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Ben Pastor - Conspiratio: El caso del ladrón de agua

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Ben Pastor Conspiratio: El caso del ladrón de agua
  • Libro:
    Conspiratio: El caso del ladrón de agua
  • Autor:
  • Editor:
    Seix Barral
  • Genre:
  • Año:
    2007
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Conspiratio: El caso del ladrón de agua: resumen, descripción y anotación

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Ben Pastor Conspiratio El caso del ladrón de agua Argumento En el año - photo 2

Ben Pastor

Conspiratio

El caso del ladrón de agua

Argumento

En el año 304 a.C., el soldado e historiador Elio Espartano recibe el encargo de escribir la biografía del emperador Adriano, fallecido casi 175 años antes. Para ello deberá esclarecer los sucesos que rodearon la muerte de Antinoo, favorito del emperador, ahogado en extrañas circunstancias. Pronto se verá envuelto en una red de asesinatos relacionados con una carta escondida junto al cuerpo de Antinoo.

En un Egipto convulsionado por la corrupción de la burocracia y la justicia romanas y por las plagas que asolan a la población, Elio pondrá en peligro su propia vida y se enfrentará a dos misterios: la localización de la tumba de Antinoo y la conspiración de aquellos dispuestos a matar por el enigmático documento que ésta alberga.

Conspiratio no es uno más de los abundantes thrillers históricos que adornan las estanterías de nuestras librerías. La novela de Pastor, por el contrario, es una perfecta disección del Egipto corrupto y decadente del siglo IV, cuando la burocracia y el ejército romanos habían impuesto sus leyes e imperaba el poder de la fuerza, menudeaban las intrigas y se intentaba evitar lo inevitable: la caída definitiva del Imperio Romano. Ese documentado y veraz transfondo histórico unido a la agilidad narrativa, el dominio de la técnica del suspense y un lenguaje claro pero depurado, han sido méritos suficientes para que Conspiratio se erigiera en la novela ganadora del IV Premio Internacional de Novela Histórica Ciudad de Zaragoza.

A las innumerables criaturas,

domésticas y salvajes, asesinadas por deporte

a lo largo de la historia hasta el día de hoy

Nota del autor

«A Augusto, saludos de su Elio Espartiano.» En su introducción a The Lives of the Later Caesars, Anthony Birley cita a sí a uno de los autores de la Historia Augusta. Este compendio de biografías imperiales del siglo IV d. C, traducido y profusamente anotado por Birley deriva de obras históricas anteriores. De Elio Espartiano no sabemos casi nada. Con sir Ronald Syme, me gusta pensar que fue soldado, erudito y coleccionista de antigüedades. La historia de esta investigación es una ficción, pero los personajes históricos y los detalles de sus vidas que se cuentan se basan en los datos que tenemos de sus biografías.

Antinoo era de Bitinio, una ciudad de Bitinia también conocida como Claudiópolis. Había sido el favorito del emperador y murió en Egipto, al caer accidentalmente al Nilo, como escribe Adriano, u ofrecido en sacrificio, como ocurrió en realidad.

(Dión Casio,

Historia romana, libro LXIX)

Todas estas cosas, en realidad, nunca sucedieron. Pero vivirán para siempre

Salustio

Preámbulo

Puedes llamarme Espartiano. Nací durante el reinado de Aureliano, restitutor exerciti, en Castra Martis, en Moesia Prima, más tarde llamada Moesia Superior o Dada Malvensis. Me crié en Ulcisia Castra, en Valeria, posteriormente conocida como la Panonia Inferior, donde mi padre servía con la II Adiutrix, en la que ingresó como soldado raso y fue ascendiendo hasta alcanzar el grado de tribuno, o coronel, de la Schola Gentilium Seniorum, Regimiento de élite de los confederados veteranos. Mi tía Mansueta, viuda a causa de la guerra, casó en segundas nupcias con el hermano de su difunto marido, y así, en virtud de esa nueva unión, se convirtió en mi tía y mi madre a un tiempo, y, en cierto modo, me convirtió a mí en primo hermano de mis hermanastras y de mí mismo. Somos originarios de la Panonia, pero —como mi nombre, Elio, sugiere— los miembros de mi familia han estado vinculados a Roma desde el reinado del divino Adriano, primero como esclavos, luego como libertos y finalmente como hombres libres. Mi bisabuelo paterno, Elio Sparto, obtuvo la ciudadanía durante el mandato del divino Caracalla, que la extendió a todos los habitantes libres del Imperio.

