Lena Mujina - El diario de Lena
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- Libro:El diario de Lena
- Autor:
- Editor:Ediciones b
- Genre:
- Año:2013
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E L DIARIO
DE L ENA
Lena Mujina
Traducción del ruso de Ana Guelbenzu
Título original: Blokadnyi dnevnik Leny Mukhinoi
Traducción: Ana Guelbenzu
1.ª edición: septiembre, 2013
© Editions Robert Laffont, Paris, 2013 ( Le Journal de Lena Moukhina )
© Central National Archive for Historical-political Documents, St. Petersburg, 2012
© Commentaries and introduction by Dr. Alexander Chistikov, Dr. Alexander
Rupasov, and Dr. Vladimir Kovalchuk, 2012
© Ediciones B, S. A., 2013
Consell de Cent, 425-427 - 08009 Barcelona (España)
www.edicionesb.com
Depósito legal: B. 21.257-2013
ISBN DIGITAL: 978-84-9019-568-0
Todos los derechos reservados. Bajo las sanciones establecidas en el ordenamiento jurídico, queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita de los titulares del copyright , la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, así como la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamo públicos.
Contenido
Prólogo
¡El sitio de Leningrado! No ha habido período más cruel de la historia de la ciudad, el actual San Petersburgo. Aquel día de verano, el 22 de junio de 1941, en que la Alemania fascista invadió la URSS nadie en la ciudad podía siquiera imaginar que quedaba menos de medio año para el comienzo del reinado de la muerte...
El diario que ofrecemos al lector de Lena Mujina, entonces una chica de dieciséis años de Leningrado, se ha conservado de milagro desde aquella terrible época. Sus páginas ofrecen un testimonio de los últimos días de la vida pacífica y los primeros meses de guerra en una ciudad donde el conflicto se coló a toda prisa y sus habitantes pacíficos y desarmados se encontraron durante mucho tiempo en el epicentro de la guerra. Se trata de un diario de una maravillosa sinceridad que aúna ingenuidad infantil y sabiduría adulta. Se lee «de una sentada» porque resulta apasionante y despierta en nosotros una gran empatía hacia la autora, lo que nos permite sentir toda la tragedia y el heroísmo de los «seres humanos pequeños», sencillos, normales y corrientes sobre los que se asienta el Estado y que escriben la historia de su país de igual modo que «los grandes personajes».
Sin embargo, conviene ofrecer una breve explicación, casi a modo de resumen, sobre la situación de Leningrado y sus habitantes durante el primer año de la guerra, incluido el invierno de 1941-1942, el período más terrible y «letal» del sitio de la ciudad. El contexto histórico ayudará a aclarar muchos de los hechos relacionados con la vida de Lena Mujina, sus compañeros de estudios, parientes y amigos.
Durante los primeros días de la guerra la ciudad ya empezó a cambiar de aspecto. En pocos días Leningrado quedó cubierto por una red de trincheras y grietas para refugiarse durante los bombardeos. Llamaban la atención las bolsas con máscaras antigás, tanto de los militares como de la población civil. Los escaparates de las tiendas y numerosos monumentos se taparon con tablas de madera o montones de sacos llenos de arena. Las afamadas estatuas de caballos de Peter Clodt von Jürgensburg abandonaron sus pedestales y encontraron refugio en el jardín del Palacio de los Pioneros. En los cristales de los pisos y las instituciones aparecieron tiras de papel blancas o azules pegadas en cruz. Al principio la ciudad parecía un hervidero de gente: colas en las tiendas y los bancos, filas de personas movilizadas y voluntarios junto a las oficinas de reclutamiento, multitud de evacuados en las estaciones de tren...
Mientras los combates avanzaban hacia Leningrado en puntos alejados del acceso a la ciudad, cerca de medio millón de ciudadanos, entre ellos Lena Mujina, se dirigieron reiteradamente a los barrios del oeste de la región para construir defensas. Sin embargo, a principios de 1941 el grupo del ejército alemán «Norte», bajo el mando del general y mariscal de campo Werner von Leeb, logró irrumpir en la ciudad por el Neva desde el suroeste y el sur a pesar de la encarnizada resistencia de las tropas soviéticas. Junto con los finlandeses que se aproximaban por el norte, el 8 de septiembre los alemanes establecieron un cerco y condenaron a más de dos millones y medio de personas a un lento aislamiento de la vida. El único punto que unía la ciudad asediada con la parte continental era el lago Ladoga, que ha pasado a la historia de Rusia gracias al llamado Camino de la Vida que supuso para la ciudad de Leningrado cercada.
El 5 de septiembre Hitler declaró: «A partir de ahora la zona de Leningrado será un escenario secundario de las acciones bélicas.» Eso significaba que iban a llevar a cabo esfuerzos militares desmesurados para hacerse con la ciudad, pues tenían la certeza de que tarde o temprano iba a caer. El 29 de septiembre los comandos militares y marinos alemanes recibieron una circular «sobre el futuro de la ciudad de San Petersburgo», en la que se acordaba: «Se ordena bloquear estrictamente la ciudad y arrasarla mediante fuego de artillería de todos los calibres y bombardeos aéreos constantes. Si como consecuencia de la situación creada en la ciudad se solicita la rendición, esta será rechazada, pues nosotros no podemos ni debemos solucionar los problemas de protección y alimentación de la población. Por nuestra parte en esta guerra [...] no tenemos interés en conservar ni siquiera una parte de la población de esta gran ciudad.»
Aun así, las autoridades municipales temían la irrupción de los alemanes en Leningrado, por lo que elaboraron el llamado plan «D»: dejar fuera de combate 58.510 objetivos en caso de amenaza de usurpación inmediata. Asimismo, en caso de toma de la ciudad por parte de las tropas alemanas, el comité municipal del partido bolchevique creó un organismo ilegal dentro del partido para organizar la resistencia ante los invasores.
Al principio, los ciudadanos de Leningrado no sabían que la ciudad estaba cercada. La presencia de las tropas alemanas en el extremo sur de la ciudad sí era un secreto a voces, ni siquiera era necesario tener vista de águila. Otra cosa eran las tropas finlandesas, que se habían detenido a 30-40 kilómetros de la frontera norte de la ciudad y no disponían de artillería de larga distancia. En los barrios del norte de Leningrado se corría mucho más peligro bajo el fuego de artillería que en los del sur y los centrales, por eso los habitantes no tenían la certeza absoluta de que la ciudad estaba cercada. Hasta principios de noviembre, cuando prácticamente se agotaron las existencias de víveres, las autoridades no contaron la verdad a los ciudadanos.
Nadie sabía que el asedio iba a oprimir la ciudad durante 872 días con sus noches. Sin embargo, en septiembre los ciudadanos de Leningrado ya sentían claramente el aliento en la nuca de las tropas que se aproximaban. Los bombardeos y el fuego de artillería diarios de los barrios civiles obligaban a sus habitantes a pasar muchas horas y varias veces al día en refugios antiaéreos. La curiosidad que al principio despertaban los primeros lugares afectados enseguida dio paso al miedo a los bombardeos y el fuego enemigo, y más adelante, debido a las terribles condiciones de hambre y frío, a la apatía. En cuanto a la meteorología, se alegraban cuando había visibilidad y no les gustaban los días soleados o las noches de luna clara, pues aumentaban las posibilidades de que los alemanes bombardearan la ciudad. No obstante, el mal tiempo no los liberaba del fuego enemigo: durante los primeros seis meses y pico de asedio solo hubo 32 días en que no cayeron proyectiles en las calles de la ciudad.
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