NOTAS
Prometeo era el Titán amigo de los mortales, honrado principalmente por robar el fuego de los dioses en el tallo de una cañaheja, darlo a los hombres para su uso y posteriormente ser castigado por Zeus por este motivo. Su castigo consistía en que un águila venia cada día a comerse su hígado y al ser este inmortal, el hígado volvía a crecer por las noches.
Kielbasa es una palabra genérica en idioma polaco para «salchicha».
Fragmento extraído del poema “Canto a mí mismo”, por Walt Whitman
Significa Guerrero en polaco.
Enrique IV Parte 1: Acto 1, Escena 2.
Hamlet Capitulo 4 escena 1.
La turba es un material orgánico, de color pardo oscuro y rico en carbono. Está formado por una masa esponjosa y ligera en la que aún se aprecian los componentes vegetales que la originaron. Se emplea como combustible y en la obtención de abonos orgánicos.
El pozo y el péndulo es uno de los cuentos más famosos y celebrados del escritor Edgar Allan Poe. Está considerado como uno de los relatos más espeluznantes dentro de la literatura de terror, pues transmite el abandono, la desorientación, el desconcierto y la desesperanza de una persona que sabe que va a morir. El nombre del relato proviene de un pozo situado dentro de la celda en la que se encuentra el protagonista, en la que también se encuentra un péndulo con una guadaña con el que le torturan.
HUNTED
The Iron Druid Chronicles #6
Kevin Hearne
Sinopsis
Para ser un druida que tiene dos mil años de antigüedad, Atticus O'Sullivan es un corredor muy rápido. Lo cual es una buena cosa, ya que está siendo perseguido no por no una, sino dos diosas de la caza ―Artemisa y Diana― por meterse con uno de los suyos. Esquivando sus proyectiles y flechas, Atticus, Granuaile y su lebrel Oberón están haciendo una carrera loca en toda la Europa moderna para buscar la ayuda de un amigo de los Tuatha Dé Danann. Su opción mágica habitual de cambiar de planos ha sido bloqueada, así que en vez de jugar al escondite, el plan del juego es… correr como alma que lleva el diablo.
Capítulo 1
Traducido por Pamee
Es extraño que cuando te sientes seguro, no puedes pensar en eso que planeabas hacer, pero cuando estás huyendo por tu vida, de repente recuerdas una lista completa de cosas que siempre has querido hacer.
Siempre quise emborracharme hasta casi perder el sentido junto a un hombre con bigote, llevarlo de regreso a su casa, tomar unos tragos más a punto de causar un daño hepático severo, y luego afeitarle la mitad del bigote cuando se quedara inconsciente. Después instalaría un equipo de vigilancia antes de irme para poder apreciar como se debe su reacción ―y su resaca― cuando despertara. Y, por supuesto, lo estaría vigilando desde una furgoneta negra sin ventanas estacionada en su calle. Habría un gracioso graduado de informática del MIT en la furgoneta conmigo, uno que casi anotó con una tímida estudiante de física que lo dejó porque no le aceleraba las partículas.
No puedo recordar cuándo se me ocurrió esa y la añadí a la lista. Probablemente fue después de haber visto Mentiras Verdaderas. Nunca estuvo muy alto en mi lista, por obvias razones, pero el recuerdo me asaltó en completo technicolor mientras corría por mi vida en Rumania. Nuestras mentes son un misterio.
En algún lugar detrás de mí, Morrigan estaba defendiéndose de dos diosas de la caza. Artemisa y Diana habían decidido que yo tenía que morir, y Morrigan había prometido protegerme de tal muerte violenta.
