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Karen Armstrong - Buda. Una biografía

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Karen Armstrong Buda. Una biografía
  • Libro:
    Buda. Una biografía
  • Autor:
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    ePubLibre
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  • Año:
    2001
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Buda. Una biografía: resumen, descripción y anotación

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KAREN ARMSTRONG Wildmoor Worcestershire Reino Unido 1944 es una escritora - photo 1

KAREN ARMSTRONG (Wildmoor, Worcestershire, Reino Unido, 1944) es una escritora británica especializada en religión comparada, miembro del grupo de alto nivel de la Alianza de Civilizaciones y Premio princesa de Asturias de ciencias sociales 2017.

En 1964 y tras siete años como monja católica en la Society of Holly Child Jesus, abandonó los hábitos. Después de graduarse en la Universidad de Oxford ha dedicado gran parte de su vida a estudiar las religiones desde un punto de vista histórico y a enseñar literatura en la Universidad de Londres y en un colegio público. Miembro honorario de la Association of Muslim Social Scientist, su trabajo se ha traducido a cuarenta idiomas, y ha colaborado en tres documentales para la televisión. Es autora de más de veinte títulos entre los que destacan: Una historia de Dios y Una historia de Jerusalén.

Karen Armstrong se ha convertido un referente mundial en la historia de las religiones y escribe para varios medios de comunicación, entre otros es columnista de The Guardian.

Desde 2005, Karen Armstrong es miembro del Grupo de Alto Nivel de la Alianza de las Civilizaciones, una iniciativa de la ONU a instancias de la propuesta del presidente José Luis Rodríguez Zapatero para promover el compromiso de la comunidad internacional para tender puentes sobre la brecha abierta entre la sociedad islámica y la occidental. El Grupo de Alto Nivel de la Alianza de las Civilizaciones está copresidido por el español Federico Mayor Zaragoza y el turco Mehmet Aydin.

Renuncia

Una noche hacia finales del siglo V a. n. e., un hombre joven llamado Siddhatta Gotama abandonó su acogedor hogar en Kapilavatthu, en las estribaciones del Himalaya, y se lanzó al camino. Los espesos y exuberantes bosques que bordeaban las fértiles llanuras del río Ganges se habían convertido en el refugio de miles de hombres e incluso algunas mujeres que habían dejado atrás a sus respectivas familias para buscar lo que ellos llamaban «la vida santa» (brahmacariya), y Gotama había tomado la decisión de unirse a ellos.

Era una decisión romántica, que causó un profundo dolor a las personas que amaba. Gotama recordaría más tarde que sus padres lloraban mientras veían a su amado hijo afeitarse la cabeza y la barba y vestir la túnica amarilla que se había convertido en el atuendo de los ascetas.

Así pues, Gotama no habría estado de acuerdo con nuestro actual culto a los «valores familiares». Como tampoco lo habrían estado algunos de sus contemporáneos o casi contemporáneos de otras regiones del mundo como Confucio (551-479) y Sócrates (469-399), quienes estaban lejos de ser hombres que se caracterizasen por su mentalidad familiar, pero quienes, como el mismo Gotama, habrían de convertirse en figuras claves en el desarrollo espiritual y filosófico de la humanidad durante ese periodo concreto. ¿A qué se debía ese rechazo? Las escrituras budistas tardías tejerían elaborados relatos mitológicos acerca de la renuncia de Gotama a la vida doméstica y de su «Partida» hacia una existencia sin hogar, que consideraremos más adelante en este capítulo. Pero no es ese el caso de los primeros textos del Canon Pāli, que nos ofrecen una visión más escueta de la decisión del joven Gotama. Cuando contemplaba la vida humana, Gotama solo veía un implacable ciclo de sufrimiento que empezaba con el trauma del nacimiento y continuaba inexorablemente con «el envejecimiento, la enfermedad, la muerte, el dolor y la corrupción». Sus padres, su esposa, su hijo y sus amigos eran igualmente frágiles y vulnerables. Al aferrarse a ellos y suspirar tiernamente por ellos estaba consagrando su emoción a algo que solo podía acarrearle dolor. La belleza de su esposa se marchitaría, y el pequeño Rāhula podía morir en cualquier momento. Buscar la felicidad en cosas mortales y transitorias era irracional: el sufrimiento que le aguardaba tanto por sus seres queridos como por sí mismo proyectaba una oscura sombra sobre el presente y le arrebataba la alegría en esas relaciones.

