Arthur Conan Doyle - El sabueso de los Baskerville
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- Libro:El sabueso de los Baskerville
- Autor:
- Editor:ExVagos
- Genre:
- Año:2015
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El sabueso de los Baskerville: resumen, descripción y anotación
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Apreciado Robinson:
El presente relato debe su origen a la descripción que usted me hizo de una leyenda existente en el oeste de nuestro país. Por ello, y por la ayuda que me proporcionó dándome detalles, reciba mi agradecimiento.
Afectuosamente,
A. Conan Doyle
Hindhead, Haslemere
La Mansión de los Baskerville
[1] Bastón de paseo de cabeza abultada que se fabrica con el tallo de Licuala acutifida, una palma de Asia oriental.
[2]Member of the Royal College of Surgeons (Miembro del Real Colegio de Cirujanos).
[3] La deducción de Watson se explica porque la inicial H sirve en inglés tanto para la palabra hunt, una de cuyas acepciones es «asociación de cazadores», como para «hospital».
[4] Referencia a la guerra civil que concluyó con la condena a muerte y la ejecución de Carlos I, rey de Inglaterra, Escocia e Irlanda, en 1649. Lord Clarendon, Primer Conde de Clarendon (1609-1674), fue primer ministro en la Restauración, pero en 1667 tuvo que huir a Francia, al acusársele de traición. En el exilio terminó de escribir su Historia de la rebelión y de las guerras civiles en Inglaterra.
[5] Funcionario público cuyo principal deber es investigar, en presencia de un jurado, cualquier defunción cuando hay motivos para suponer que las causas no han sido naturales.
[6] Alusión a San Mateo 6,34.
[7] Jan (1850-1925), tenor, y Edward (1853-1917), bajo, los hermanos De Reszke, nacidos en Varsovia, cantaron juntos en algunas de las representaciones de Les Huguenots, la ópera de Meyerbeer, estrenada en París en 1836.
Capítulo I
E l señor Sherlock Holmes, que de ordinario se levantaba muy tarde, excepto en las ocasiones nada infrecuentes en que no se acostaba en toda la noche, estaba desayunando. Yo, que me hallaba de pie junto a la chimenea, me agaché para recoger el bastón olvidado por nuestro visitante de la noche anterior. Sólido, de madera de buena calidad y con un abultamiento a modo de empuñadura, era del tipo que se conoce como «abogado de Penang», de sus amigos de CCH», y el año, «1884». Era exactamente la clase de bastón que solían llevar los médicos de cabecera a la antigua usanza: digno, sólido y que inspiraba confianza.
—Veamos, Watson, ¿a qué conclusiones llega?
Holmes me daba la espalda, y yo no le había dicho en qué me ocupaba.
—¿Cómo sabe lo que estoy haciendo? Voy a creer que tiene usted ojos en el cogote.
—Lo que tengo, más bien, es una reluciente cafetera con baño de plata delante de mí —me respondió—. Vamos, Watson, dígame qué opina del bastón de nuestro visitante. Puesto que hemos tenido la desgracia de no coincidir con él e ignoramos qué era lo que quería, este recuerdo fortuito adquiere importancia. Descríbame al propietario con los datos que le haya proporcionado el examen del bastón.
—Me parece —dije, siguiendo hasta donde me era posible los métodos de mi compañero— que el doctor Mortimer es un médico entrado en años y prestigioso que disfruta de general estimación, puesto que quienes lo conocen le han dado esta muestra de su aprecio.
—¡Bien! —dijo Holmes—. ¡Excelente!
—También me parece muy probable que sea médico rural y que haga a pie muchas de sus visitas.
—¿Por qué dice eso?
—Porque este bastón, pese a su excelente calidad, está tan baqueteado que difícilmente imagino a un médico de ciudad llevándolo. El grueso regatón de hierro está muy gastado, por lo que es evidente que su propietario ha caminado mucho con él.
—¡Un razonamiento perfecto! —dijo Holmes.
—Y además no hay que olvidarse de los «amigos de CCH». Imagino que se trata de una asociación local de cazadores, a cuyos miembros es posible que haya atendido profesionalmente y que le han ofrecido en recompensa este pequeño obsequio.
