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Sin noticias de Dior - La imagen va en la primera hoja (ver manual)

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Beatriz Miranda

Sin Noticias De Dior

Esto es una obra de ficción basada en mi experiencia como periodista especializada en moda, pero cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.


A todas las mujeres de mi familia.

Resumen

¿Quién dijo que no se podía rezar a Dior?

María Granada Peralta Guelbenzu, alias Nada y Flori, su asistenta paraguaya, se han quedado a solas en el precioso chalé donde viven con el resto de la familia de doña Nada, su segundo marido y sus dos hijos pequeños, veinteañeros, un domingo de verano. Para matar las horas de aburrimiento, la señora ha decidido hacer limpieza general y se ha metido en su impresionante vestidor, repleto de joyas vintage y actuales de las mejores marcas españolas y extranjeras: Dior, Chanel, Gucci, YSL, Elio Berhanyer, Balenciaga...

Mientras tanto, Flori pasa el aspirador en la planta de abajo esperando la llegada de sus tres hijos varones desde Paraguay a los que arde en deseos de abrazar.

Pero sus hijos no han hecho el viaje desde Asunción precisamente para abrazarla. Flori es maniatada por esos hijos a los que ha criado y mantenido y doña Nada acaba encerrada en su magnífico vestidor. Los ladrones comienzan a desvalijar la casa sin saber que lo más valioso de la casa está dentro del zulo de lujo donde han encerrado a la señora.

Doña Nada, sin poder salir, hace repaso a través de sus vestidos de su propia vida. Una vida llena de secretos, glamour, situaciones cómicas pero también dramáticas. Y reza. Reza a Dios por salir de ésta, pero sobre todo a Dior, pues es la frivolidad en lo que realmente cree.

Un vestido de terciopelo recién adquirido en la tienda de esta firma francesa y que esa misma tarde ha de recibir en su casa podría salvarla...

¿Logrará doña Nada sobrevivir a tantas horas de encierro junto a sus recuerdos? ¿Superará Flori la traición de sus hijos?

Un estupendo retrato de una generación, una época y un prototipo de mujer que resulta ser, al final, mucho más auténtica que la imagen que proyecta.

Nada

—¡Flooooriiiiiiii!

Esta mujer está cada día más sorda. No puedo con ella. Bueno, sin ella tampoco. Otra vez están sucias las hebillas de los zapatos. Le tengo dicho que les pase un paño una vez por semana. Estos Roger Vivier parecen de un disfraz de D’Artagnan después de que los usara una chica de barra.

—¿Floriiiiiiiiiiiiii?

Debe de estar pasando el aspirador por el salón. Por eso no me oye. Lo de poner paredes de Pladur en este vestidor fue una mala idea. Las roñoserías de Ricardo. Oyes lo que no quieres oír y cuando quieres que te oigan nadie lo hace. Pfffffff. El marco de este espejo también necesita un buen plumero. Vaya mala cara que tengo... ¡Ay! ¡Se me ha clavado algo en el pie! Eso me pasa por ir descalza. ¿Qué hace una pieza de Lego aquí? Ya ha vuelto a entrar Pedrito. Menos mal que aún no anda y yo paso aquí más horas que Elvi delante del ordenador. ¿Es que nadie vigila a la criatura? ¡Le dejan gatear por donde quiera y no hay un solo enchufe capado en esta casa! Pobrecito mío... Como la moqueta es mullida y las barras de este burro muy frías... Le gusta chupar el metal. A mí también me pirraba de cría.

—¡¡¡¡¡¡FLOOO-RÍÍÍÍ!!!!!!

Nada, no hay manera. No sé por qué lleva tantos años trabajando en esta casa. No la puedo soportar. Mira, tampoco me ha abrillantado la bisutería antigua de la vitrina y se lo repetí mil veces. Podría poner tanto empeño en ella como cuando se cepilla su dentadura dorada. ¿Cómo permitió que le pusieran esas fundas dentales horrendas a los 14 años? Serán de oro auténtico, espero. Ya pueden, porque si no, no tiene sentido semejante faena. Aunque Marga me dijo que en Paraguay solían ponerlas de rodio, como los pendientes de Trifari. Qué horror, aunque en piezas vintage este material me encanta.

