Bellefleur - La imagen va en la primera hoja (ver manual)
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Joyce Carol Oates
Bellefleur
En memoria de Henry Robbins
(1927-1979)
El tiempo es un niño jugando a las damas;
el reino está en manos de un niño.
HERÁCLITO
Esta obra es fruto de la imaginación y como tal obedece, con humildad y audacia, a las leyes de la imaginación. Que el tiempo gire y se retuerza, y si ahora desaparece después vuelva a hacerse poderosamente presente; que el «diálogo» quede en algunos casos enterrado por la narrativa y en otros se presente de forma convencional; que a lo inverosímil se le conceda una autoridad y se vea honrado por una complejidad habitualmente reservada a la ficción realista… ha sido intención de la autora. Bellefleur es una región, un estado del alma, y existe; y allí, sacrosantas , sus leyes son completamente lógicas.
JOYCE CAROL OATES
Nota de la Autora 5
Resumen 10
LIBRO UNO 11
La llegada de Mahalaleel 12
La laguna 29
La maldición de los Bellefleur 41
El embarazo 47
Jedediah 62
«Poderes» 68
El río 84
El búho real 86
La extraña premonición que vino del vientre 93
Caballos 101
El torbellino 111
Nocturno 122
LIBRO DOS 128
El frasquito de veneno 129
La visión 140
La araña, Amor 146
El niño sin nombre 159
El jardín amurallado 164
Riachuelo Sangriento 172
El poeta 177
Paie-des-Sables 181
La Montaña Sagrada 191
En la habitación de los niños 199
El sabueso 207
La Habitación de la Contaminación 220
Tirpitz 235
La fiesta de cumpleaños 244
LIBRO TRES 254
En movimiento 255
Cosas embrujadas 263
Cassandra 267
«El carnicero de Innisfail» 275
La fuga 289
La celebración de los cien años de la bisabuela Elvira 295
En las montañas, por aquel entonces… 308
Enlaces desventurados 314
El tutor 325
Pasión 330
Otro carruaje… 338
El buitre del Noir 339
El Cristo de Kincardine 349
Reflejos 358
El hijo perverso 363
Los devoradores de lodo 366
LIBRO CUATRO 373
Reloj Celestial 374
Belladona 378
Automóviles 388
El demonio 393
La muerte de Stanton Pym 400
Solitario 408
La cornalina 410
La proposición 428
El espejo 436
Érase una vez… 441
Mount Ellesmere 452
Las mandíbulas devoran… 456
La huelga 465
La cosecha 475
LIBRO CINCO 479
El clavicordio 480
El rostro de Dios 492
La laguna en otoño 498
Las ratas 501
El espíritu del lago Noir 508
Interrogante 516
Aire 520
La boda feliz 528
El tambor de piel 535
La niña traidora 545
La laguna desaparecida 552
La orquídea morada 556
Venganza 558
Desconocido para Gideon… 567
Las mandíbulas… 574
El asesinato del sheriff del condado de Nautauga 578
Hijos de la noche 589
La negra Lucy 600
La promesa incumplida 605
Aguas calmas 612
La destrucción de la mansión Bellefleur 615
El ángel 622
Epílogo 628
Sobre la autora 631
El rico y notable clan de los Bellefleur vive en una enorme mansión en medio de una montañosa región a orillas del mítico Lago Noir. Poseen vastos terrenos, negocios rentables, dan empleo a sus vecinos e influyen en el gobierno. Un prolífico y excéntrico grupo que congrega a varios millonarios, un asesino en serie, un buscador espiritual que sube a las montañas para encontrar a Dios, un noctámbulo adinerado que muere por el rasguño de un pollo, una bebé, Germaine — la heroína de la novela — , y sus padres, Leah y Gideon son algunos de los personajes que pueblan esta historia, una de las obras maestras de la aclamada autora.
La crítica ha dicho:
«Una lectura maravillosa... Una proeza de la imaginación y el intelecto... Una asombrosa construcción... El trabajo de un genio.»
