó con La vida entera, y nos lleva a lugares donde solo el genio de un gran escritor puede caminar.
David Grossman
Más allá del tiempo
Traducción del hebreo de
Ana María Bejarano
El papel utilizado para la impresión de este libro ha sido fabricado a partir de madera procedente de bosques y plantaciones gestionados con los más altos estándares ambientales, garantizando una explotación de los recursos sostenible con el medio ambiente y beneficiosa para las personas.
Por este motivo, Greenpeace acredita que este libro cumple los requisitos ambientales y sociales necesarios para ser considerado un libro «amigo de los bosques». El proyecto Libros Amigos de los Bosques promueve la conservación y el uso sostenible de los bosques, en especial de los bosques primarios, los últimos bosques vírgenes del planeta.
Título original: Nofel mi-jutz la-zman
Primera edición: abril de 2012
© 2011, David Grossman
© 2012, de la presente edición en castellano para todo el mundo:
Random House Mondadori S.A.
© 2012, Ana María Bejarano Escamilla, por la traducción
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Printed in Spain — Impreso en España
ISBN: 978-84-264-2068-8
Depósito legal: B-6.651-2012
Más allá
del tiempo
EL CRONISTA: Sentados y cenando el rostro del hombre se transforma de repente. Con un gesto brusco aparta el plato que tiene delante. Un tintineo de cuchillos y tenedores. Se levanta, se queda de pie y parece no saber dónde está. La mujer se remueve en su silla. La mirada de él revolotea alrededor de la mujer sin terminar de posarse, y ella —que ya se ha visto sacudida por la desgracia— lo nota enseguida, aquí está otra vez, ya me está tocando los labios con sus fríos dedos. ¿Pero qué te pasa?, le susurra con los ojos, y el hombre la mira atónito —
—Tengo que irme.
—¿Adónde?
—A donde él está.
—¿Adónde?
—A donde él está, allí.
—¿Al lugar en el que todo pasó?
—No, no. Allí.
—¿Dónde es allí?
—No lo sé.
—Me asustas.
—Solo para volver a verlo un momento.
—¿Pero qué vas a ver, ahora? ¿Qué más hay que ver?
—¿Y si allí fuera posible verse? ¿Y si hasta pudiera hablar con él?
—¿¡Hablar!?
EL CRONISTA: Ahora los dos se recobran, despiertan.
—Tu voz.
—Me ha vuelto. También la tuya.
—He echado tanto de menos tu voz.
—Ya creía que nosotros..., que nunca más—
—Más que mi voz, echaba de menos la tuya.
—¿Pero qué es eso de allí, dime? ¡Ese lugar no existe, no hay un allí!
—Si se va allí, es que hay un allí.
—Y no se vuelve, nadie ha vuelto todavía.
—Porque solo han ido los muertos.
—¿Y tú, cómo piensas ir tú?
—Yo iré vivo.
—Y no volverás.
—Quizá esté esperando que yo vaya.
—Él no. Hace ya cinco años que no es más que un no y otro no.
—Puede que no haya entendido que renunciáramos a él así, sin más, al instante, desde el mismo momento en que nos avisaron...
—Mírame. Mírame a los ojos. ¿Qué nos estás haciendo? Soy yo, ¿lo ves? Somos nosotros, nosotros dos. Esta es nuestra casa. La cocina. Ven, siéntate. Te voy a servir un poco de sopa.
HOMBRE:
Que bien se está—
se está tan bien —
qué bonita
la cocina
en este momento,
contigo sirviendo la sopa
y este calorcito que hace aquí, con el vapor
empañando el cristal de la ventana,
tan frío —
EL CRONISTA: Puede que sea por los largos años de silencio por lo que la voz del hombre es ronca y se apaga en un susurro. No aparta la vista de la mujer. Tanto la mira, que a ella le tiembla la mano.
HOMBRE:
Y lo más bonito de todo son tus brazos,
tan redonditos y suaves.
La vida está aquí,
cariño,
por un momento lo he olvidado:
la vida está en el lugar
en el que tú estás
sirviendo la sopa
en el círculo de luz.
Has hecho bien en recordármelo:
nosotros estamos aquí
él está allí,
y hay un lindero-mundo-eterno
entre el aquí
y el allí.
Por un momento lo había olvidado —
Nosotros estamos aquí
y él —
¡Pero así no se puede seguir—
no se puede!
MUJER:
Mírame. No, no con esa mirada vacía.
Detente.
Vuelve conmigo, con nosotros,
vuelve. Con lo fácil
que es refugiarnos
en el círculo
de luz de la lámpara, en estos brazos
tan suaves,
en el hecho de pensar que hemos vuelto
a la vida
y que el tiempo,
a pesar de todo,
nos viene aplicando sus finas
cataplasmas —
HOMBRE:
No, así ya no se puede
seguir,
no puede ser
que nosotros,
que el sol,
que los relojes, las tiendas,
que la luna,
las parejas,
que los árboles en los campos
verdeen, que la sangre corra
por las venas,
que haya primavera y otoño,
que la gente
siga como si nada, cándidamente,
que el «porque sí» más natural
exista en el mundo.
Que los hijos
de los demás,
que su luz,
que su calor—
MUJER:
Cuidado,
estás diciendo
unas cosas...
Son tan finas
las telarañas —
HOMBRE:
Era de noche, unas personas vinieron
con la noticia
en la boca.
Habían recorrido un largo camino
guardando un silencio grave,
y puede que fuera precisamente por eso
por lo que la probaron, por lo que la lamieron
a hurtadillas.
Asombrados como niños
se dieron entonces cuenta de que se puede llevar
la muerte en la boca
como si fuera un caramelo
envenenado contra el que ellos, milagrosamente,
estaban inmunizados.
Les abrimos la puerta,
esta misma, aquí es donde estábamos,
tú y yo,
hombro con hombro,
ellos
en el umbral
y nosotros
frente a ellos,
ellos