Frederic Raphael - Aquí Kubrick
Aquí puedes leer online Frederic Raphael - Aquí Kubrick texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 1999, Editor: ePubLibre, Género: Niños. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:
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- Libro:Aquí Kubrick
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:1999
- Índice:3 / 5
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Aquí Kubrick: resumen, descripción y anotación
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Cuando Tony Frewin, que era el encargado de llamarme con los mensajes de Stanley, le dijo a Sylvia que mi parte del guión había sido para la gente de Kubrick «el mejor regalo de Navidad que habían recibido en dieciocho años», su amable comentario tuvo el efecto de reavivar mi inexplicable enfado.
Había prometido encontrarme con una ejecutiva de la televisión, la señorita M., que decía podría estar interesada en un guión inédito mío para una serie de películas que tenía (casi) apalabrada con la BBC. Private Views no entraba en la selección pero tal vez podría tener un sitio en el banquillo. Como mi hijo Paul iba a producir el proyecto, me avine a discutir el guión con la señorita M. en una cafetería del Soho.
Primero fui a ver a una de mis agentes londinenses, Jane Annakin, que estaba en el hospital Marsden a causa de un cáncer, igual que su compañero, Roger Williams. Me habló en un tono tan sereno y con una voz tan bonita que bien podría haber estado allí por un ligero malestar del que enseguida se recuperaría. ¡Qué vergüenza sentí al tener que mirar el reloj para irme!
Llegué a la cafetería de Wardour Street sin tener la menor idea del aspecto que tenía la señorita M. Una mujer, de pie junto a una de esas odiosas mesas altas sin sillas que animan a los clientes a beberse el café y largarse, me hizo una señal con el dedo, como una profesora que señala a un alumno del fondo porque sospecha que no ha hecho sus deberes. Normalmente, en este tipo de encuentros intento ser muy diplomático y encantador, aunque no a todo el mundo se lo parezco. En aquella ocasión, la condescendencia pedagógica de la señorita M. contrastaba tanto con los halagos de Kubrick que fui incapaz de contener mi sarcasmo.
Cuando me enteré de que nunca había oído hablar de Les Valseuses, tal vez la mejor película francesa de toda la década de los setenta, me ofrecí para enviársela. Nunca era demasiado tarde, le dije, para empezar a aprender de cine. Se largó sin prometer que me promovería al primer equipo.
Paul había pasado un mal rato y estaba enfadado conmigo. Tuvimos una comida espantosa intentando charlar con calma sobre la adaptación de Filosofía a mano armada, una novela de Tibor Fischer sobre la que teníamos una opción de compra. No suelo comprar derechos pero Tibor había venido a pedirme consejo de joven y me había gustado; además propuse su primera novela, Bajo el culo del sapo, para libro del año del Sunday Times. Filosofía a mano armada contenía varias escenas muy buenas y mucha verborrea en tono de parodia bastante divertida. Quería convertirla en guión una vez hubiese acabado con el señor K. Cuando Paul me preguntó cuánto se suponía que iba a tardar en acabar, le dije: «Bueno, ¿cuánto puede alargarse el guión? Ciento cuarenta páginas sería perfecto. O sea que… en febrero es probable que haya terminado. Si la cosa marcha como hasta ahora».
Anotado en una libreta: «Esta Navidad está siendo una época de muchas muertes. Roger Williams, que estaba con Jane y su hija en nuestra casa de Francia, nos ha dejado, y parece ser que Jack Smith está muriéndose. Peter May también ha muerto. ¿Era un genio del criquet? Cuando estuve en Charterhouse, May anotaba más de cien puntos casi en cada partido. Una vez comimos juntos, cuando estaba planteándose escribir sus memorias. Le pregunté cómo podía decidir, cuando un buen lanzador le enviaba una bola con efecto, si era un googly o un leg-break. Dijo que no lo sabía.
¿Y entonces? “Golpeo la bola antes de que coja efecto”. Los genios simplifican. Solo los jugadores y los artistas mediocres contemplan una gama amplia de respuestas posibles. Kubrick (eso espero) está esperando la pelota correcta para golpear. Las otras no le interesan. ¿Hará la película?
Tony Frewin dice que sí, sin duda. ¿Qué más sabe Frewin? Ya veremos».
