Boris Izaguirre - Villa Diamante
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- Libro:Villa Diamante
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- Editor:BOOKET
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- Año:2008
- Ciudad:Place of publication not identified
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Villa Diamante: resumen, descripción y anotación
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BORIS IZAGUIRRE (Caracas, 1965). Su nombre forma parte de la literatura y la televisión en español desde hace más de dos décadas. Escribe la columna «La paradoja y el estilo» en el diario El País, es colaborador habitual de Vanity Fair (España) y de la revista Fotogramas. Ha escrito guiones de telenovelas históricas como «La dama de rosa». (Venezuela, 1986) y ha sido colaborador de programas de televisión como «Crónicas Marcianas». (España, 1997-2005) . Presentador de «Channel Nº 4», actualmente colabora con varios programas de Telecinco.
También colabora en el programa «La Ventana». (Cadena SER).
Su novela Villa Diamante, finalista del Premio Planeta 2007, logró una enorme acogida por parte de los lectores, que la convirtieron en una novela en permanente reedición. Sus otras novelas son El vuelo de los avestruces, Azul petróleo, 1965 e Y de repente fue ayer. Asimismo, es autor de los ensayos Morir de glamour, Verdades alteradas, Fetiche y El armario secreto de Hitchcock.
Está casado desde 2006 con Rubén Nogueira.
Para Eugenia.
T. Q. M.
Título original: Villa Diamante
Boris Izaguirre, 2007
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2
[1] ¿Qué quiere decir?
[2] Está loca.
[3] Joan Crawford en su mejor momento.
[4] «¿Le gusta mi turbante, señora?».
[5] «Sí, claro».
[6] Nosotras podemos llevarlo aquí. Mantiene el pelo fresco del horrible calor.
[7] «Caracas, ¿eh? Es usted muy joven para viajar sola».
[8] «He vivido sola durante mucho tiempo, señora».
[9] «Una película preciosa».
[10] «No es unía mujer, es un hombre».
[11] «Por favor, lléveme a Fairview Road, al número cuatro».
[12] «Fairview Road. Tendrá que llegar caminando hasta el número cuatro, señora».
[13] «Es usted muy joven para viajar sola».
[14] «No estoy sola».
[15] «¡Dios mío!».
[16] «Por favor, tomen asiento».
Elisa avanzó hacia la casa, donde por ahora sólo estaba levantado el cuarto de trabajo de Ponti. Después de tres días desaparecido y luego recluido en esa choza improvisada que él llamaba «estudio en el trópico», había emergido para recibirlos. Hugo prefirió adelantarse, «Tengo varios ultimátums que exponerle», advirtió, y Elisa pensó que era mucho mejor que hablaran sin ella. Debían de llevar ya una buena hora, la discusión sería fuerte y el hecho de que apareciera no le hacía creer que fuera a apaciguarlos, a lo mejor lo contrario. Por eso empleó esa hora en acicalarse, cosa que generalmente le costaba poco, no se maquillaba casi nada y siempre se ponía sus vestidos camiseros. Hoy precisamente había escogido uno de rayas multicolores, dado que a Ponti le encantaban los colores en la gente y también las rayas. En lo que empleó más tiempo fue en pensar o, mejor dicho, en intentar colocar en una sola línea de pensamiento todos los acontecimientos de los últimos días. La muerte de Mariano, ahorcado, desnudo y envuelto en el horror que supuestamente le rodeaba y que empezaba a convertirse en una leyenda negra que atravesaba toda la ciudad. Los insultos que Graciela le dirigió en el funeral, el ataúd cerrado, un cura nervioso ofreciendo un solo rezo y toda la sociedad caraqueña vestida de negro, tafetanes y moarés, murmurando en un tono cada vez más creciente. Sólo callaron cuando Graciela abandonó su congoja y fue hacia ella: «Mataste a los dos hombres de mi vida. ¿No tenías suficiente con uno?, ¿querías también a mi hijo? Siempre supe, siempre supe, siempre supe…», y la voz la traicionaba mientras sus manos trepaban por su moño para cerciorarse de que seguía allí. Elisa, en silencio, no tenía nada que decir, estaba completamente bloqueada, hasta que Pedro Suárez sujetó firmemente a su esposa por el brazo. «¡No me lleves, no soy un preso, no soy un enemigo de la Inmensa Venezuela de mierda! ¡Soy su madre, su madre! Me lo han quitado, ¡todos ustedes me han quitado a mi hijo!». Silencio, el cura aprovechando el jaleo para abandonar ese lugar tan poco santo, e Irene sentada sola en el panteón, sin una lágrima, tan bella que parecía ella el ángel que hubieran querido colocar amparando el mausoleo.
