Índice
Delincuentes, confidentes, policías,
periodistas y prostitutas 106
Capitulo XI: Comisario Jefe brigada regional
de informacion Expo-92 309
¿Quién manda en la Secretaria
de Estado de Seguridad? 405
Operación Luz de Luna (La mayor intervención
de cocaína en la historia de Bolivia) 444
Prólogo
“Policía” es un título escueto para un libro tan denso, pero es el que mejor define lo que contiene. Podría encuadrarse en un formato de memorias, o de vivencias, pero es tal la actualidad que se va desgranando, página a página, que calificar de recuerdos lo que en este libro se contiene, es, sin duda, quedarse corto.
Policía es una palabra universal que comprende muchas cosas a la vez, porque Policía son personas que velan por el bienestar común, son las instituciones que tienen esa responsabilidad y es hasta el concepto de ley y orden que prima en las sociedades democráticas. Todas esas cosas están contenidas en un título tan exiguo.
Ser Policía es ser muchas cosas a la vez y a cuál más apasionante. ¿Que entraña una gran dificultad?: no cabe duda; ¿que se expone al peligro constantemente?: también; ¿que necesita convivir con los más bajos sentimientos de odio o venganza?: es un hecho constatable, pero que se trata de la profesión más bonita que hay, es una verdad incuestionable, aunque ciertamente, no todo el mundo vale para desempeñarla y muchos menos los que se atreven a contarla.
Si un amigo es capaz de escribir un libro, uno se siente orgulloso de él, pero si además te pide que le escribas un prólogo, la satisfacción es mucho mayor.
Andrés Díaz, mi amigo y compañero Andrés, ha escrito otro libro, su tercera obra; un resumen de sus vivencias desde que ingresó en la Policía, hasta que se jubiló.
Cuando alguna persona de nuestro entorno nos dice que está escribiendo sus memorias, la primera pregunta que nos hacemos es si realmente tiene algo que contar y si ese algo puede interesar a alguien más que a él, o su más estrecho círculo de familiares y amigos.
Pero si quien escribe esas memorias pasa los setenta años intensamente vividos, ha sido policía cerca de cuarenta y cinco años y en el ejercicio de esa apasionante profesión ha desempeñado cargos de mucha responsabilidad en cuyo desarrollo ha recorrido medio mundo, la seguridad de que esas memorias van a interesar a todos, está garantizada.
Cuando Andrés y yo nos conocimos corría el año 1985, él era mi jefe, el Comisario Jefe de El Puerto de Santa María, una gran plantilla policial y una agradable ciudad, yo llegaba destinado desde San Fernando, para reencontrarme con la que había sido mi destino en una etapa anterior.
Él había estado en Zumárraga, su primer destino de Comisario, en el corazón del país vasco y se le veía contento en este nuevo destino, tan distinto del anterior. Pero sus ojos y todos sus sentimientos estaban puestos en la Sevilla de su alma, de la que no se olvidaba en ningún momento.
Andrés era un jefe alegre, simpático y dicharachero, que iba más rápido que sus propios pensamientos y con una virtud poco común: manejaba con facilidad a los funcionarios haciéndonos trabajar más que en ningún otro sitio y sin nada a cambio, pero, eso sí, a gusto.
Al principio tuvimos nuestras diferencias, era lo normal entre un jefe y un subordinado, pero pronto desaparecieron y se creó una corriente de amistad que todavía perdura. Él no lo recuerda, pero muchas veces que me dijo: ¡Escúcheme con los oídos y hágame usted caso! Yo le escuchaba y le hacía caso y siempre acertaba.
De dormir con una metralleta bajo la cama, en una ciudad que a menudo se despertaba bajo un cielo ceniciento y lluvioso, con el sonido de disparos o el estallido de una bomba, a vivir en una ciudad de verde mar y cielo limpio, donde no suenan más que las risas, los cantes y los cohetes de feria, hay una diferencia; pero en lo que no había diferencia era en el carácter de Andrés, extrovertido y tremendamente simpático, en Zumárraga y en Cádiz, en donde conquistó el corazón de muchas personas que aún me preguntan por él cuando las encuentro.
