• Quejarse

Unknown - La imagen va en la primera hoja (ver manual)

Aquí puedes leer online Unknown - La imagen va en la primera hoja (ver manual) texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 0101, Género: Historia. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

Novela romántica Ciencia ficción Aventura Detective Ciencia Historia Hogar y familia Prosa Arte Política Ordenador No ficción Religión Negocios Niños

Elija una categoría favorita y encuentre realmente lee libros que valgan la pena. Disfrute de la inmersión en el mundo de la imaginación, sienta las emociones de los personajes o aprenda algo nuevo para usted, haga un descubrimiento fascinante.

Unknown La imagen va en la primera hoja (ver manual)
  • Libro:
    La imagen va en la primera hoja (ver manual)
  • Autor:
  • Genre:
  • Año:
    0101
  • Índice:
    4 / 5
  • Favoritos:
    Añadir a favoritos
  • Tu marca:
    • 80
    • 1
    • 2
    • 3
    • 4
    • 5

La imagen va en la primera hoja (ver manual): resumen, descripción y anotación

Ofrecemos leer una anotación, descripción, resumen o prefacio (depende de lo que el autor del libro "La imagen va en la primera hoja (ver manual)" escribió él mismo). Si no ha encontrado la información necesaria sobre el libro — escribe en los comentarios, intentaremos encontrarlo.

Unknown: otros libros del autor


¿Quién escribió La imagen va en la primera hoja (ver manual)? Averigüe el apellido, el nombre del autor del libro y una lista de todas las obras del autor por series.

La imagen va en la primera hoja (ver manual) — leer online gratis el libro completo

A continuación se muestra el texto del libro, dividido por páginas. Sistema guardar el lugar de la última página leída, le permite leer cómodamente el libro" La imagen va en la primera hoja (ver manual) " online de forma gratuita, sin tener que buscar de nuevo cada vez donde lo dejaste. Poner un marcador, y puede ir a la página donde terminó de leer en cualquier momento.

Luz

Tamaño de fuente:

Restablecer

Intervalo:

Marcador:

Hacer

Jorge llopis Lo malo de la guerra es que hace Pum Índice Capítulo 1 6 - photo 1

Jorge llopis

Lo malo de la guerra es que hace ¡Pum!

Índice

Capítulo 1 6

Capítulo 2 15

Capítulo 3 25

Capítulo 4 33

Capítulo 5 45

Capítulo 6 55

Capítulo 7 64

Capítulo 8 74

Capítulo 9 82

Capítulo 10 90

Capítulo 11 101

Capítulo 12 112

Capítulo 13 120

Capítulo 14 129

Capítulo 15 138

Capítulo 16 147

Capítulo 17 155

Capítulo 18 163

Capítulo 19 172

Capítulo 20 180


A los que, como yo, creen que el

hom bre puede llegar a ser algo más

que un bípedo.

Capítulo 1

EL QUE SE DEMUESTRE QUE, A VECES, AL QUE MADRUGA

NO LE AYUDA NADIE

Despertarse por la mañana después de haber pasado una noche sosegada y tranquila parece la cosa más natural del mundo. Pues ya ven ustedes: a pesar de su aparente sencillez, despertarse no es todo lo fácil que parece a primera vista. Y eso que yo, desde 1882 hasta la fecha, o sea durante los treinta y dos años que dura mi agitada existencia, me he despertado siempre bastante bien, modestia aparte. Y hasta podría afirmar, sin temor a parecer pedante, que lo hice siempre con cierta elegante dejadez, muy en consonancia con la decoración en tonos suaves de mi alcoba.

Despertarse, digo, es una labor ardua, una labor difícil para la que se requieren especiales conocimientos. Pues bien: a pesar de que yo en la materia hubiera podido licenciarme, aquel 24 de junio de 1914 no lograba despertarme con la soltura a que, me tenía acostumbrado a mí mismo.

La jornada anterior había sido para mí una de tantas jornadas tediosas, de las muchas que proporcionaba con ejemplar desprendimiento Pipemburgo, la capital de Aktinien, nuestro pequeño y tradicional país, situado en el corazón de Europa. Es cierto que Aktinien era una nación pequeña; pero, en cambio, era pobre. Pobre, no miserable. Ostentaba su indigencia con la mayor dignidad, como esas viejecitas limpias que a veces piden limosna a la salida de los templos, avergonzadas de ser pobres y viejecitas. Bien; pues, a pesar de su pobreza, Aktinien era alegre y risueña. Delante de los cristales de las ventanas de sus casas se veían tiestos llenos de flores, y detrás, visillos impolutos, con unos zurciditos monísimos, pobres, pero honrados.

La misma aleg ría que reinaba por calles y plazas invadía el Ministerio de Asuntos Exteriores, un vetusto caserón, situado en la confluencia de la avenida Carlota y la calle Ember. No teníamos macetas con flores en los balcones, es verdad; pero en nuestros pechos llevábamos a la primavera en persona.

Y es que en el Ministerio de Asuntos Exteriores aktitinio la vida transcurría leve, encantadora, sin altibajos, sin emociones. El trabajo estaba distribuido de una manera exacta y equitativa: por las mañanas solíamos no hacer nada; por las tardes pasábamos en li mpio el trabajo que habíamos he cho por la mañana.

Bien es verdad eme los sueldos eran escasos y con frecuencia se extraviaban inexplicablemente y no llegaban jamás a manos del interesado, el cual, si intentaba esclarecer las causas de tan lamentable incidente, recibía una respuesta tan diplomáticamente vaga que, de haberla recibido Talleyrand, no sabemos qué hubiera contestado. Seguramente algo parecido a lo que solíamos exclamar nosotros, pero en francés.

