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Koofi - Cartas a mis hijas. La historia de la parlamentaria afgana que ha desafiado a los talibanes (Memorias) (Spanish Edition)

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    Cartas a mis hijas. La historia de la parlamentaria afgana que ha desafiado a los talibanes (Memorias) (Spanish Edition)
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    Santillana Ediciones Generales, S.L.
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    2013
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Cartas a mis hijas. La historia de la parlamentaria afgana que ha desafiado a los talibanes (Memorias) (Spanish Edition): resumen, descripción y anotación

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Í ndice

Quisiera dedicar este libro a mi madre, que fue la maestra más amable y talentosa del mundo, a mis dos hijas, que son las estrellas de mi vida, y a todas las mujeres de Afganistán.

P rólogo

S EPTIEMBRE DE 2010

La mañana en que escribí la primera carta a mis hijas debía asistir a una reunión política en Badakhshan, la provincia que represento como parlamentaria afgana. Badakhshan es la provincia más septentrional de Afganistán, y limita con China y Tayikistán. Es también una de las regiones más pobres, agrestes, remotas y culturalmente más conservadoras de todo el país.

Esta provincia posee el índice más alto de mortalidad materno-infantil de todo el mundo, debido, en parte, a su inaccesibilidad y a la extrema pobreza de su gente. Pero en parte también a una cultura que en ocasiones coloca la tradición por encima de la salud de la mujer. Es raro que un hombre busque tratamiento hospitalario para su esposa, a menos que resulte evidente que no podrá sobrevivir de no ser atendida por un médico. Para cuando la mujer llega al hospital, con frecuencia después de tres o cuatro días de agonizante trabajo de parto, mientras viaja a lomo de burro por rocosos senderos de montaña, por lo general, ya es demasiado tarde para salvar su vida y la del niño.

Ese día me advirtieron que no viajara a Badakhshan porque habían llegado rumores de una amenaza muy creíble: los talibanes planeaban matarme colocando una bomba improvisada debajo de mi automóvil. A los talibanes no les gusta que las mujeres ocupen cargos tan poderosos en el gobierno, y les disgustan aún más mis críticas públicas a ellos.

Ya han intentado matarme varias veces.

Recientemente fueron incluso más lejos que de costumbre, amenazando mi hogar e informándose de mis itinerarios al trabajo para poder colocar una bomba en cualquier punto del trayecto, y hasta organizando a un grupo de hombres armados para que atacara una caravana de vehículos policiales asignados a mi custodia. Un reciente ataque con armas de fuego contra mi coche duró unos treinta minutos y dos policías resultaron muertos. Durante todo el tiroteo, permanecí dentro del vehículo sin saber si saldría viva o muerta.

Los talibanes y todos los que buscan silenciarme por opinar en contra de la corrupción y del mal gobierno de mi país no van a ser felices hasta que me vean muerta. Aquel día, sin embargo, no hice caso de la amenaza, así como tampoco había hecho caso de todas las innumerables amenazas anteriores. Si no las ignorara, no podría hacer mi trabajo. Pero, de todos modos, me sentía amenazada y atemorizada. Como me sucede siempre. Esa es la verdadera naturaleza de la amenaza, como bien saben quienes utilizan esa táctica.

A las seis de la mañana, desperté con suavidad a mi hija mayor, Shaharzad, de 12 años, y le dije que si no regresaba a casa después de este viaje de un par de días, debería leerle la carta a su hermana Shuhra, de 10 años. Los ojos de Shaharzad, llenos de interrogantes, se toparon con los míos. Posé mi dedo sobre sus labios, las besé en la frente, a ella y a su hermana, que aún dormía, y salí de la habitación en silencio cerrando la puerta al salir.

Mientras me alejaba de mis hijas, sintiendo como si desgarraran una parte de mi propio cuerpo, sabía que no era improbable que terminara asesinada. Pero mi trabajo es representar a la gente más pobre de mi país. Esa misión, junto con la crianza de mis bellas hijas, es lo que da sentido a mi vida. Ese día sentía que no podía defraudar a mi gente. Nunca la defraudaré.

