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Lena Dunham - No soy ese tipo de chica

Aquí puedes leer online Lena Dunham - No soy ese tipo de chica texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 2014, Editor: ePubLibre, Género: Niños. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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Lena Dunham No soy ese tipo de chica
  • Libro:
    No soy ese tipo de chica
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    2014
  • Índice:
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No soy ese tipo de chica: resumen, descripción y anotación

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Lena Dunham es la creadora de Girls la aclamada serie de HBO de la que es - photo 1

Lena Dunham es la creadora de Girls, la aclamada serie de HBO, de la que es productora ejecutiva, guionista, directora y protagonista. Ha sido nominada a ocho premios Emmy y ha ganado dos Globos de Oro, incluyendo el de mejor actriz por su trabajo en Girls. Es la primera mujer que ha obtenido el premio del Sindicato de Directores de América por su trabajo como directora en esta comedia. Dunham también ha escrito y dirigido dos largometrajes (uno de ellos es Tiny Furniture, 2010) y colabora habitualmente con The New Yorker.

Vive y trabaja en Brooklyn, Nueva York.

No soy ese tipo de chica es una obra de no ficción. Algunos nombres y detalles reveladores han sido cambiados

Para mi familia, por supuesto.

Para Nora.

Y para Jack,

que es tal y como ella dijo que sería.

«En lo más profundo de su alma, sin embargo, estaba esperando a que algo sucediera. Paseaba los ojos desalentados por la soledad de su existencia, oteando la lejanía, como un marinero en peligro, por si veía aparecer alguna vela blanca entre las brumas del horizonte. No sabía cuál podía ser aquel evento azaroso, ni el viento que lo traería hasta ella, ni a qué costas la llevaría con él, como tampoco si sería un bote de remos o un navío de tres puentes, cargado de angustias o rebosante de dichas hasta la borda. Pero cada mañana al despertar, esperaba que aquel día apareciera…».

GUSTAVE FLAUBERT, Madame Bovary

«Qué rápido transformas

la energía que la vida te arroja

en arcos y flechas de arte».

MI PADRE, reprendiéndome

Introducción Tengo veinte años y me odio a mí misma Mi pelo mi cara la curva - photo 2

Introducción

Tengo veinte años y me odio a mí misma. Mi pelo, mi cara, la curva de mi barriga. La forma en la que mi voz sale vacilante, y mis poemas sensibleros. La forma en la que mis padres me hablan, en un registro ligeramente superior al que usan con mi hermana, como si fuera una funcionaria que se ha vuelto loca y, si me presionaran demasiado, fuese a hacer saltar por los aires a los rehenes que tengo atados en el sótano.

Disfrazo este odio con una especie de autorreconocimiento agresivo. Me tiño el pelo de amarillo fluorescente y me lo corto más por delante que por detrás, al estilo mullet, inspirándome en fotos de las madres adolescentes de los ochenta más que en cualquier tendencia de belleza actual. Me visto de lycra neón que se ciñe siempre donde no toca. Mi madre y yo tuvimos una pelea enorme cuando elegí una camiseta corta con estampado de plátanos y unos leggings rosas para ir al Vaticano y los turistas religiosos alucinaban y daban media vuelta.

Vivo en una residencia que hasta no hace mucho era un asilo para gente con pocos recursos, y no me gusta pensar dónde estarán ahora. Mi compañera de habitación se ha mudado a Nueva York para explorar la comida de la huerta al plato y el lesbianismo, así que estoy sola en un bajo de una habitación, un hecho del que disfruto hasta que una noche una jugadora de rugby arranque la puerta de entrada e irrumpa en la residencia para atacar a la mujeriega de su novia. Me he comprado un reproductor de VHS y unas agujas de tejer y me paso la mayoría de las noches en el sofá tejiendo media bufanda para un chico que me gusta y que tuvo una crisis maníaca y dejó los estudios. He hecho dos películas cortas que mi padre cataloga como «interesantes pero que no vienen al caso», y estoy tan bloqueada como escritora que he empezado a traducir poemas de idiomas que no hablo, una especie de ejercicio surrealista que se supone que debería inspirarme, pero también evitar que tenga esos perversos y repetitivos pensamientos que aparecen sin previo aviso: soy horrible. Acabaré viviendo en un psiquiátrico para cuando cumpla los veintinueve. Nunca llegaré a nada.

