Andrea Hejlskov no está satisfecha con su vida cotidiana. Ni ella ni Jeppe, su marido, encuentran sentido a su existencia: el trabajo ya no les motiva, sus hijos pasan todo el tiempo delante del ordenador y apenas existe verdadera comunicación en la familia. «La mayor traición que puede uno cometer consigo mismo es darse cuenta de que algo no funciona, y no hacer nada para remediarlo», dice Jeppe una noche. Con esa premisa, deciden abandonarlo todo y escapar a lo más profundo de un bosque en Suecia —lejos del consumismo y los convencionalismos de la sociedad moderna— para vivir una vida más auténtica, ser autosuficientes y reaprender tareas esenciales como cortar leña, encender un fuego, lavar la ropa en el río o construir su propia cabaña de troncos.
Con una sinceridad fuera de lo común, la autora danesa Andrea Hejlskov relata en primera persona cómo tomó la decisión radical y descabellada de huir a la Naturaleza, también hacia lo incierto, y todo lo que ocurrió después.
Andrea Hejlskov
Nuestra casa en el bosque
Título original: Og Den Store Flugt
Andrea Hejlskov, 2013
Traducción: Ilana Marx, 2018
Otros datos relevantes
Revisión: 1.0
21/02/2020
Autora
ANDREA HEJLSKOV: Nació en Dinamarca, en 1975. Estudió Psicología en Copenhague, donde también trabajó como profesora. Además, fue directora de una agencia de coaching y consultora empresarial. En la actualidad es periodista, escritora y conferenciante, así como activista contra el cambio climático. Ha escrito un libro para niños y Nuestra casa en el bosque (2013) que consiguió publicar gracias a una iniciativa de microfinanciación. Desde 2011 vive junto a su marido y sus cuatro hijos en un bosque del sur de Suecia.
Notas
[1] En inglés en el original. De significado poco claro, es la frase que se utiliza en diversas ocasiones en la serie de películas de la Jungla de cristal protagonizadas por Bruce Willis. Parece tener su origen en el viejo Oeste (N. de la T).
[2] En inglés en el original: retorno a la vida salvaje. (N. de la T.).
[3] Idem. Edificación sostenible, supervivencia y fuera de la red. (N. de la T.).
[4] Esponjoso (N. de la T,).
[5] Marca sueca de chocolate. (N. de la T).
[6] Literalmente «nave tierra». Se llama así a un tipo de casas solares construidas con materiales naturales o reciclados y de gran eficiencia energética (N. de la T.).
[7] Antiguo saludo de los países nórdicos en altamar: «¡Barco a la vista!». Aquí con sentido de «hola». (N. de la T.).
[8] Pobladores de Laponia que llevan a sus hijos atados a la espalda (N. de la T.)
[9] Carl Larsson (1853-1919) fue un pintor y diseñador de interiores sueco, considerado una celebridad en su país. El estilo de Carl Larsson cautivó a la época por la ternura que evocan sus numerosísimas ilustraciones donde representaba a su esposa Karin y a sus siete hijos. (N. del T.).
[10] Parque de atracciones de Copenhague. (N. de la T.).
[11] En inglés en el original: fuera de la red y fuera del radar (N. de la T.).
[12] Una serie de TV estadounidense de los años cincuenta: Little Home on the Prairie, 1974. (N. de la T.).
[13] En inglés en el original. Hace referencia a la canción de The Kingston Trio, del año 1962: Where have all the flowers gone? (¿Qué ha sido de todas las flores?) (N. de la T.).
[14] En la mitología nórdica, Jörmundgander o Jörmungandr, también llamada la Serpiente de Midgard, es una serpiente gigantesca. Un monstruo masculino engendrado por dos terribles dioses. Odín lo arrojó al mar, y creció tanto que mordiéndose la cola podía abrazar toda la tierra. (N. de la T.).
[15] En inglés en el original: «Manten al grupo unido». (N. de la T.).
[16] Letra de una canción de Fat Freddy’s Drop, «Quiero amar, no quiero luchar». Fat Freddy’s Drop es una banda de Nueva Zelanda. (N. de la T.).
[17] En inglés en el original: «Ahora mismo te odio mucho», pertenece a una canción de Kelis. (N. de la T.).
[18] En inglés en el original: darse cuenta de algo. (N. de la T.).
1
ERA UN DÍA SOLEADO. Creo que nadie puede entender el verdadero significado de la luz del sol hasta que ha intentado vivir al aire libre. Fuera. Al sol.
En los días soleados, el mundo nos canta canciones de cuna. Todo brilla como si estuviera alegre. El río se nos vuelve arteria, la sangre fluye, el viento nos transporta, nos seca las lágrimas. Los aromas nos despiertan recuerdos, nuestra alma se cura y Dios nos ama.
En los días soleados. Fuera. En la naturaleza.
Pero no aquel día.
Aquel día, la pantalla del ordenador reflejaba la luz del sol y tuve que entornar los ojos para poder escribir. Y eso no fue todo. Tuve que estirar mi cuerpo de forma incómoda, con un brazo en alto, el ordenador en la mano, y quedarme muy quieta. Estaba intentado conectarme a internet. Para subir algo.
«¿Qué sucede cuando una familia moderna abandona la sociedad actual y se marcha al bosque?». (Para vivir una vida más libre y simple, quise añadir, pero no lo hice. Un presentimiento quizá me lo impidió). Comenzar un blog tiene ventajas. Por ejemplo, cuando no se sabe cómo seguir adelante. Cuando no se sabe qué más hacer, un blog te puede ayudar a crear una historia coherente, hasta que todo vuelva a tener sentido y, cuando vuelva a tener sentido, ya sabes cómo continuar. Es como un flotador.
Está claro que también tiene ciertos inconvenientes. La gente podría odiarte, decirte que eres una mala madre, una mala persona, una mala ciudadana, una mala narradora. Puedes revelar demasiado, o demasiado poco. Hay muchas cosas que la gente no se atreve a decirte a la cara pero sí en un comentario en la red.
Es mejor esconderse. Quedarse quieto. Hacerse el muerto. Porque la gente es peligrosa. Hay depredadores peligrosos. En realidad, preferiría no tener nada que ver con ellos, por eso no sé qué hago aquí sentada. No sé si las ventajas de escribir un blog superan a los inconvenientes.
Para convencerme a mí misma, empecé a hablar.
Tengo algo que decir, y es importante que lo diga. Y seguí hablando.
—Tienes que arriesgar algo, tienes que echarte al ruedo, enfrentarte al león y luchar. De lo contrario, estás perdida.
Uno puede huir al bosque para esconderse. Muchos lo hacen, más de los que uno imagina, pero nosotros no lo hicimos para escondernos.
Huimos al bosque para encontrarnos a nosotros mismos.
Para reencontrarnos. Para encontrar el sentido de la vida.
No es que yo esperase que todo fuera fácil o que bailaríamos en un prado lleno de flores. Sabía que la vida en la naturaleza salvaje sería dura. Sabía que nos sentiríamos alienados y que no percibiríamos la naturaleza de una forma natural. Pero no estaba preparada para esto: estar sentada sobre una roca, el sol en los ojos, el brazo estirado hacia arriba, como si pudiera alcanzar el cielo y tocarlo. Como una idiota.
Entonces llegó el águila. Oía sus chillidos prolongados, y despertaron en mí —como siempre— una extraña añoranza. Volaba muy alto por encima del valle, el águila, y yo le seguía con los ojos entornados.