Primera parte

Queridas Shuhra y Shaharzad:

Hoy viajo por asuntos políticos a Faizabad y Darwaz. Espero regresar pronto y veros de nuevo, pero no puedo ocultaros que existe la posibilidad de que eso no suceda.

He recibido amenazas de muerte en este viaje. Quizás, esta vez, estas personas lo logren.

Como madre vuestra, me produce un inmenso dolor deciros esto. Pero, por favor, entended que estoy dispuesta a sacrificar mi vida si eso significa la paz para Afganistán y un futuro mejor para los niños de este país.

Llevo esta vida para que vosotras —mis preciosas hijas— seáis libres de vivir vuestra vida y de soñar todos vuestros sueños.

Si me matan y no os vuelvo a ver, quiero que recordéis estas cosas.

Ante todo no me olvidéis.

Como aún sois jóvenes y tenéis que terminar vuestros estudios y no podéis vivir de manera independiente, quiero que vayáis a vivir con vuestra tía Khadija. Ella os quiere mucho y cuidará de vosotras por mí.

Tenéis mi autorización para usar todo el dinero que tengo en el banco. Pero usadlo con prudencia y para vuestros estudios. Concentraos en vuestra educación. Las niñas tienen que educarse si quieren sobresalir en este mundo de hombres.

Una vez que terminéis la escuela quiero que prosigáis vuestros estudios en el extranjero. Quiero que os familiaricéis con los valores universales. El mundo es un lugar inmenso, bello y maravilloso, y está ahí para que lo exploréis.

Sed valientes. No le temáis a nada en la vida.

Todos los seres humanos morimos algún día. Tal vez hoy sea mi día. Pero si eso ocurre, por favor, sabed que habré muerto por un propósito. No dejéis este mundo sin haber logrado algo. Enorgulleceos de tratar de ayudar a la gente, y de hacer de nuestro país y del mundo un lugar mejor.

Un beso para las dos.

Os quiero,

Vuestra madre


S olo una niña

1975

Incluso el día en que nací se suponía que moriría.

Muchas veces he mirado a la muerte a la cara en mis 35 años de vida, pero sigo viva. No sé por qué razón, pero sí sé que Dios tiene un propósito para mí. Tal vez sea para que gobierne mi país y lo ayude a salir del abismo de corrupción y violencia en que se encuentra sumido. O, tal vez, simplemente para que sea una buena madre para mis niñas.

Fui la decimonovena de los veintitrés hijos que tuvo mi padre, y la última hija de mi madre, su segunda esposa. Cuando se quedó embarazada de mí, estaba físicamente exhausta por los siete hijos a los que ya había dado a luz, y también muy deprimida por haber perdido el afecto de mi padre frente a la muy reciente y jovencísima séptima esposa. Por todo eso quiso que yo muriera.

Nací en medio del campo. Durante los meses de verano, mi madre y una multitud de sirvientes realizaban el viaje anual para pastorear el ganado y las ovejas en las cumbres más altas de las montañas, donde la hierba era más tierna y sabrosa. Era su única oportunidad de escapar de la casa durante varias semanas. Mi madre asumía el mando de todo el operativo, recolectando suficiente fruta seca, nueces, arroz y aceite para sustentar al pequeño grupo de viajeros durante los aproximadamente tres meses en que estarían fuera. Los preparativos para el viaje eran causa de gran algarabía, se planeaba todo hasta el más mínimo detalle antes de que una caravana, a lomos de burro y caballo, partiese a través de los pasos de montaña en busca de las tierras más elevadas.

Mi madre amaba esos viajes y, mientras cabalgaba a través de los pueblos, su alegría por sentirse libre por un tiempo de las cadenas del hogar y las tareas domésticas, respirando el aire fresco de la montaña, era evidente.

Hay un dicho local que afirma que cuanto más hermosa y apasionada es una mujer, más bonita luce sentada sobre un caballo con su burka. También se decía que nadie se veía más hermosa a caballo que mi madre. Era por algo en su postura, por el modo en que se mantenía erguida, con la espalda bien recta, y por su dignidad.

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