En el norte lo despidieron, Ayuntamientos nacionalistas, dándole una cena; en El Puerto hay quien todavía no lo ha despedido, que sigue creyendo que Andrés nunca se fue.
Unos años después de mi llegada, se fue a su tierra, a la Sevilla de su corazón, promocionado a un puesto de gran responsabilidad y para superar una de las experiencias policiales más bonitas e intensas que se puedan vivir.
En una España asediada por el terrorismo, sin mirar nada más que hacia delante, los españoles nos atrevimos a montar, a pesar de lo comprometido del momento, dos acontecimientos de máximo riesgo a la vez que de primera magnitud internacional; quizás en la resonancia que iban a tener, estaba el enorme riesgo que se corría: Olimpiadas y Exposición Universal.
La seguridad de uno de ellos, la Expo'92, fue responsabilidad directa asignada al comisario Andrés Díaz.
Una Expo que se preludia con un suceso estremecedor: la captura, a la entrada de Sevilla, de un terrorista de ETA que transporta en un coche ciento cincuenta kilos de explosivos. Mal presagio para un evento que va a durar casi seis meses; mucho tiempo y muchas oportunidades para que, los que quieren dañar la imagen de España, no tengan su dudoso minuto de gloria. Pero la Brigada policial que dirige Andrés lleva ya muchos meses trabajando concienzudamente y sus frutos son de esperar.
Una magistral relación de las actividades policiales que se llevaban a cabo, se refleja en este libro lleno de dinamismo y tensión, en donde se narran cosas que ocurrieron pero que no se conocieron, a la vez que se plasman pensamientos acertados, certeros, sobre lo que estaba ocurriendo en la oscuridad de la política, sin que nadie nos enterásemos.
Alegres y divertidos viajes a Estados Unidos, Rusia y Venezuela, invitado por las autoridades policiales de dichos países, a las que había conocido durante la Expo, jalonan esta amena narración, con aventura incierta en una avioneta para ir a una isla de la que no sabían si podrían volver, o un despliegue policial en Nueva York, digno de una película de Hollywood.
O la visita oficial a Quántico, la academia del FBI y el recibimiento en el aeropuerto de Caracas, con honores de jefe de estado.
También la intriga sobre la muerte de una amiga, del Pabellón Ruso, sabedora de grandes secretos; una enamorada de España que se compró un chalet en El Aljarafe y a la que misteriosamente atropelló un camión en Moscú, cuando iba caminando por la acera.
Acaba la Expo’92 sin ningún incidente destacable. Un éxito que a Andrés pertenece una buena parte. Y parece que al acabarse los grandes eventos y volver todo a la normalidad, se ha terminado aquella ráfaga de esplendor.
Viene luego una etapa triste, en la que sale a relucir el desánimo y la oscuridad, pero de pronto, otra luz ilumina los pasos del veterano policía y se le ofrece una posibilidad única: poner en marcha en Sevilla el programa Policía 2000.
Y es todo un éxito que se narra en el libro desde principio al fin, con anécdotas y sinsabores, pero de manera amena y divertida.
Y, por último, el final del camino. Un destino de los que antes se decía para sobrino de obispo. Nada menos que Agregado del Ministerio del Interior en Sudamérica, con sede en Bolivia.
De ahí parte la idea de escribir estas memorias que a base de páginas se convierten en un interesante documento. De aquel destino salen las mejores secuencias, las amistades que llegó a realizar y los servicios que hizo a nuestro país.
Allí conoció al líder cocalero Evo Morales y a sus asesores, a personalidades internacionales como Hugo Chávez y a varios presidentes de la República de Bolivia, uno de los cuales, Gonzalo Sánchez de Losada vino a pasar una Semana Santa con él a Sevilla, después de una visita oficial a España.