Si me vieras en una fiesta, no te lo imaginarías. Entre la multitud soy un torrente de alegría, ataviada como una reina con vestidos de alguna tienda de segunda mano y uñas postizas, mientras lucho contra el sueño que me provocan los 350 miligramos de medicación que tomo cada noche. Lo doy todo bailando, riéndome de mis propios chistes y haciendo referencias casuales a mi vagina, como si fuera un coche o una cómoda. Tuve mononucleosis el año pasado, pero la verdad es que nunca se fue del todo. De vez en cuando una de mis glándulas se hincha como una pelota de golf y me sobresale del cuello como uno de los tornillos que mantienen de una pieza al monstruo de Frankenstein.

Tengo amigas: un agradable grupo de chicas cuyas pasiones (la repostería, secar flores, organización comunitaria) no me matan. Eso me hace sentir culpable, siento que mi incapacidad de estar en casa con ellas demuestra, de una vez por todas, que no soy buena. Me río, acepto ir y encuentro algún motivo para volver pronto a casa. No me quito de encima la sensación de que mis verdaderas amigas me están esperando, más allá de la universidad, mujeres poco corrientes cuyas ambiciones son tan grandes como sus transgresiones pasadas, con el pelo recogido en moños altos, dramáticos como las podas artísticas en Versalles, y que nunca dirán «demasiada información» cuando les cuentes un sueño erótico que has tenido con tu padre.

Pero así es también como me sentí en el instituto, segura de que «mi gente» era de otra parte e iba a otra parte y que me reconocerían nada más verme. Les gustaría tanto que no importaría si yo me gusto a mí misma. Verían lo bueno que hay en mí, y así yo también podría verlo.

Los sábados mis amigas y yo nos montamos en el viejo Volvo de alguna de ellas - photo 3

Los sábados, mis amigas y yo nos montamos en el viejo Volvo de alguna de ellas y nos vamos a una tienda de segunda mano donde compramos baratijas que apestan a las vidas de otras personas y ropa que creemos que mejorará la nuestra. Todas queremos parecer personajes de las series de nuestra juventud, las adolescentes a las que admirábamos cuando aún éramos unas crías. Los pantalones nunca me quedan bien a menos que vaya a la sección premamá, así que sobre todo me compro vestidos con forma de saco y jerséis gigantes.

Algunos días mi botín es tremendo: un traje color melocotón con sutiles manchas de café, leggings con un trampantojo de cadenas en los laterales, un par de botas hechas especialmente para alguien con una pierna más larga que la otra. Pero a veces no conseguimos mucho. El montón de falsas zapatillas Keds estampadas y los picardías rasgados han volado. En días como esos, me paseo por la sección de libros en la que la gente se deshace de guías para un divorcio mejor y de cómo hacer cosas a mano, a veces hasta de sus álbumes de recortes y los de fotos familiares.

Escaneo la estantería polvorienta, que parece la colección de libros de una familia desdichada y puede que incluso analfabeta. Ignoro los de consejos sobre cómo hacerse rico rápido, me paro un momento en la autobiografía de miss Piggy, contemplo un libro que se llama Sisters: The Gift of Love («Hermanas: el regalo del amor»). Pero cuando llego a uno viejo de bolsillo con los bordes tan amarilleados que parecen verdes, me detengo. Having It All («Tenerlo todo»), de Helen Gurley Brown, que ilustra con su propia imagen la portada, aposentada contra su impecable escritorio mientras viste la clase de traje color ciruela con hombreras que casualmente yo misma he llevado a veces, y luce perlas y una sonrisa de complicidad.

Me gasto los sesenta y cinco céntimos que cuesta llevármelo a casa. En el coche se lo enseño a mis amigas como si fuera un chiste decorativo, algo para mi estante de trofeos

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