Óscar Ortiz Rodriguez - Memorias de un Ser Menor (Spanish Edition)
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- Libro:Memorias de un Ser Menor (Spanish Edition)
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- Año:2015
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Memorias de un Ser Menor (Spanish Edition): resumen, descripción y anotación
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A Aroa,
por hacerme sentir de verdad.
Hay decisiones que no hay que comprender, sobre las que no hay que recapacitar, y de las que, pase lo que pase, no debes arrepentirte.
Esta es, seguramente, una de ellas.
Hubo una dedicatoria anterior a esta. En ella os echaba la culpa a todos vosotros por impulsarme a escribir, a escribirme. Os agradecía ese pequeño empujón que me dais a través de esas redes sociales donde vuelco palabras y sentimientos, prestándome vuestro tiempo y vuestra atención, sin pedir nada a cambio.
Y me quedé muy corto.
Quizás no lo sepáis, pero una primera versión de este libro vio la luz en formato electrónico y libre. Versión que un puñado de gente se descargó, leyó, y que incluso se imprimió en papel. Supongo que sonará raro lo que os voy a decir, pero toda esa gente, de una u otra forma, me ha hecho sentir escritor. Y no es trivial, si supierais el tremendo respeto que le tengo al término “Escritor”, y lo lejos que estoy de considerármelo por el enorme esfuerzo personal que conlleva poder llegar a serlo, entenderíais lo jodidamente loco que ha sido llegar a sentirlo.
Personas que te envían comentarios indescriptibles. Desconocidos que escriben páginas —líneas no, páginas— de reseñas sobre lo que han sentido al leer este libro. Gente que te abre su corazón y te dan las gracias por ser su voz, por plasmar en letras lo que sienten y son incapaces de escribir.
En serio, no se puede agradecer lo suficiente, os invitaría a mi vida a cada uno de vosotros si fuera materialmente posible.
Pero, y por ello reescribo los agradecimientos, hay una persona que tiene más culpa que el resto. Ella dice que su porcentaje de culpa es del 5%, y que el otro 95% es mía. Pero para que algo suceda siempre tiene que haber un punto de inflexión, un detonante que haga que todo eche a andar, y sin ese empujón nada de esto habría sucedido. Así que, Perla Gómez Di Vuolo, según lo veo yo, si alguien siente este libro, si alguien lo disfruta, si alguien acaba con él encima de la mesita de noche para releerlo y subrayarlo, debería culparte tanto a ti como a mí. Me ayudaste a crearlo, me ayudaste a darle forma, lo leíste conmigo, y fuiste la primera en imprimirlo en papel. Darte las gracias me sabe a poco.
Eso sí, seamos justos: si a alguien no le gusta el contenido, el estilo o la estructura, es enteramente culpa mía, no se vaya a llevar mis hostias injustamente.
Y ahora me vais a permitir una licencia más, algo un poco más egoísta. Me vais a dejar presentarme.
Los que me seguís desde hace tiempo sabéis que me muevo bajo el pseudónimo de Malleuus Hildeson, y es una bonita condena, pero condena al fin y al cabo. Uno crea una máscara para aislarse del mundo, un disfraz ideado con el fin de eludir determinados aspectos de la realidad que podrían amenazar toda tu estabilidad, sin ser realmente consciente de que, al final, el personaje acabará sepultando a la persona. No quiero matar al personaje —le he tomado cariño—, pero sí creo que es el momento de que empiece a convivir con la persona, de que salga la otra mitad que lo complementa y que los dos compartan este viaje, de la mano, tropezando juntos.
Malleuus es la mano que mueve la pluma, pero la vida es de Óscar Ortiz, es mía.
Nada más, tan sólo desearos buen viaje y recordaros que os estaré esperando al final, temblando de miedo y excitación por saber si esto que he escrito con todo mi cariño y mucho esfuerzo, os ha tocado de alguna forma.
Espero que lo disfrutéis.
“No es vida hasta que no vives en alguien”
De pequeño me enseñaron que hay muchas formas de vivir, y que todas ellas, por descabelladas que puedan parecer, son válidas. No tardé demasiado en descubrir que iba a vivir a través de los demás.
