Leti Ate - Hawkins Karen - Secuestro Y Seduccion 02

KAREN HAWKINS

Una Novia Tardía

2° de la Serie Secuestro y Seducción

A Belated Bride (2001)

ARGUMENTO:

¡Ella nunca se casará con él!

El último hombre que Arabella Hadley desea volver a ver es Lucien Deveraux, el apuesto y disoluto Duque de Wexeford… quien destrozó su inocente corazón hace años y desapareció de Londres. Así que cuando encuentra a un hombre inconsciente en una carretera desierta y comprueba que es Lucien tiene la enorme tentación de dejarlo justo donde está. Pero más terrible que su presencia es el apasionado beso que él roba de sus sorprendidos labios… ¡y sobre todo su respuesta! Así que sería absolutamente una locura llevarlo a su casa a recuperarse… ¿no?

Excepto por una pequeña razón…

Lucien no se atreve a revelar porqué ha regresado a su casa de campo… o porqué abandonó a esa apasionada belleza de fuerte carácter hace años. Sobre todo porque Arabella guarda también sus propios secretos. Pero cuando sus intrigantes tías trazan un plan para que ambos se comprometan en matrimonio, finalmente se verán obligados a convertirse en marido y mujer… y con ello, cada vez les resulta más difícil luchar contra esa pasión que nunca ha desaparecido entre los dos.

SOBRE LA AUTORA:

Karen Hawkins escribe a tiempo completo en su casa en Orlando, Florida, sentada en un sillón en su terraza, mientras bebe Coca-Cola Light y ve la tele.

Es una exitosa autora de más de 20 novelas humorísticas, históricas y contemporáneas. Se casó con un apuesto policía que conoció mientras trabajaba en su primera novela romántica contemporánea y cuando no está en casa trabajando con los dedos sobre el teclado, Karen visita con frecuencia a sus dos hijos adultos que asisten a la universidad en Knoxville. Es una autora galardonada y su pseudónimo es Kim Bennet. Actualmente Karen trabaja alternativamente en dos series: una histórica ubicada en la Regencia de la era de Escocia y otra contemporánea que combina lo mejor del género romántico con lo mejor del género de misterio.

Yorkshire, Inglaterra, Noviembre 1815

—¡Corcholis, Wilson! ¿Por que habéis hecho eso? —El coche se sacudió, paró tan repentinamente, que envío la cesta con mermelada de frambuesa a estrellarse contra el suelo. Alarmada Arabella Hadley abrió la portezuela del coche y miró a través de la oscuridad nocturna.

—Ned, ¿qué ha pasado?

—¡Venga rápido, señorita Hadley! —Llamó una voz conocida. Un robusto, muchacho de diecisiete años, que también trabajaba como criado, chico de los recados, ayudante de cocina, y cualquier trabajo sobrante que Arabella no podía darse el lujo de contratar—. Wilson lo ha hecho otra vez.

La voz del viejo mozo de cuadra se levantó en señal de protesta.

—¡Baja tú, tonto muchacho! No hay necesidad de llamar a la señora.

Arabella caminó sobre la jalea derramada y bajó del coche. Sólo esperaba que Wilson no hubiera pasado por encima de otro desgraciado cerdo. El señor Harlbrook todavía no se había recuperado de la pérdida de su ganado premiado del mes pasado. Se detuvo cuando llegó a la parte delantera del carruaje.

—¿Por qué nos detenemos?

Ned señaló a Wilson, que estaba murmurando a un lado del carruaje.

—Estaba conduciendo el coche como un loco otra vez, y…

—No lo estaba —protestó Wilson.

—Estabas. Cuando llegamos a la vuelta del camino, el negro se asustó a causa del hombre a caballo que justo subía corriendo, y…

¯ ¿Qué hombre? —Interrumpió Arabella.

Wilson señaló con una mano sucia al lado del camino.

Arabella se volvió con aprensión. En la penumbra, sólo podía distinguir la forma de un hombre grande tendido boca abajo en el suelo. Su corazón se hundió cuando tomó nota de la capa con múltiples chalinas y el brillo inconfundible de un par de costosas hessianas, brillando a la perfección como un espejo.

