• Quejarse

Fernando Savater - Para la anarquía y otros enfrentamientos

Aquí puedes leer online Fernando Savater - Para la anarquía y otros enfrentamientos texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Género: Historia. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

Novela romántica Ciencia ficción Aventura Detective Ciencia Historia Hogar y familia Prosa Arte Política Ordenador No ficción Religión Negocios Niños

Elija una categoría favorita y encuentre realmente lee libros que valgan la pena. Disfrute de la inmersión en el mundo de la imaginación, sienta las emociones de los personajes o aprenda algo nuevo para usted, haga un descubrimiento fascinante.

Fernando Savater Para la anarquía y otros enfrentamientos
  • Libro:
    Para la anarquía y otros enfrentamientos
  • Autor:
  • Genre:
  • Índice:
    3 / 5
  • Favoritos:
    Añadir a favoritos
  • Tu marca:
    • 60
    • 1
    • 2
    • 3
    • 4
    • 5

Para la anarquía y otros enfrentamientos: resumen, descripción y anotación

Ofrecemos leer una anotación, descripción, resumen o prefacio (depende de lo que el autor del libro "Para la anarquía y otros enfrentamientos" escribió él mismo). Si no ha encontrado la información necesaria sobre el libro — escribe en los comentarios, intentaremos encontrarlo.

Es una serie de ensayos sobre política en los cuales Savater pretende señalar que «la anarquía es aspirar activamente a la desaparición del reino de la muerte, es decir, del Estado fundado sobre explotación, terror y violencia que es la única forma de comunidad social que hoy conoce vigencia. Pero anarquismo» suena indefectiblemente a uno de esos métodos o caminos políticos, más o menos constituidos, que se concretan en «partidos», de los que uno «es» o «puede hacerse», en los que uno se encuadra» o en los que se «milita», hasta el día feliz en que lleguen a triunfar y prevalecer sobre los restantes. «Anarquía» es un término negativo, que se positiviza y desnaturaliza en su derivado «anarquismo». Si la palabra «anarquía» tiene algún sentido positivo, lo tiene a nivel mítico, como «paraíso», edén» o cosa parecida; pero nada tan ridículo como ser «paradisista» o «edenista», que es a lo que equivaldría reclamarse del anarquismo».

Fernando Savater: otros libros del autor


¿Quién escribió Para la anarquía y otros enfrentamientos? Averigüe el apellido, el nombre del autor del libro y una lista de todas las obras del autor por series.

Para la anarquía y otros enfrentamientos — leer online gratis el libro completo

A continuación se muestra el texto del libro, dividido por páginas. Sistema guardar el lugar de la última página leída, le permite leer cómodamente el libro" Para la anarquía y otros enfrentamientos " online de forma gratuita, sin tener que buscar de nuevo cada vez donde lo dejaste. Poner un marcador, y puede ir a la página donde terminó de leer en cualquier momento.

Luz

Tamaño de fuente:

Restablecer

Intervalo:

Marcador:

Hacer
Algo sobre el imperialismo cultural

En el Congreso sobre políticas culturales celebrado en México el pasado mes de julio, la actuación estelar ha correspondido sin duda al ministro francés del ramo, Jack Lang. Este brillante hombre de teatro, antiguo director de los festivales de Nancy, lanzó un enérgico ataque —de orquestación memorable «à la française»— contra el imperialismo cultural, representado fundamentalmente por las multinacionales del cine y la televisión dirigidas por los yankis. La creatividad autóctona y la expresión peculiar de los pueblos europeos, latinoamericanos, africanos, etc., están amenazadas por la colosal potencia de la industria cinematográfica americana, que impone productos homogeneizados y frecuentemente nada inocentes en lo ideológico. Por supuesto, Jack Lang hizo así sonar una alarma que encuentra inmediatamente eco en casi todos los corazones de izquierda. ¿Quién no ha temido alguna vez que la producción cultural deje de ser comunicación crítica y se convierta en propaganda, que se nos cree una dependencia cultural aún más penosa que la económica (y apoyada por ésta y sirviéndole también de apoyo), que la voz distinta y reivindicativa de cada nación quede aunada por la fuerza a un coro de alabanzas? Hay dictaduras menos descaradas que las totalitarias, pero que también mutilan y controlan la expresión plural de los hombres a través de mecanismos no policiales, sino presupuestarios, prefiriendo la intoxicación comercial a la inquisición. Antes de verse desposeídas de su independencia política, pierden las colectividades nacionales, la independencia de su arte y de su lengua, donde se concentra lo irrepetible de su visión del mundo. Etc., etc...