Fin de una historia, fin de una parte de su vida. Los eventos seguían esperando su turno para ser colocados en línea: el anuncio en Las Mañanas de Caracas informando de que «El general ha decidido destituir a Pedro Suárez como director general de las Fuerzas de Seguridad para ofrecerle el puesto de embajador de la Inmensa Venezuela en Viena, donde buscará colocar el nombre de nuestro gran país al mismo nivel que otras potencias internacionales»; el mismo periódico, que publicó en una escueta frase la «triste defunción de nuestro director por causas accidentales», mantenía la política editorial trazada de antemano, y aquel artículo que Graciela tanto temió jamás fue divulgado, pero su censura pasó a engrosar esa otra corriente de información paralela, montaña ya cada vez más alta de rumores y murmullos.
Las tres noches perdidas de Ponti, siguiente evento que enfilar en su línea, en su collar de hechos recientes. Le habían visto llegar a ese sitio en la plaza Venezuela donde se decía que se había formado una fiesta orgiástica con una actriz italiana invitada por el general. Extrañamente, a escasos metros del lugar apareció, tiroteado, el cadáver de Rodríguez Gutiérrez, uno de los enemigos de la nación. La noticia sí fue recogida por el periódico de Mariano:
CLAUSURA DE LUPANAR EN CARACAS
Tras infinitas quejas de vecinos y ciudadanos de moral incorrupta, los agentes de las Fuerzas de Seguridad cerraron ayer un bar de más que dudosa reputación. Sus propietarios, delincuentes liderados por un enano conocido como el Marqués, ofrecieron resistencia, y en el cruce de disparos fallecieron un homosexual, un empleado del asqueroso negocio y un enemigo del gobierno de la Inmensa Venezuela, exintegrante de las Juventudes Democráticas, ahora vinculado a la drogadicción, la degeneración y la práctica de actos inmorales.
Elisa no quiso leer más. Hablaban de Rodríguez Gutiérrez al referirse al tercer fallecido, pero no podía ser, era un tímido, un mojigato. Hugo se indignó al leer la noticia. «Les reventará en las manos. Quieren dejarlo como un delincuente y no es cierto, Elisa. Podrían haberlo liquidado en otra parte y usar ese escenario para enlodarlo más». Si de verdad Ponti había estado allí, Elisa tendría que preguntarle qué vio, qué recordaba. Éste tenía una habilidad única para memorizar nombres y fisionomías, seguro que podría saber quién era Rodríguez Gutiérrez y confirmar si estaba allí vivo o no.
Rumores, la ciudad era sólo rumores. Sobre ella, sobre Graciela, sobre el gobierno. No podrían mantenerlo, defenderlo, mucho más tiempo. Asesinaban a todo el que se les enfrentara. La esposa de Rodríguez Gutiérrez no aceptaba que arrojaran tantas mentiras sobre el cadáver de su marido. Reunía a gente en su casa, empezaba a hacer ruido. Su esposo no era un desviado, no era drogadicto. Si había estado en ese bar no era para divertirse, sabía que alguien muy importante, muy poderoso, estaría presente. Haciendo ruido, la viuda iba propagando por la ciudad que el propio Pérez Jiménez y los hombres de Suárez estaban allí en una orgía que terminó manchada de sangre. Giraban, crecían, jamás se apagaban esos rumores…
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