No hablo de gente cercana. No hablo de familia o amigos. Hablo de desconocidos. De esos que te cruzas por la calle y te llaman la atención por su normalidad, por ser tan comunes, tan grises, que no puedes dejar de preguntarte cuál es su historia. Porque todos tenemos una, como mínimo y por fortuna.
Mi padre era uno de esos que sólo te prestaba atención cuando te salías de su norma: no hables como una niña; no uses pañuelos de tela que es una guarrada; no duermas con osos de peluche. Mi madre, por el contrario, no estaba.
Yo vivía con mis abuelos, y creo que es lo que me salvó de ser uno más. Aunque toda historia es relativa a cuando se recuerda, o a quien te acompaña cuando la relatas. Por aquel entonces, con siete años, más que una salvación parecía una pequeña condena. No es fácil llorar todas las noches por echar de menos a alguien que no te echa de menos.
Así que crecí observando. Crecí viviendo de los detalles de los niños del parque, de los niños de la piscina que una vez casi me ahogan, de los niños que jugaban al fútbol mientras yo pateaba el aire, a cuatro metros sobre la cabeza del portero, sentado en el muro del descampado que usaban como campo. Juro que nunca les escupí.
Tenía muchos primos, tantos como envidias por el trato preferencial de mis abuelos, que eran los que tenían el dinero de la familia. Así que en lugar de compartir, destruían. Mi abuela nunca entendía por qué mis juguetes se rompían tan rápido y se perdían con tanta facilidad. Excepto los libros: lo bueno de vivir en un pueblo pequeño es que la cultura da urticaria. Quizás por eso siento desapego por las cosas, y por la familia de sangre.
Pero mi vida no importa, no más allá de servir de vínculo para todas esas historias que he vivido, historias en tercera persona. Quizás no te hayas dado cuenta, pero la gente habla mucho de sí misma. Creo que es porque hay muy pocas personas que escuchan de verdad, por eso no tienen miedo a desnudarse. El mundo siempre ha estado más preocupado de guardar su propia ropa que de mirar la de los demás, a no ser que sea para criticarla. Pero si te fijas todos cuentan su historia. Si miras desde la perspectiva adecuada, si observas con los ojos limpios de prejuicios y la mente en blanco de tu propia realidad, ahí están: gestos, palabras, sonrisas, lágrimas, cicatrices, tatuajes, miradas y pies de página con la información necesaria para descifrarlos.
Sólo hay que querer leer y tener paciencia para comprender.
Y es paradójico, siempre resultan más fáciles de leer cuanto menos conoces a la persona, pero más deseas hacerlo. Supongo que es una forma de objetividad, una especie de aura que te hace más sensible, más cercano, más apetecible.
Es muy fácil ser un buen desconocido: te acercas, dices hola, y todo comienza. A veces desde el principio, y otras veces desde el final.
Somos lo que pensamos.
Somos lo que escribimos.
Somos lo que no sabemos ocultar, lo que se filtra por las pequeñas hendiduras de nuestra coraza.
Y somos afortunados por no ser capaces de controlarlo.
“Y tú eres todo lo que pasa mientras me decido”
Uno siempre viaja porque busca algo: un recuerdo que te reconforte cuando crees no tener nada más; un álbum de fotos que enseñar a las visitas de los sábados por la noche mientras los niños duermen; un punto de inflexión que usar como palanca de una vida rutinaria.
Yo viajo para encontrarme.
Recuerdo aquella vez en una ciudad oscura, andando por calles tan estrechas y sucias que daban la sensación de estar recorriendo las arterias de un gordo cincuentón al borde del infarto. La basura era parte de la ciudad. La decadencia decoraba los portales de esos after coronados con luces de neón fundidas. La gente no era gente, eran sombras que parpadeaban en sincronía con las farolas: existían durante un par de segundos y desaparecían al instante, y nada te aseguraba que volverían a reaparecer. Supongo que de haber conseguido verles los ojos me habrían contagiado su indiferencia.
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