Flori sí que está vintage . Como yo. Tenemos la misma edad, pero parece de la de mamá. Venga, no puedo ser tan cruel. En el Altiplano el brillo dental es señal de poderío. De clase. De casta, de clan. Como llevar un collar de perlas australianas al casino de la calle Alcalá de Madrid, ni en broma al de Torrelodones, cuando tienes 15 años. Por cierto, tengo que sacar de la caja fuerte mi gargantilla de perlas. ¿Estaba en el banco, en la caja fuerte o en el joyero? Ni me acuerdo.

Me la pidió el otro día Gadea, pero creo que me voy a hacer la loca. Me da pánico que Pedrito se la arranque y las cuentas se esparzan por las escaleras como en el videoclip de Shakira que me enseñó Ricky el otro día.

—¡¡Flori, chica, haz el favor de subir!!

No pienso gritar más. En realidad no la necesito ahora mismo y me urge más que haga a fondo el salón ahora mismo, que el lunes vienen los chicos a cenar porque quieren ver a los hijos de Flori, que vienen esta noche a pasar una temporada a España. Flori está empanada desde que sabe que vuelven, sobre todo porqu e viene Luis Javier, que se crió aquí. Los tres llegan hoy a última hora, creo. Voy a apuntar en un papel todo lo que tiene que hacer su madre esta tarde aquí dentro, que no es poco, y se lo doy. Pues luego me pedirá horas libres. Haré una copia porque luego se me olvida lo que le he encargado y no quiero que me engañe una vez más. Que se cree que soy tonta.

Esta mujer... Le viene al pelo llamarse Flori. Está gorda como Florinda Chico. Y le ha venido Dios a ver conmigo, tanto como a Flori Pérez con Amancio Ortega. Me refiero a Dios, pero también a Dior, porque no es la primera vez que le regalo alguna de mis barras de labios gastadas de la maison . Y no le da ningún apuro. ¡A mí me daría un repelús heredar cualquier cosa suya! Ayyyy, esta mujer saca lo peor de mí... Pero la quiero tanto... Bueno, no. La necesito tanto... Si un día se me marcha me da un infarto de miocardio. Yo ya no estoy para enseñar mis manías a otra.

Me fascina contemplar mi colección de cosméticos. Es divina. Qué gran acierto reciclar este secreter con cubiertos de plata que heredé de tía Olympia. Desde que lo vacié e hice brazaletes para regalar con los tenedores, cuchillos y cucharas, en sus cajoncitos tengo todas las polveras que compro por duplicado desde hace más de 40 años. Unas para usarlas y otras para admirarlas. En definitiva, para abrirlas, rozar los logos grabados en sus estuches con las puntas de los dedos, comprobar que sus espejitos no conservan ni una mota de polvo, que las esponjas permanecen vírgenes y aún no las ha ensuciado el producto. Para oler el perfume de los pigmentos... ¡Qué maravilla! Es como estrenar una caja de lápices de una papelería de Biarritz el primer día de colegio.

Cierro con llave por si acaso. Esto solo es para uso y disfrute mío. Una de mis grandes proezas. Mi pieza favorita es un rouge de Chanel del año 1969. Tiene un pincel escondido que sale de la base si aprietas un botoncito. Qué buen invento y qué cómodo. Es la primera barra que adquirí por partida doble. El primer labial, como dicen ahora las dependientas horteras, esas que te llaman «cariño» sin conocerte. Lo compré con una de mis primeras pagas.

Qué generoso era papá. Me dio 100 pesetas de aquella época. Siempre fui una visionaria para estas cosas. Me gustaría que un día alguien tasara mi colección. Porque tendrá algún valor, digo yo. Pero quiero exponer las piezas, no venderlas. Aunque las niñas no las quieran, cuidarán mis polveras como Dios manda. Lo escribiré, mejor dicho, exigiré que se cumpla esa voluntad en mi testamento. Ay, mira esta polvera con un lapislázuli en el cierre... Tengo que hablar con Ricardo... o con la Academia del Perfume.

Me pica la curiosidad. Esta tarde veré a Luis Javier, el hijo pequeño de Flori. ¡Tendrá ya al menos 25 años! Flori llegó a casa embarazada de él y dejó a sus otros dos churumbeles en Asunción, con el padre, que vaya canalla. Crié a Luis Javier como si fuera hijo mío. Flori se empeñó en ponerle un nombre compuesto, como los protagonistas de las telenovelas, pero con dos apelativos españoles porque nació aquí.

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