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Frédéric Beigbeder - Socorro, perdón (2ª parte de 13,99 euros)

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Frédéric Beigbeder Socorro, perdón (2ª parte de 13,99 euros)

Socorro, perdón (2ª parte de 13,99 euros): resumen, descripción y anotación

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Segunda parte

Primavera

(«Viesna»)

El 29 de abril, una tormenta de agua lavó las calles de Moscú, el aire se hizo más ligero y más suave y, aplacada un poco el alma, sentí un deseo renovado de vivir.

Mijaíl Bulgákov, Novela teatral, 1966

Zdrávstvuitie, papacha! ¿Las modelos tienen alma? Concebí una metafísica del top-model al entrar de puntillas en este champiñón atómico. El taxista que me depositó delante de su casa fue muy cordial cuando le dije que se quedara con el cambio.

—¡Te deseo que tengas tanto dinero como Román Abrámovich, que se ha comprado la mitad de Inglaterra, y que vivas ciento siete años como mi bábushka!

La propina desarrolla la amistad. Gracias por recibirme de nuevo, mi querido paternóster. Esta tarde, el agua que envuelve el bulbo dorado refleja el cielo púrpura arañado por las grúas amarillas que mugen bajo el viento del Moscova, o sea, quiero decir que es bonito, alrededor de su casa, siempre que te guste el fin del mundo. Qué alegría atravesar el puente Lujkov viniendo de la isla donde fabrican chocolate y residencias para ricos, después de subir la escalera gris y rosa como las nubes y de rodear las farolas que salpican su «tintero loco» (Nombre que dan los moscovitas a la catedral de Cristo Salvador. (N. del T.) ) . Al otro lado del río gris, la casa en la

orilla sigue siendo tan hospitalaria como en el relato de Rybakov. En los suntuosos apartamentos de Moscú, la oligarquía ha reemplazado a la nomenklatura: alguien tendrá que explicarme la diferencia, personalmente no veo la utilidad de sus revoluciones que nunca cambian nada. Sí: en otro tiempo los colaboracionistas tenían vistas a una piscina y ahora pueden contemplar su iglesia. Sin duda es un progreso. En cambio, permítame que le diga que los bajorrelieves de falso bronce que adornan su fachada son absolutamente inmundos, como sus losas de mármol falso. ¿Por qué no haber pegado los restos de la antigua iglesia de Cristo Salvador que yacen en el cementerio del monasterio Donskoy? Esta catedral totalmente nueva habría adquirido una pátina. Los frescos apenas se han secado, las paredes están impolutas, da la impresión de que visitas un decorado de cine, a esta atmósfera le falta un toque sagrado: hasta las oraciones parecen de cartón piedra. Izvinitie, siempre lo critico todo: es el defecto de los franceses, parlotear en vez de construir. Mire, como he llegado a las recriminaciones, es un poco cansado confesarse de pie. Acabo de llegar y ya me duele la espalda. ¿Por qué los ortodoxos no instalan confesonarios como en las iglesias católicas? Por culpa de este rito masoquista nos vemos obligados a conversar de pie en medio de esta multitud de abuelas con pañuelo que espían todo lo que decimos. Menos mal que no hablan francés con la fluidez de usted después de su exilio parisino, en los años noventa. Antiguamente todos los rusos hablaban mi lengua: Dostoievski con sus hijos, Turguéniev con Flaubert, Nabokov con Pivot y Gabriel Matzneíf conmigo. Hoy se ha perdido este hábito, en todas partes lo ha suplantado el inglés. De los cosacos parisinos sólo queda en mi idioma la palabra «bistro» (que quiere decir «aprisa»), pero es un término que yo empleo muy a menudo, no es desdeñable.

Hablar una lengua muerta nos protege de los odios indiscretos. ¡Pero estar de pie, francamente, no incita a pedir perdón por los pecados! ¡Y sus misas que duran cuatro horas (seis dentro de poco, en Pascua) no son recomendables al día siguiente de una fiesta! La última vez que nos vimos yo le comparé con un psicoanalista, pero en casa de Freud por lo menos uno podía tumbarse...