Es difícil no estar de acuerdo con lo fundamental de estas afirmaciones sublevadas, y yo, desde luego, las suscribo casi al ciento por ciento. El «casi» proviene de que considero que han de ser completadas por cierta reflexión sobre el eje transnacional de la cultura, para evitar el tercermundismo asilvestrado y el nativismo de escolanía. De vez en cuando, hay que hacer un poco de abogado del diablo, para que los hombres de buena voluntad no se complazcan demasiado con su propia compañía. Reconozco que personalmente no siento demasiado cariño por la ideología tercermundista, que me parece uno de los más indeseables productos del imperialismo yanki. También estoy convencido de que la cultura tiene, por propia naturaleza, una dimensión invasora y no deploro que los íberos, por ejemplo, vieran anegados sus más caros rituales bajo el vigoroso colonialismo del pensamiento griego y la legislación de Roma. Lo que en cada pueblo es culturalmente peculiar y merece eternizarse no puede retroceder ante el mestizaje, la impregnación y la confrontación con los complejos culturales dominantes de la época. Parafraseando un dicho de Alejandro Dumas sobre la novela histórica, pudiera establecerse que es lícito violar una cultura, pero a condición de hacerle un hijo: pues nada es más estéril que la pureza autóctona y las raíces incontaminadas. Por otra parte, la cultura no debe renunciar a principios de valoración con pretensiones universales; y, ahora, no me refiero a culturas nacionales, sino a lo que es más importante, a la cultura que asume y vive cada individuo. Hay ciertas cosas que deseo como valiosas en sí mismas, más allá de las diferencias geográficas o raciales, lo que me permite juzgar comportamientos de comunidades a las que no pertenezco y denunciar desmanes lejanos. Si oponerse a la barbarie inspirada por venerables tradiciones es egocentrismo o imperialismo cultural, bienvenido sea. Hay cosas que me parecen más respetables que las peculiaridades tribales. No admito que se invalide mi repudio de la teocracia de Jomeini arguyendo que, como yo no soy musulmán ni chiita, no puedo comprender lo que ocurre en Irán. Y, ante ciertas atrocidades, no vale decir «a los judíos nos odian» o «a los vascos no nos entienden» como coartada diferencialista de lo que en ninguna parte puede tener cabida. Nada más saludable que potenciar la típica expresión cultural de cada pueblo, frente a la uniformización multinacional de plástico y hamburguesa, pero que sea para darle contenidos más altos que el balbuceo folklórico o la justificación del crimen.

Apéndice: Correo del Zar

La ventaja de los autócratas a la antigua es que, de vez en cuando, tienen que dejarse comprometer en una relación humana, quiero decir personal, porque aún no entienden la pasión del poder como goce puramente abstracto. Cuando el amo se fija realmente en uno y particular de sus esclavos no lo hace tanto para dar a éste ocasión de comprobar que su condición de esclavo —o súbdito, si se prefiere— no es genérica, sino íntimamente suya, como para granjearse la oportunidad de ser él mismo reconocido como amo por una sumisión no puramente genérica. Obviamente, esta zozobra es antañona: la voluptuosidad del dominio no tiene hoy figura de besamanos rodilla en tierra, sino de ese dedo que aprieta la tecla del dictáfono mientras se dice: «Señorita, mande usted tres copias». El poder se ha mediatizado infinitamente, interpone instancias y meandros entre su foco de irradiación y su aterida víctima, pero dudo de que esta mediación pueda ser válidamente interpretada como una atenuación efectiva de sus rigores: el autócrata tiene más facilidades para la crueldad arbitraria pero también para la arbitraria clemencia y, en último término, sólo tiene una cabeza… Su Majestad Imperial el Zar Nicolás I de todas las Rusias gustaba de ser personalmente reconocido por sus vasallos y, así, de vez en cuando, borraba o apartaba todos los obstáculos burocráticos y cortesanos que le separaban de ellos y resplandecía para ellos en toda su gloria o disfrazado de padrecito, compañero de armas o incluso hermano en patriótica filialidad eslava. ¿No hacía lo mismo el viejo Zeus quien, fuese por amor, fuese por curiosidad, recorría frecuentemente la tierra vestido de cisne, de toro o de pordiosero y hasta se cargó a la pobre Sémele al fulminarla con la exhibición incontrolable de su poderío? Cierto día, el zar Nicolás I quiso pagarse un vasallaje «de lujo», y para ello decidió manifestarse directa y personalmente al más díscolo sí, pero también el más libre de sus súbditos. ¡Ah, nada vale tanto como el acatamiento de un hombre realmente libre! Ese hombre se llamaba Miguel Bakunin y estaba a la sazón encerrado en el más riguroso calabozo del fortín Alexis, temido e incomunicado corazón de la prisión Pedro y Pablo. El disfraz que elige el zar para manifestarse a él es el de padrecito; de este modo, propone al prisionero que le haga una completa, pormenorizada y filial confesión de todas sus culpas, en forma de carta, dándole a entender que esta muestra de arrepentimiento puede mejorar su nada envidiable situación. Y Bakunin se puso gozosamente a tarea, encantado de encontrar algo en que emplear sus fuerzas y su ingenio: pues así es cómo piensan tales ocasiones los hombres libres…