—¡Dios mío! —exclamó con voz débil—. ¿Está...muerto?

—Corcholis, no. —Wilson señaló con su gordo pulgar hacia un árbol grande, y escarpado—. Él solo se golpeó la cabeza en esa rama, cuando su caballo se encabritó.

La rama de baja altura se estremeció como si aún estuviera retrocediendo por el golpe. Gracias a Dios que Wilson no había atropellado al pobre hombre, lo último que necesitaba era la atención de la policía local.

El viejo mozo de cuadra empujó al hombre con la punta de sus botas desgastadas.

—No debe tener hace mucho esa silla de montar, si pierde así el control de su montura.

—Un torpe “tonel” —acordó Ned—. Lástima que su caballo salió corriendo. Al señorito Robert le hubiera gustado ese caballo de primera.

—Lo último que mi hermano necesita es un caballo que se encabrite a la menor provocación —dijo Arabella en tono seco—. Dame la linterna. Tengo que ver lo mal herido que está este pobre hombre.

—No se acerque demasiado —advirtió Wilson desde una distancia segura—. Puede ser que se despierte y no esté muy contento de encontrarse en el suelo.

—Si él se abalanza sobre mí, te doy permiso total para matarlo. —Arabella se inclinó para examinar al hombre con la luz de la linterna—. A juzgar por la calidad de su ropa, tiene que ser un caballero con medios.

Wilson soltó un bufido.

—Puede parecer un caballero, pero nunca se sabe. No se acerque más, señorita Arabella. Lady Durham y Lady Melwin nunca nos perdonarían si le pasara algo.

Arabella pensó que sus tías estarían molestas por no haber estado presentes durante un episodio tan emocionante. La tía Emma y la tía Jane eran adictas a la fantasía romántica. Afortunadamente, la vida había curado ese defecto en Arabella hacía mucho tiempo.

Se inclinó más cerca del hombre caído. Se colocó a su lado, sus anchos hombros subiendo y bajando a un ritmo constante y tranquilizador. Su cabello negro como la noche, caía en su frente sobre un gran bulto morado, mientras que el resto de su rostro permanecía oculto por los pliegues de una bufanda de lana.

El viento aumentó soplando una mínima muestra de nieve. Arabella se estremeció y se envolvió más en su capa. No tenía más remedio que llevar a su nuevo invitado a Rosemont. Sus tías lo cuidarían hasta que pudieran enviar por el médico.

Cuando Arabella se estaba alejando del hombre caído, algo brillo con la luz. Un anillo de oro con una gran esmeralda cuadrada brillaba en la mano bien formada del extraño. Apenas dándose cuenta de lo que estaba haciendo, posó la linterna en el camino congelado y cayó de rodillas.

Dulce cielo, no puede ser, cada pensamiento en su mente se congeló.

—¡Mire esa baratija! —dijo Wilson, maravillado—. Debe ser un ricachón, para tener un anillo como ese. —Frunció el ceño—. No os parece que va a estar enojado conmigo por haber asustado a su caballo, ¿verdad?

Con el corazón latiendo con fuerza en sus oídos, Arabella apenas escuchó las palabras del mozo. Alargó la mano hacia la bufanda, paralizada, como si estuviera en un sueño. Apenas sus dedos se cerraron sobre la bufanda, una poderosa mano se cerró sobre su muñeca como una banda de acero caliente. Los ojos del hombre se abrieron y se encontró con los suyos.

Soñoliento y seductor, su mirada la retuvo prisionera. Enmarcados por gruesas pestañas rizadas, sus ojos verdes eran tan hermosos como los de un ángel.

Ella conocía esos ojos. Los conocía mejor, tal vez, que los suyos. Sabía, también, lo que iba a ver debajo de la bufanda: piel dorada y una nariz fuerte sobre una boca sensual diseñada para placeres prohibidos.

—Lucien. —La sensación olvidada de su nombre susurró a través de sus rígidos labios. A pesar de que él aún le sujetaba la muñeca, pudo soltarle la bufanda, sus nudillos rozando la mandíbula sin afeitar. Un rayo de calor crudo pasó a través de sus dedos colándose a sus pechos, luego deslizándose hacia abajo.