El 28 de enero de 2008, el autor era detenido por consumo de cocaína en la vía pública y pasaba cuarenta y ocho horas bajo detención preventiva. Irónicamente, unos días más tarde, su hermano, el empresario Charles Beigbeder, recibía la Legión de Honor de manos del presidente francés. De este suceso real nacería poco tiempo después Una novela francesa.
Desde su celda, Beigbeder reconstruye su infancia olvidada. Piensa en sus dos familias: los Chasteigner, aristócratas de rancio abolengo, y los Beigbeder, burgueses acomodados venidos a menos. Rememora los deliciosos veranos o repasa el trauma que supuso el divorcio paterno. Transita de la melancolía del recuerdo al relato de su detención. Y todo ello aderezado con feroces críticas a las dependencias penitenciarias de París, soflamas contra el sistema y una defensa acérrima del consumo de drogas. Una suerte de memorias, un auténtico recorrido sentimental por la Francia de las cuatro últimas décadas.
Frédéric Beigbeder
Una novela francesa
Prefacio de Michel Houellebecq
ePub r1.0
Sibelius 07.06.14
Como una primavera los niños crecen
Y vienen en verano
Se los lleva el invierno y ya jamás parecen
Lo que han sido.
PIERRE DE RONSARD,
Ode a Anthoine de Chasteigner, 1550
Notas
[1] Organisation de Résistance de l’Armée, creada en enero de 1943 por el general Frère.
[2] «I’ve got some troubles but they won’t last / I’m gonna lay right down here in the grass / And pretty soon all my troubles will pass / Cause I’m in shoo-shoo-shoo-shoo sugar town.» (Traducción: «Tengo preocupaciones, pero no durarán / Me echaré aquí en la hierba / Y muy pronto todos mis problemas pasarán / Porque estoy en la ciudad de azú-zú-zú-zú-zú-zúcar.»)
[3] Traducción: «Veo a través de ti / ¿Adónde has ido? / Creía que te conocía / Pero no tenía ni idea.»
[4] «No nos gusta beber cosas blandengues / Fruité es más musculoso.» (N. del T.)
[5] En el piso de la rue Monsieur-le-Prince, mezclé permanganato potásico con agua: la mezcla formó un precipitado violeta intenso que se derramó sobre mi cartera, me manchó la ropa y me dejó unas marcas de color marrón en las manos que me duraron un mes. Hoy en día este tipo de juguetes están totalmente prohibidos, y el permanganato potásico está clasificado como explosivo y como sustancia altamente tóxica. Ya veis que empecé muy joven a manipular productos ilícitos. (Nota del autor, cada vez menos amnésico a medida que su relato se acerca al desenlace.
[6] La reina María Antonieta fue encarcelada en la Conciergerie en 1793.
Frédéric Beigbeder (Neuilly-sur-Seine, 1965) simultaneó durante diez años su trabajo publicitario con colaboraciones en diferentes medios de comunicación como cronista de la noche o crítico literario en revistas, periódicos y programas de radio y televisión. Su novela 13, 99 euros (2000) alcanzó un éxito extraordinario, encabezando durante meses las listas de best-sellers, y de paso fue despedido fulminantemente de la agencia de publicidad en la que era un brillantísimo creativo. Posteriormente ha publicado las novelas El egoísta romántico (2005), Socorro, perdón (2007) y Una novela francesa (2009).