Quizá el único documento literario-epistolar tan malinterpretado como la «Confesión» de Bakunin sea la carta «De profundis» a Lord Alfred Douglas, escrita por Oscar Wilde en la cárcel de Reading.

Cierto es que el sentido y propósito de la carta dé Wilde es muy diferente a la del ruso, pero ambas han sido rebajadas a expresar simples accesos de arrepentimiento oportunista, debidos a la debilidad y traidores a la ejecutoria anterior de los dos personajes. Esto es perfectamente falso en ambos casos, aunque aquí sólo nos corresponda examinar el escrito del anarquista. Bakunin decide contarle al zar toda su vida, en primer lugar, porque era una forma de contársela a sí mismo y de aliviar una soledad y una inacción capaces de aniquilar al más templado. Naturalmente, sabe que el zar espera de él dos cosas: abyección y delaciones. Por otro lado, sabe que una soflama revolucionaria o insultante ni siquiera llegaría a sus manos. El juego se plantea, pues, dé este modo: por un lado, Bakunin tiene que respetar suficientemente la etiqueta palaciega y el aire de contricción que se le supone como para que su carta no sea interrumpida por la censura o rechazada por el zar; por otro, debe evitar la abyección, las de nuncias, y tiene que poner todo aquello que a él le gustaría que el Zar se viese obligado a escuchar. Corolario no mediocre del éxito de esta operación podría ser el alivio de las condiciones de reclusión del rebelde, objetivo que sólo parecerá «oportunista» a quien jamás haya vivido en encierro semejantes. Considerando estos propósitos, el escrito de Bakunin es realmente magistral. Como se le supone arrepentimiento, aprovecha hábilmente para hacer una autocrítica, juzgando sin contemplaciones y con lucidez sus propios errores revolucionarios. Profundiza con sinceridad y penetración en sus propios sentimientos: no se ensalza ni se humilla, sino que se comprende y se respeta. No da ni un dato comprometedor y, además, declara explícitamente —el Zar lo nota con enfado— que no piensa hacer denuncia alguna. En cambio, hace un ataque sin contemplaciones, en la mejor vena populista, a la situación social y política de Rusia, de la que la figura del Zares salvada sólo para ser comprometida aún mejor por el distanciamiento que parece librarle de salpicaduras. A cambio, halaga en el Zar su faceta eslavista y antigermana, cosa que puede parecemos mejor o peor, pero que en modo alguno va contra lo más congenial del pensamiento de Bakunin antes y después de su encarcelamiento. De vez en cuando, al hablar del París del 48, o de Dresde, la neutralidad contrita del relato se desliza hacia un incontenible júbilo revolucionario por el que asoma contagiosamente la fiesta insurreccional. Pero lo más curioso es cómo logra ir envolviendo poco a poco al autócrata en su juego. Las acotaciones marginales del Zar le muestran

Página siguiente
Luz

Tamaño de fuente:

Restablecer

Intervalo:

Marcador:

Hacer

Libros similares «Para la anarquía y otros enfrentamientos»

Mira libros similares a Para la anarquía y otros enfrentamientos. Hemos seleccionado literatura similar en nombre y significado con la esperanza de proporcionar lectores con más opciones para encontrar obras nuevas, interesantes y aún no leídas.


Reseñas sobre «Para la anarquía y otros enfrentamientos»

Discusión, reseñas del libro Para la anarquía y otros enfrentamientos y solo las opiniones de los lectores. Deja tus comentarios, escribe lo que piensas sobre la obra, su significado o los personajes principales. Especifica exactamente lo que te gustó y lo que no te gustó, y por qué crees que sí.