Fawzia Koofi - Cartas a mis hijas
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- Libro:Cartas a mis hijas
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:2012
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Cartas a mis hijas: resumen, descripción y anotación
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Me gustaría agradecer a las siguientes personas:
A mis hijas por su paciencia y el tiempo que me dedicaron mientras escribía estas historias.
A Nadene que ha colaborado enormemente conmigo en la escritura de las historias y en la narración del libro.
A Elsa que me ha sido de una gran ayuda en la construcción de las historias, en la utilización del ordenador y en corregir el libro tantas veces y con tanta paciencia.
A mi hermano Ennayat que consagró una semana de su tiempo a viajar con Nadene y conmigo a las remotas regiones montañosas de Badakhshan para rememorar las historias de nuestra infancia.
Al personal de seguridad de mi barrio por proveer la seguridad necesaria a todo el equipo durante el viaje a nuestro pueblo.
A Kaka Yatim, el valiente conductor que nos llevó por algunos de los caminos más difíciles de Afganistán durante dos días y dos noches sin parar para que pudiésemos escribir las historias.
Shaharzad:
Hoy viajo por asuntos políticos a Faizabad y Darwaz. Espero regresar pronto y veros de nuevo, pero no puedo ocultaros que existe la posibilidad de que eso no suceda.
He recibido amenazas de muerte en este viaje. Quizás, esta vez, estas personas lo logren.
Como madre vuestra, me produce un inmenso dolor deciros esto. Pero, por favor, entended que estoy dispuesta a sacrificar mi vida si eso significa la paz para Afganistán y un futuro mejor para los niños de este país.
Llevo esta vida para que vosotras —mis preciosas hijas— seáis libres de vivir vuestra vida y de soñar todos vuestros sueños.
Si me matan y no os vuelvo a ver, quiero que recordéis estas cosas.
Ante todo no me olvidéis.
Como aún sois jóvenes y tenéis que terminar vuestros estudios y no podéis vivir de manera independiente, quiero que vayáis a vivir con vuestra tía Khadija. Ella os quiere mucho y cuidará de vosotras por mí.
Tenéis mi autorización para usar todo el dinero que tengo en el banco. Pero usadlo con prudencia y para vuestros estudios. Concentraos en vuestra educación. Las niñas tienen que educarse si quieren sobresalir en este mundo de hombres.
Una vez que terminéis la escuela quiero que prosigáis vuestros estudios en el extranjero. Quiero que os familiaricéis con los valores universales. El mundo es un lugar inmenso, bello y maravilloso, y está ahí para que lo exploréis.
Sed valientes. No le temáis a nada en la vida.
Todos los seres humanos morimos algún día. Tal vez hoy sea mi día. Pero si eso ocurre, por favor, sabed que habré muerto por un propósito. No dejéis este mundo sin haber logrado algo. Enorgulleceos de tratar de ayudar a la gente, y de hacer de nuestro país y del mundo un lugar mejor.
Un beso para las dos.
Os quiero,
Vuestra madre
Queridas Shuhra y Shaharzad:
Muy pronto aprendí lo difícil que es ser una niña en Afganistán. Las primeras palabras que, por lo general, oye una recién nacida son las conmiseraciones que recibe su madre: «es solo una niña, una pobre niña». No puede decirse que esta sea una gran bienvenida al mundo.
Luego, cuando la niña alcanza la edad escolar, se enfrenta al problema de si se le permitirá o no ir a la escuela. Si su familia será lo suficientemente valiente o rica como para enviarla a la escuela. Cuando un varón crece, pasa a representar a la familia y su salario ayuda a alimentarla, de modo que todos quieren que sus hijos varones se eduquen, pero, por lo general, en nuestra sociedad el único futuro de una niña es el matrimonio. Las hijas no aportan ninguna contribución económica a la familia y, por lo tanto, a los ojos de mucha gente no tiene sentido educarlas.
Cuando una niña cumple los 12 años, puede que los parientes y vecinos comiencen a murmurar por qué aún no le han encontrado un pretendiente. «¿Algún muchacho ha pedido su mano? ¿Hay alguien dispuesto a casarse con ella?». Si no hay ninguna propuesta de matrimonio en el aire, empezarán a correr rumores de que es porque se trata de una mala chica.