—A decir verdad se ha superado usted a sí mismo —dijo Holmes, apartando la silla de la mesa del desayuno y encendiendo un cigarrillo—. Me veo obligado a confesar que, de ordinario, en los relatos con los que ha tenido usted a bien recoger mis modestos éxitos, siempre ha subestimado su habilidad personal. Cabe que usted mismo no sea luminoso, pero sin duda es un buen conductor de la luz. Hay personas que sin ser genios poseen un notable poder de estímulo. He de reconocer, mi querido amigo, que estoy muy en deuda con usted.
Hasta entonces Holmes no se había mostrado nunca tan elogioso, y debo reconocer que sus palabras me produjeron una satisfacción muy intensa, porque la indiferencia con que recibía mi admiración y mis intentos de dar publicidad a sus métodos me había herido en muchas ocasiones. También me enorgullecía pensar que había llegado a dominar su sistema lo bastante como para aplicarlo de una forma capaz de merecer su aprobación. Acto seguido Holmes se apoderó del bastón y lo examinó durante unos minutos. Luego, como si algo hubiera despertado especialmente su interés, dejó el cigarrillo y se trasladó con el bastón junto a la ventana, para examinarlo de nuevo con una lente convexa.
—Interesante, aunque elemental —dijo, mientras regresaba a su sitio preferido en el sofá—. Hay sin duda una o dos indicaciones en el bastón que sirven de base para varias deducciones.
—¿Se me ha escapado algo? —pregunté con cierta presunción—. Confío en no haber olvidado nada importante.
—Mucho me temo, mi querido Watson, que casi todas sus conclusiones son falsas. Cuando he dicho que me ha servido usted de estímulo me refería, si he de ser sincero, a que sus equivocaciones me han llevado en ocasiones a la verdad. Aunque tampoco es cierto que se haya equivocado usted por completo en este caso.
Se trata sin duda de un médico rural que camina mucho.
—Entonces tenía yo razón.
—Hasta ahí, sí.
—Pero sólo hasta ahí.
—Sólo hasta ahí, mi querido Watson; porque eso no es todo, ni mucho menos. Yo consideraría más probable, por ejemplo, que un regalo a un médico proceda de un hospital y no de una asociación de cazadores, y que cuando las iniciales CC van unidas a la palabra hospital, se nos ocurra enseguida que se trata de Charing Cross.
—Quizá tenga usted razón.
—Las probabilidades se orientan en ese sentido. Y si adoptamos esto como hipótesis de trabajo, disponemos de un nuevo punto de partida desde donde dar forma a nuestro desconocido visitante.
—De acuerdo; supongamos que «CCH» significa «hospital de Charing Cross»; ¿qué otras conclusiones se pueden sacar de ahí?
—¿No se le ocurre alguna de inmediato? Usted conoce mis métodos. ¡Aplíquelos!
—Sólo se me ocurre la conclusión evidente de que nuestro hombre ha ejercido su profesión en Londres antes de marchar al campo.
—Creo que podemos aventurarnos un poco más. Véalo desde esta perspectiva. ¿En qué ocasión es más probable que se hiciera un regalo de esas características? ¿Cuándo se habrán puesto de acuerdo sus amigos para darle esa prueba de afecto? Evidentemente en el momento en que el doctor Mortimer dejó de trabajar en el hospital para abrir su propia consulta. Sabemos que se le hizo un regalo. Creemos que se ha producido un cambio y que el doctor Mortimer ha pasado del hospital de la ciudad a una consulta en el campo.
¿Piensa que estamos llevando demasiado lejos nuestras deducciones si decimos que el regalo se hizo con motivo de ese cambio?
—Parece probable, desde luego.
—Observará usted, además, que no podía formar parte del personal permanente del hospital, ya que tan sólo se nombra para esos puestos a profesionales experimentados, con una buena clientela en Londres, y un médico de esas características no se marcharía después a un pueblo. ¿Qué era, en ese caso? Si trabajaba en el hospital sin haberse incorporado al personal permanente, sólo podía ser cirujano o médico interno: poco más que estudiante posgraduado. Y se marchó hace cinco años; la fecha está en el bastón. De manera que su médico de cabecera, persona seria y de mediana edad, se esfuma, mi querido Watson, y aparece en su lugar un joven que no ha cumplido aún la treintena, afable, poco ambicioso, distraído, y dueño de un perro por el que siente gran afecto y que describiré aproximadamente como más grande que un terrier pero más pequeño que un mastín.
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