Me arrepiento enormemente de no haberle dado noticias desde hace meses: me lo impidió mi trabajo. Tuve que volver a París para asistir a unas reuniones de clientela. Debo decir que el ambiente allí es aún más sombrío que en la época en que usted decía misa en la catedral Alexandre-Nevski de la rué Daru: por mucho que el invierno sea menos inclemente que aquí, los franceses se deprimen más que los rusos. ¿Qué quiere usted?: no han renunciado todavía a sus ilusiones, siguen buscando la luz al final del túnel, son enternecedores. ¿Cómo? Sí, algunos incluso conservan la fe en el Señor, es cierto. Pero en las agencias de modelos son minoritarios. Para paliar la falta de esperanza, la mayoría se emborracha de placer, como yo. ¿Puedo hacerle una confidencia? En definitiva, para eso estoy aquí. Pienso que la mayor parte de sus fieles rusos se refugian en Dios sin creer en Él realmente, sólo porque Dios es preferible al capitalismo. Este retorno a las fuentes proporciona una respuesta hecha para no atormentarse desde la caída del régimen soviético. El hedonismo globalizado apunta al mismo principio que el poder estalinista: mentirosos que se dirigen a cretinos. Pero el hedonismo es más vacuo que el capitalismo: es la primera religión pesimista. Entonces, Dios... es mejor que el gulag y más barato que un Bentley. Qué siglo más extraño... Valía la pena hacer la revolución setenta años para acabar transformando Moscú en Las Vegas y volver a la iglesia a confesar nuestras bajezas.

Le aseguro que la mayoría de los ateos con los que tropiezo tienen la misma preocupación que sus ovejas recién liberadas: evitar reflexionar. Es un trabajo a tiempo completo huir de las preguntas molestas (¿Soy feliz, soy una mierda, estoy enamorado? ¿Soy un muerto viviente abandonado en una tierra árida? ¿Tengo una razón para vivir y pagar tantos impuestos? ¿Qué hay que hacer para seguir siendo viril en un mundo matriarcal? ¿Por quién vamos a sustituir a Dios esta vez: una webcam, un martinete o un perro faldero?). Para amueblar su soledad y engañar al silencio, los descreídos compran coches a crédito o descargan canciones, soplan alcohol desde la comida, toman excitantes por la mañana y somníferos por la noche (a veces a la inversa), hacen desfilar nombres en el móvil, dicen «te quiero» sucesivamente en varios buzones, se abonan a todas las cadenas por cable para adultos, llenan su agenda de citas que anulan en el último minuto por temor a no ser capaces de hablar en público sin deshacerse en lágrimas, van por la calle leyendo sms sin mirar a su alrededor (y así se encuentran la mierda de labrador en la suela del zapato derecho), se masturban leyendo Playboy o In Style, lanzan un grito de alegría cuando el capitán del equipo de fútbol asesta un cabezazo a un jugador del equipo contrario, atraviesan centros comerciales subterráneos que parecen parques temáticos pasando por encima de los mendigos tendidos en el suelo, se pelean por tener la consola de juegos Nintendo Wii antes que el vecino, llaman al alba a SOS Médicos para oír una voz humana, se compran el estuche de la segunda temporada de A dos metros bajo tierra en DVD, que quedará sellado con celofán porque prefieren tocarse delante de dibujos animados sadomasoquistas y el resto del tiempo corren en sentido inverso sobre una cinta rodante para olvidar que la capa de ozono se reduce de hora en hora. La industria del hedonismo prevé una cantidad aterradora de distracciones para ocuparse de nuestro ánimo. Pero ¿no será más bien para impedir que las usemos? No es una novedad (hace mucho tiempo que Platón y Pascal señalaron que el ser humano huye de la realidad), pero el fenómeno se ha acelerado. El hombre sólo tiene una idea: cambiar las que tiene. En el placer huye de algo, pero a mi entender huir es como buscar al revés. ¿Qué buscamos, entonces? ¿El amor, cree usted? Oh, piedad, ahórreme su rollo de ortodoxo poscomunista. ¿Dios? Otra utopía. Soñamos un sueño. Lo que quiere decir que dormimos de pie, como usted escuchándome.

-Señores, nuestro objetivo es simple: que tres mil millones de mujeres quieran parecerse a la misma mujer. Y mi problema es encontrarla.

No está mal como entrada en materia, ¿eh? En París presenté las polaroids del casting Aristo Moscú en la sede de Ideal, ya sabe, esa fábrica de cremas cancerígenas para mejillas de la que le hablé la última vez. Por desgracia, después de mi frase introductoria, mi fracaso fue total: no les gustó ninguna chica, se impacientaron, querían realmente rejuvenecer el rostro de su marca para los años siguientes y era un envite tan importante que mis clientes fueron incapaces de tomar una decisión. Todas las chicas que les propuse tenían algo que no encajaba: Yurgita era demasiado joven, Katarina demasiado vulgar, Tania era grandísima, Irina sonreía demasiado, Olesya era demasiado delgada, Ksenia demasiado calentorra, Dana se pasaba de maja... Hice babear de envidia a unos jefes de producto que en toda su vida nunca encontrarían una chica semejante (excepto durante los diez minutos de rodaje, en que ella les tendería la mano sin mirarles, con los bigudíes en la cabe

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