Como era de esperar en razón de mi nacimiento, recibí instrucción como soldado de caballería. Gracias al buen nombre y al historial de mi padre, obtuve directamente el grado de protector domesticus a la edad de diecinueve años e hice mis primeras armas contra los árabes, durante la campaña de Siria. Dados mi inclinación natural hacia el estudio y un gusto heredado por la res militaris, antes de cumplir los veintidós años había alcanzado el rango de praepositus vexillationis primae pannonicae, con el que serví a las órdenes de mi señor Diocleciano en Egipto, cuando obtuvo la victoria sobre los rebeldes Domicio Domiciano y Aquileo. Hace de eso casi ocho años, durante los que también serví como praefectus alae ursicianae a las órdenes de mi señor Galerio Maximiano durante la segunda y victoriosa campaña persa (que iniciamos atravesando Armenia).

Mi último empleo fue el de tribuno de un ala de caballería de mil efectivos destinada en Nicomedia, cuartel general y capital de mi señor Diocleciano Augusto. En la actualidad, habiendo proseguido mis estudios a lo largo de los años, se me ha concedido dejar la espada por el cálamo durante un tiempo, para que pueda llevar a término el relato de las vidas de aquellos que recibieron los nombres de «césar», «príncipe» o «augusto». Como tribunus vacans y enviado especial del emperador, me dispongo a iniciar esta nueva etapa de mi vida lleno de gratitud hacia mi señor Diocleciano.

Primera parte

El emperador y el efebo

Capítulo 1

E spalato, D almacia, idus de mayo

(lunes día 15) de 304 D.C.

Los golpes de los azadones y las mazas siguieron a Elio Espartiano hasta el interior del recinto, tan parecido a un campamento militar que no pudo evitar preguntarse si todo el mundo, desde el emperador hasta el último recluta, estaba tan condicionado por su función que era incapaz de pensar en otros términos. El sólido y fortificado recinto cuadrangular, al que sin duda pondrían remate unas cuantas torretas, le produjo la vieja sensación de estar en un lugar seguro, que protege sin anonadar, pese a que debía de aproximarse a los dos kilómetros de perímetro. Ahora el impoluto cielo costero aparecía enmarcado en un rectángulo de radiante luminosidad, atravesado por las golondrinas y las escandalosas gaviotas.

— Sus credenciales.

El suboficial extendió la mano y, cuando Elio cogió el documento, saludó y se hizo a un lado.

A lo largo de los gruesos muros del complejo, se alzaban ya algunos edificios de la residencia imperial, y todo parecía indicar que la planta del recinto no tardaría en quedar dividida por una serie de patios con arcos. Cornisas, pedestales y escalones de piedra caliza recién tallados yacían en el suelo agrupados por separado, numerados y listos para ser colocados.

— ¿Puedo ver sus credenciales?

El mismo uniforme, distinta cara, distinta mano extendida.

— Toma. —Elio advirtió que hasta el último trozo de tierra donde no había obreros o herramientas estaba cuidadosamente cavado y regado, y, pese a sus escasos conocimientos de horticultura, supo que aquellos brotes verde pálido que crecían en rectas hileras eran coles—. ¿De quién ha sido idea eso, soldado?

— De su Divinidad.

— Me refería a las coles.

— Las ha plantado su Divinidad.

Tras presentar las credenciales al tercer guardia, Elio dejó atrás los bancales de hortalizas y siguió avanzando entre montones de piedra pómez molida, cal y arena, envuelto en olor a mortero recién mezclado. Enfrente se veían columnas alineadas en el suelo y más montones de piedras. En las últimas veinte millas —es decir, desde el desvío de la calzada principal que llevaba a la cantera—, no había parado de adelantar carros tirados por bueyes y cargados de bloques labrados y canteados, toba de la región y una piedra de color crema, destinada probablemente a adornar las fachadas que darían al patio central. También llegaban miles de ladrillos en reatas de caballerías escoltadas por soldados, a los que Elio había preguntado de dónde venían. De Aquileia, había sido su respuesta, aunque por supuesto ellos debían de haber recogido la carga en el puerto de Salona, a unas cinco millas al norte.

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