Fui a una reunión en el apartamento nuevo de John Schlesinger en Gloucester Road, justo a la vuelta de la esquina de nuestro piso. Antoine de Clermont-Tonnerre, uno de los productores de Cloud on Sand (¿qué demonios significa Nube sobre arena?), había llegado de París. Paul y yo nos habíamos reunido con él para otro proyecto en un enorme apartamento que De Clermont tiene en un hôtel particulier del 16ème arrondissement. Estuvimos con él aproximadamente una hora, y no nos ofreció siquiera un vaso de agua. Le dije que me alegraba mucho de volver a verle. A continuación me pidieron que les explicara qué creía yo que debía hacerse con Cloud on Sand para convertirla en una película. Incluso cuando les estás haciendo un favor, la gente consigue que los guionistas se sientan como si estuvieran pasando una prueba. Me comporté, al decir de T.E. Hume, «como un turco avanzando por el Bósforo», aunque con un toque de acritud. Admití que tal vez la novela había recibido buenas críticas (al menos eso proclamaba la sobrecubierta), pero les advertí que era tan mala que únicamente la amistad de Marty con el autor podía explicar que le gustara.
Por amistad con John, me avine —casi como si necesitara un trabajo— a escribir unas pocas páginas explicando por encima mis ideas sobre cómo fortalecer la trama. Mi excusa fue que todavía quería que John se comprometiera a dirigir mi guión de El poder de las armas, la película para la televisión que, según habían confirmado los productores no hacía mucho, tenía que rodarse en Toronto, cosa que a John no le gustó nada.
Durante la Navidad escribí una carta de cinco páginas a un espacio para que John se la enviara a Marty, donde explicaba cómo pensaba que podía separarse la nube de la arena. Siempre me divierte prestar servicios generosos sin ninguna necesidad. En una ocasión hice algo similar para Jo Janni, el productor de Darling y Lejos del mundanal ruido, cuyo reciente fallecimiento John, yo y otros, entre los que se encontraba Julie Christie —todavía bellísima—, recordamos por las mismas fechas en el centro cultural italiano. Una vez, cuando me negué a aceptar el sistema de pago que me proponía Jo por una corrección insignificante —muy complicado y «libre de impuestos», es decir, ilegal— y me ofrecí a trabajar a cambio de nada, Jo me dijo: «Fred, en muchos sentidos nada es demasiado».
La secretaria de John telefoneó para dar acuse de recibo de la carta. Ni él ni Marty Scorsese me dieron las gracias. A pesar de las localizaciones canadienses, John aceptó dirigir mi pequeña película para la televisión, pero abandonó el proyecto en el último minuto porque se le presentó algo más interesante. Obviamente, lo comprendí.
Para Navidad Kubrick me regaló una edición de los cuadros de Van Gogh en dos volúmenes con estuche y encuadernación de lujo.
S.K.: Freddie, ¿puedes hablar?
F.R.: Ah, sí.
S.K.: Feliz Año Nuevo.
F.R.: Lo mismo digo.
S.K.: Y qué… ¿cómo va?
F.R.: No va mal.
S.K.: ¿Ya has visto la nueva de Woody Allen?
F.R.: ¿Maridos y mujeres? Sí, la he visto. Me gustó. Excepto por la bilis del principio. ¿Y a ti?
S.K.: Es una película bastante buena. ¿Te has fijado en una cosa?
F.R.: ¿Qué cosa?
S.K.: El tamaño del apartamento donde viven. Se supone que el tipo es una especie de editor literario o algo por el estilo y viven en un piso enorme. ¿Te fijaste en lo ancho que era el pasillo? Eso está muy bien para poder mover las cámaras pero parece demasiado caro para un editor. Será mejor que no cometamos el mismo error. ¿Sabes cuánto gana hoy día un médico como Bill en Nueva York?
F.R.: No, no lo sé. ¿Ciento cincuenta mil?
S.K.: Que el piso no sea demasiado grande. El servicio no debe vivir en la casa. A lo mejor una mujer que venga a echarles una mano. Que no sea hispana.
F.R.: Bueno. ¿Por qué no?
S.K.: Tenemos que pensar en la escena de la orgía. Porque, a ver, ¿qué pasa en esa casa? Arthur no nos explica gran cosa.
F.R.: No. Por la manera en que está escrita, es casi como un musical picantón. Las Rockettes sin bragas. El otro día estuve leyendo algo sobre una orgía.
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