Y eso que yo, como primer secretario de Embajada, no podía tener queja, ya que casi toda mi actuación diplomática tuvo lugar en Oriente, y allí no cobrábamos, es cierto, pero tampoco entregábamos al Tesoro lo que la Embajada recaudaba por diversos métodos, que mejor será pasar por alto.

Pero volvamos a mí despertar. En efecto: algo extraño presentía yo desde esa inquietante atmósfera intermedia entre el sueño y la realidad.

Hice un examen mental de las posibles catástrofes que le pueden ocurrir a las nueve de la mañana a un hombre soltero... No; la cuenta semanal del alquiler de mi habitación la había cobrado la señora Braun el día anterior. ¿El sastre?... El sastre había aceptado la situación como los egipcios debían recibir las crecidas devastadoras del Nilo... Entonces, ¿qué, qué?

Todas las mañanas, al despertarme, tenía la costumbre de hacer una cosa importantísima: abrir los ojos. Pues bien: aquel día no lo hice. Abrí uno nada más: el izquierdo.

Respiré satisfecho. Se filtraba una tenue luz a través de las delicadas cortinas grises, que la señora Braun aseguraba eran de color verde y que, sin duda, lo fueron alguna vez, como la propia señora Braun debió ser joven y hasta hermosa, según pro pi a confesión. Alegremente pude comprobar, ayudado por la matutina claridad, que mi habitación estaba yacía y no había en ella persona alguna, hombre, mujer o cosa análoga.

—¡Por Dios, querido Rudolf, yo siempre estoy en el sitio en que menos se espera encontrarme! — dijo una voz que salió de vaya usted a saber dónde.

No sé cuánto tiempo estuve inmóvil, paralizado por el terror, con mi ojo izquierdo abierto de par en par y mi ojo derecho cerrado de par nada más. Tuve miedo. ¿Por qué? Todos ustedes lo han adivinado: porque la voz que acababa de oírse no era la de una persona, así, así, como a todos se nos antoja que son las persona s: era la voz del barón von Manol en.

Y no es que el barón von Manolen fuera a reclamarme en tan inoportuna ocasión los quinientos rublos que me prestó aquel otoño en San Petersburgo, ni intentara esclarecer el reparto de beneficios resultantes de la venta de los muebles de nuestra Embajada en Constantinopla, no; pero...

¡El barón von Manolen era el jefe del Servicio Secreto aktinio! Y, lo que es peor, el barón tenía una extraña manera de comportarse, nacida acaso de su trato con gentes de todos los países. Y su extravagancia llegaba al extremo de encontrar como la cosa más natural del mundo el comer ostras con mermelada de naranja o el pasearse con un ramo de margaritas por él puerto de Marsella.

De una de las más ilustres familias del país, Ludwig Ernest Blumempampen, barón von Manolen, era el prototipo del hombre de mundo. A su gran erudición unía ese don de gentes que proporciona el ver la propia fotografía en un pasaporte diplomático. Desempeñó difíciles misiones en diferentes Embajadas, hasta que un día comprendió que su verdadera vocación no era la diplomacia a pleno sol, sino la que se agazapa en las sombras y mina y socava, y finge, y disimula. Por eso organizó el Servicio Secreto aktinio. Y cuando alguien se asombraba al comprobar su carácter estrafalario, él sostenía la curiosa teoría de que «no hay silencio más profundo que el que produce el estrépito». De ahí que a veces pensara yo si aquella forma tan poco natural de comportarse no sería acaso el silencioso estrépito del barón.

Decidido a todo, abrí mi ojo derecho. La voz del barón dijo:

—Su decisión ha sido muy oportuna, amigo Rudolf ; mantenerse tanto tiempo con un ojo cerrado y el otro abierto no ha sido muy correcto, reconózcalo. Y admita conmigo que las consecuencias de ese singular guiño hubieran sido funestas de haber nacido yo mujer. Pero tranquilícese: hasta el momento no lo soy, ni creo que llegue a serlo nunca.

Me incorporé en la cama para contemplarle a placer. Hacía más de seis años que no nos veíamos... Le busqué por la habitación... El barón asomaba entre las faldas de la mesa camilla el perfil agudo de su rostro sagaz.

Se justificó:

—Perdone que haya escogido este escondrijo; pero, la fuerza de la costumbre..., ¡me cuesta tanto trabajo —suspiró— actuar a plena luz!...

Bajo sus finas y bien perfiladas cejas, el barón von Manolen solía tener los más enigmáticos ojos que jamás contemplaran las viejas cancillerías. Su delgada nariz parecía solamente colocada en aquella cara como esas flechas que señalan la salida de un local. Sí; estaba allí para indicar: más abajo está la boca. Y la boca era digna de tal indicación, porque sustentaba eternamente su sonrisa, entre desdeñosa y profunda, que, de haberse, podido imprimir, llevaría como título Tratado del perfecto hombre misterioso.

Página siguiente
Luz

Tamaño de fuente:

Restablecer

Intervalo:

Marcador:

Hacer

Libros similares «La imagen va en la primera hoja (ver manual)»

Mira libros similares a La imagen va en la primera hoja (ver manual). Hemos seleccionado literatura similar en nombre y significado con la esperanza de proporcionar lectores con más opciones para encontrar obras nuevas, interesantes y aún no leídas.


Reseñas sobre «La imagen va en la primera hoja (ver manual)»

Discusión, reseñas del libro La imagen va en la primera hoja (ver manual) y solo las opiniones de los lectores. Deja tus comentarios, escribe lo que piensas sobre la obra, su significado o los personajes principales. Especifica exactamente lo que te gustó y lo que no te gustó, y por qué crees que sí.