Si la familia ignora esos comentarios y deja que la niña cumpla los 16 años, la edad legal para poder casarse, sin haberle encontrado un marido, y si le permite casarse con alguien de su elección o, al menos, desaprobar el candidato escogido para ella, entonces la niña tendrá la oportunidad de gozar en parte una vida feliz. Pero si la familia está bajo una fuerte presión económica o se deja llevar por las habladurías de la gente, casará a su hija antes de los 15 años. Entonces, esta chica que al nacer oyó decir «es solo una niña», se convertirá a su vez en madre. Y si da a luz una niña, las primeras palabras que el bebé oirá volverán a ser «es solo una niña», y así continuará generación tras generación.
Ese fue mi comienzo. «Solo una niña» nacida de una mujer analfabeta.
«Solo una niña» habría sido la historia de mi vida, y probablemente la vuestra también. Pero la valentía de mi madre, vuestra abuela, cambió nuestros rumbos. Ella es la heroína de mis sueños.
Con cariño,
Vuestra madre
Shaharzad:
Crecí durante las décadas de 1970 y 1980. Ya sé que os parece que fue hace mucho tiempo. Aquella fue una época de grandes cambios políticos en todo el mundo y en la que el pueblo de Afganistán sufrió mucho a causa de los soviéticos y de los comandos ilegales de los muyahidín.
Esos años fueron el comienzo del desastre para el pueblo de Afganistán y para mi infancia. Cuando empezó la revolución comunista, tenía 3 años, una edad en la que los niños necesitan amor, seguridad y poder crecer en el cálido ambiente de un hogar. Pero en esa época la mayoría de los padres de mis amigos hablaban de emigrar a Pakistán e Irán, y se preparaban para una vida de refugiados. Los niños escuchaban que sus padres susurraban cosas de las que la gente nunca había oído hablar antes, extraños aparatos de guerra llamados tanques y helicópteros.
Oíamos palabras como «invasión», «guerra» y «muyahidín», palabras que no significaban nada para nosotros. Pero aunque no entendíamos, presentíamos que algo andaba mal por la forma en que nuestras madres nos abrazaban con fuerza por las noches.
Me alegra tanto que vosotras no hayáis conocido nunca la incertidumbre y el temor de una época como esa. Ningún niño debería tener que pasar por eso.
Con cariño,
Vuestra madre
Shaharzad:
De niña no conocía las palabras guerra, cohete, heridos, asesinato, violación.
Palabras que lamentablemente hoy son familiares a todos los niños afganos.
Hasta los 4 años solo conocía palabras felices.
Añoro esas noches de verano en las que dormíamos en la gran terraza de la casa de mi tío. Su casa estaba al lado del hooli y su terraza tenía la mejor vista del valle, por lo que a la familia le gustaba reunirse allí. Mi madre, las esposas de mi tío y la mujer a la que yo llamaba «mi madrecita» —la cuarta esposa de mi padre y la mejor amiga de mi madre— se sentaban allí y nos contaban viejos cuentos hasta muy tarde por la noche.
Los niños nos quedábamos sentados en silencio como hechizados, bajo el cielo azul o la brillante luna amarilla, escuchando esas dulces historias. Nunca cerrábamos las puertas de noche y no había guardias de seguridad con armas, como hoy en día. No había ladrones ni otros peligros de los que preocuparse.
En esos tiempos felices, rodeada del amor de todos, apenas me daba cuenta de que mi vida había comenzado con la degradación de mi madre y el pesar por mi nacimiento, y que me habían dejado expuesta fuera, bajo un sol abrasador, para que muriera.
Nunca sentí que mi nacimiento había sido un error. Solo me sentía amada.
Pero esa vida feliz no duró mucho tiempo. Tuve que crecer rápido. El asesinato de mi padre no fue más que la primera de muchas tragedias y muertes que ocurrirían en nuestra familia. Mi infancia terminó cuando fuimos forzados a dejar aquellos maravillosos jardines de Koof, con sus manantiales y sus umbrosos árboles, convirtiéndonos en refugiados sin hogar en nuestro propio país.
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