Oberón corría a mi izquierda y Granuaile a mi derecha; a mí alrededor el bosque se estremecía silenciosamente por el pandemonio de Fauno, perturbando las ataduras druídicas con Tír na nÓg. No podía cambiar a un lugar seguro, lo único que podía hacer era correr y maldecir a los antiguos grecorromanos. A diferencia de los irlandeses y los nórdicos ―y muchas otras culturas―, los grecorromanos no se imaginaban a sus dioses eternamente juveniles, ni vulnerables a muertes violentas. Oh, tenían néctar y ambrosía para mantener la piel sin arrugas y el cuerpo en forma, cambiando su sangre a icor, similares a las alimentos y bebidas mágicas disponibles en los otros panteones, pero eso no era todo. Se podían regenerar por completo, lo que básicamente los dotaba de verdadera inmortalidad. Así que aunque los cortaras en tiritas como cecina y te los comieras con guacamole y tortillas calientes, simplemente regenerarían un cuerpo nuevecito en el Olimpo y seguirían persiguiéndote. De ahí la razón de que Prometeo nunca muriera, a pesar de que un buitre, que extrañamente nunca buscó variedad en su dieta, le comiera el hígado todos los días.
Eso no significaba que fueran imposibles de vencer. Aparte del hecho de que otros inmortales podían matarlos, los olímpicos tenían que existir en el tiempo como todos los demás. Había lanzado a Baco a una isla de tiempo lento en Tír na nÓg y los olímpicos se lo tomaron personal… tan personal que habían preferido matarme en vez de recuperar a Baco.
No pensé ni por un momento que pudiera hacer lo mismo con las cazadoras. Para empezar, eran mucho más versadas en combate, y se habían estado vigilando las espaldas mientras hacían su mejor esfuerzo por dispararle a la mía.
―¿Adónde vamos? ―preguntó Granuaile.
―Aproximadamente al norte por ahora. La situación es fluida.
―Creo que debo haber dejado algo de fluido ahí atrás cuando vi esas flechas volando ―dijo Oberón. Morrigan había detenido ambas flechas con su escudo y nos dijo que corriéramos.
―Yo casi lo hago también, Oberón ―dijo Granuaile. Ahora que era una druida completa, él podía oír su voz―. Debía haber estado agachándome o tacleando a Atticus o casi cualquier otra cosa, pero en cambio estaba haciendo mi mejor esfuerzo por no hacerme pipí.
―Tendremos que tomarnos un descanso para ir al baño después ―les dije―. La distancia es la clave ahora.
―¿Y supongo que el sigilo no? Va a ser fácil seguirnos la pista por cómo nos estamos moviendo por el bosque.
―Nos pondremos escurridizos cuando tengamos el espacio para hacerlo.
La voz rasposa de Morrigan entró en mi cabeza. No era un hábito que me encantara, pero era muy conveniente en estos momentos. Su tono era exultante.
―¡Esta es una batalla digna de recordar! ¡Cómo desearía que hubiera testigos y un bardo como Amergin para componer una canción!
―Morrigan…
―Escucha, Siodhachan. Puedo evitar que te persigan por un tiempo, pero te cazarán nuevamente muy pronto.
―¿Sí? ¿Y qué pasará contigo?
―Soy mejor que ellas, pero no inmortal. Corre, escucha y no duermas. ¿Sabes cómo mantener a raya la necesidad de dormir, verdad?
―Sí. Hay que evitar la acumulación de adenosina en el cerebro y…
―Ya basta con las palabras modernas. Sabes cómo. Ahora debes encontrar uno de los caminos antiguos hacia Tír na nÓg, uno que no esté custodiado, o bien ir al bosque de Herne el Cazador.
―¿El bosque de Herne? ¿Te refieres al bosque de Windsor? Eso sería correr mucho por Europa.
―Siempre está la opción de morir ―señaló Morrigan.
―No, gracias. Pero Windsor ya no es una tierra salvaje, es más como un parque bien cuidado. La gente va a beber el té ahí, puede que incluso jueguen croquet. No es un bosque.
―Bastará. Herne está ahí, él te defenderá y traerá sus amigos. Y, Siodhachan, recuerda que Gaia te ama más de lo que ama a los olímpicos. Ellos no le han dado nada en sus largas vidas. Incluso ahora la traumatizan con el pandemonio. Desligaré sus carrozas; se quedarán varadas por un tiempo, hasta que sus dioses herreros puedan hacerles unas nuevas. Aprovecha y date tanta ventaja como te sea posible.