Título original: Un roman français
Frédéric Beigbeder, 2009
Traducción: Francesc Rovira
Ilustración de portada: retrato del autor en 1974, © N. Ratel
Editor digital: Sibelius
ePub base r1.1
PREFACIO
La mayor cualidad de este libro es, sin ninguna duda, su honestidad. Y cuando un libro es tan honesto, puede dar lugar, casi inadvertidamente, a verdaderos descubrimientos sobre la naturaleza humana, terreno en el que la literatura mantiene varios cuerpos de ventaja sobre las ciencias. Así, leyendo Una novela francesa, uno se da cuenta de que la vida de un hombre se divide en dos períodos, la infancia y la edad adulta, y de que resulta absolutamente inútil afinar el análisis. Quizá en otros tiempos existía una tercera época, llamada vejez, que hacía de nexo, una época en la que volvían los recuerdos de infancia y daba aspecto de unidad a una vida humana. Para entrar en la vejez, sin embargo, era necesario haberla aceptado, haber salido de la vida para entrar en la edad del recuerdo. Sumergido en deseos y proyectos de adulto, el autor no se encuentra en esta situación, y no conserva prácticamente ningún recuerdo de su infancia.
A pesar de todo, conserva uno que evoca unos camarones y una playa de la costa vasca. A la manera de Cuvier cuando reconstruía un esqueleto de dinosaurio a partir de un fragmento de hueso, Frédéric Beigbeder reconstruye, a partir de este único recuerdo, toda su historia familiar. Se trata de un trabajo serio, sólido, en el que descubrimos una familia francesa, mezcla a fin de cuentas armoniosa de burguesía y aristocracia, con una fuerte implantación regional. Una familia heroica hasta el absurdo durante la Primera Guerra Mundial; un poco más reservada luego, al estallar la Segunda, y dominada después de 1945 por un intenso apetito de consumo que alcanzará un nivel inusitado a partir de 1968, generalizándose al ámbito de la moralidad. Una familia como tantas otras, perteneciente más bien a las clases altas, pero es precisamente la banalidad de la historia familiar de Beigbeder lo que le da su fuerza, puesto que a la vez vemos cómo toda la historia de la Francia del siglo XX desfila ante nuestros ojos y revive sin aparente esfuerzo. A veces, en la primera lectura, uno se pierde un poco entre los personajes, es lo único que se podría reprochar al autor.
En la adolescencia, todo cambia y los recuerdos afluyen, pero en el fondo son dos cosas, y sobre todo dos, las que perviven en la memoria del autor: las chicas que le han gustado y los libros que ha leído. ¿Acaso es esto y sólo esto la vida y lo que de ella permanece? Parece ser que sí. Y en este punto la honestidad de Beigbeder es de nuevo tan evidente que uno ni siquiera se plantea poner en duda sus conclusiones. Si es en efecto esto y sólo esto lo que le parece importante, es que sólo esto lo es. En el fondo, el placer de la autobiografía es casi el inverso del de la novela: lejos de perderse en el universo del autor, el lector de una autobiografía no se olvida en ningún momento de sí mismo; se compara, se confronta, verifica, página tras página, su pertenencia a una humanidad común.
Me ha gustado menos lo que se refiere a las noches pasadas en detención preventiva por consumo de cocaína en la vía pública. No deja de ser curioso, pues debería haber simpatizado con ello, ya que yo mismo pasé una noche en prisión por una infracción casi igual de estúpida (fumar un cigarrillo en un avión) y puedo confirmar que las condiciones de detención son impresentables. Aun así, el autor y su amigo el poeta son un poco sobrados, bastante bocazas. La evocación del niño, ese pequeño ser enclenque todo barbilla y orejas que sigue lo mejor que puede a su querido y admirado hermano mayor, es breve, pero tiene tanta fuerza que experimenté la sensación de que ese niño leía conmigo, por encima de mi hombro, todo el libro. En este episodio de delincuencia hay algo que no funciona: el niño no se reconoce en el adulto en el que se ha convertido. Y esto, probablemente, vuelva a ser verdad: el niño no es el padre del hombre. Existe el niño, existe el hombre, y entre ambos no hay ningún nexo. Se trata de una conclusión incómoda, embarazosa, pues nos gustaría que en el centro de la personalidad humana hubiera cierta unidad. Es una idea que nos cuesta rechazar; nos gustaría poder establecer ese nexo.