Pero ¿por qué veía Gotama el mundo en unos términos tan desoladores? La mortalidad es un elemento de la vida difícil de aceptar. Los seres humanos somos los únicos animales que tenemos que vivir con el conocimiento de que algún día habremos de morir y esa visión de la extinción siempre nos ha resultado difícil de aceptar. La mayoría de nosotros, sin embargo, nos las arreglamos para encontrar algún consuelo en la felicidad y en el afecto, que también forman parte de la experiencia humana. Algunas personas se limitan a enterrar la cabeza en la arena y se niegan a pensar en el dolor del mundo; se trata, no obstante, de una actitud imprudente pues la tragedia de la vida puede ser devastadora si nos coge totalmente desprevenidos. Desde los tiempos más antiguos, los hombres y las mujeres crearon religiones que les permitieran alimentar cierto sentido de que nuestra existencia tiene algún significado y valor últimos, a pesar de la desalentadora evidencia que parece apuntar a todo lo contrario. Sin embargo, los mitos y las prácticas de fe resultan a veces difícilmente creíbles. En esos casos, las personas buscan formas alternativas de trascender los sufrimientos y las frustraciones de la vida cotidiana: bien sean el arte, la música, el sexo, las drogas, el deporte o la filosofía. Somos seres que caemos fácilmente presa de la desesperación y tenemos que trabajar con tesón para crear en nuestro interior una convicción de que la vida es buena a pesar de que todo cuanto nos rodee sea dolor, crueldad, enfermedad e injusticia. Cabría pensar que cuando tomó la decisión de irse de casa, Gotama había perdido la capacidad de vivir con los hechos ingratos de la vida y había caído en una profunda depresión.

Nada más lejos de la verdad. Gotama estaba ciertamente desencantado de la vida familiar y doméstica de un hogar hindú de la época, pero no había perdido la esperanza en la vida en general. Antes bien, estaba convencido de que había una solución para el rompecabezas de la existencia y de que él podía encontrarla. Gotama se suscribió a lo que se ha dado a llamar la «filosofía perenne», por ser común a todos los pueblos en todas las culturas del mundo premoderno. La vida terrena era a todas luces frágil y estaba ensombrecida por la muerte pero no abarcaba la realidad en su globalidad. Existía la creencia de que todo lo que había en el mundo terrenal contaba con una réplica más poderosa y positiva en el ámbito divino. Todo lo que experimentábamos aquí abajo estaba modelado sobre un arquetipo de la esfera celestial; el mundo de los dioses era el patrón original del que las realidades humanas eran tan solo pálidas sombras. Esta percepción impregnaba la mitología, y las organizaciones rituales y sociales de la mayoría de las culturas de la Antigüedad y ha seguido influyendo en las sociedades más tradicionales hasta nuestros días. Se trata de una perspectiva que nos es difícil de apreciar en el mundo moderno porque no puede ser demostrada empíricamente y porque carece del apuntalamiento racional que juzgamos imprescindible para la verdad. Pero el mito expresa ciertamente nuestro sentido intuitivo de que la vida está incompleta y de que esto no puede ser todo lo que hay; tiene que haber algo mejor, más pleno, más satisfactorio en algún otro lugar. Después de una ocasión intensa y esperada con ansiedad, a veces sentimos que hay algo que se nos ha escapado; algo que sigue fuera de nuestro alcance. Gotama compartía esta convicción, pero con una diferencia importante. No creía que ese «algo más» estuviese confinado al mundo divino de los dioses; estaba convencido de que podía hacer de ello una realidad demostrable en este mundo mortal de sufrimiento, pena y dolor.

Así pues, razonó, del mismo modo que hay «nacimiento, envejecimiento, enfermedad, muerte, pesar y corrupción» en nuestra vida, esos estados de sufrimiento debían de tener sus contrarios positivos; en consecuencia, debía de haber otro modo de existencia y él se encargaría de encontrarlo. «Supongamos —se dijo— que empiezo a buscar lo nonato, lo perenne, lo no sufriente, lo imperecedero, lo indoloro, lo incorrupto y la libertad suprema de esta esclavitud». A este estado completamente satisfactorio lo llamó Nibbāṇa («extinción»».

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