The New York Times Book Review
«Personajes tan ingeniosamente caracterizados que parecen salirse de las páginas, mejores aun que de carne y hueso.»
Los Angeles Times Review
MAHALALEEL
Fue hace muchos años, en aquellos tiempos oscuros, caóticos, insondables, previos al nacimiento de Germaine (casi doce meses antes de su nacimiento), durante el transcurso de una noche del fin de septiembre, una noche agitada por vientos frenéticos, como espíritus que hubieran entrado en liza — ora con pesar, ora con ira, ora con la sutil delicadeza del violonchelo, capaz de erizar la piel de los brazos y el cuello — , una noche tan sofocante y movida, tan llena de anhelos silenciados que Leah y Gideon Bellefleur volvieron a discutir en su enorme cama bañados en lágrimas, porque su amor era demasiado voraz como para ser contenido por simples cuerpos mortales; y sus palabras balbucientes, desconsideradas, angustiadas, parecían cintas de seda salvaje entrelazadas con violencia (pues cada uno pensaba que el amor del otro no era equiparable al suyo, ni nunca podría serlo: Leah sospechaba que ningún hombre era capaz de sentir un amor profundo y silencioso, como la laguna de un bosque; Gideon sospechaba que ninguna mujer comprendía la naturaleza de la pasión masculina, una pasión que podía desgarrarlo, dejarlo quebrado y extenuado, vulnerable como un niño). Fue aquella noche turbulenta, azotada por la lluvia, cuando llegó Mahalaleel a la mansión Bellefleur, a orillas del lago Noir, donde viviría casi cinco años.
La mansión era conocida por los lugareños como el castillo Bellefleur, algo que a la familia nunca le gustó, ni siquiera a Raphael Bellefleur, que construyó la imponente mansión muchas décadas atrás gastándose casi un millón y medio de dólares, en parte para su esposa Violet y en parte como estrategia para su campaña política. A Raphael Bellefleur le ofendía e incomodaba la palabra «castillo», que para él representaba el Viejo Continente, el pasado, el cementerio putrefacto que era Europa (así se refería al continente con frecuencia, con esa voz nasal, entrecortada y formal que parecía siempre dirigida a un gran público), y cuando el abuelo de Raphael, Jean-Pierre Bellefleur, fue expulsado de Francia y repudiado por su propio padre, el duque de Bellefleur, el pasado dejó de existir, sencillamente.
— Ahora somos todos americanos — decía Raphael — . No tenemos más remedio que ser americanos.
La mansión se alzaba en lo alto de una colina cubierta de hierba y rodeada de pinos y arces y falsos abetos. Desde allí se veía el lago Noir y a lo lejos el Mount Chattaroy, siempre entre la neblina, el pico más alto de las Chautauquas. Su silueta imponente y sus torres almenadas anunciaban la presencia de un castillo: el estilo general era gótico inglés con cierta influencia morisca (Raphael estudiaba con afán los planos de innumerables castillos europeos mientras despedía a un arquitecto tras otro, lo que iba alterando el espíritu de la edificación de modo gradual), una belleza cruda y violenta en constante expansión, algo jamás visto en aquel rincón del planeta. Para ello hizo falta un pequeño ejército de obreros que invirtió más de siete años en su construcción. Fue en aquellos tiempos cuando el nombre de «Bellefleur» se dio a conocer en todo el estado, provocando los más diversos elogios y halagos (que pronto cansaron a Raphael, a pesar de considerarlos justos) además de algún que otro comentario burlesco en la prensa (para su asombro absoluto, que prevalecía sobre la furia. Ningún ser civilizado y en su sano juicio podía dejar de conmoverse ante la grandiosidad de la mansión Bellefleur). «Mansión Bellefleur», «castillo Bellefleur», «monumento de los Bellefleur», «monumental capricho de los Bellefleur»: ésos eran los comentarios. Pero todos coincidían en que jamás se había visto nada igual en el valle del Nautauga.
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