A Verónica Flut, que existe, y se llama Verónica Bello Arias.
A Telmo, que acaba de nacer, este primer cuento.
Este es Juanito Tot
ste es Juanito Tot. Juanito es pequeño, rubio, y entre sus habilidades se encuentran: correr (bien), dar saltos (bastante bien), la peonza (regular), fútbol (bastante bien), juegos de cartas (bien), cerrar los ojos fuerte hasta ver puntitos blancos (bastante bien), concentrarse para soñar lo que quiere (regular). Vive en una casa pequeña, porque es pequeño, y porque sus padres también son bastante pequeños. Todo el mundo comenta a veces lo pequeña que es la familia Tot. Tiene dos hermanos mayores (pequeños también) y una hermana bebé pequeñísima que es capaz de meterse su propio pie en la boca sin ayuda de las manos, cosa que no pueden hacer ni Juanito Tot ni sus hermanos, aunque ya lo han intentado varias veces. Sus padres son granjeros y tienen seis vacas, cinco ovejas, cuatro cabras, tres gallinas, dos caballos, un perro y cero mulos. La madre de Juanito Tot desea desesperadamente comprar un mulo, y se pasa todo el día preguntando que a ver cuándo van a comprarlo.
De noche casi siempre cenan espaguetis. La madre los cuece, el padre los cuela, los hermanos los mojan en agua y Juanito se los come más que nada. Le encantan los espaguetis, blancos, sin tomate, con muchísimo queso rayado, hasta que hace montaña. Luego revuelve la montaña, y se mete todos los que puede en la boca.
–¡Me encantan los espaguetis! –grita, porque le gustan tanto que no lo puede soportar, y hay veces que le encantaría que hubiese una palabra nueva para decir lo que le gustan los espaguetis, una palabra que significara «encantar», pero en muchísimo. Y un día se la inventa, la palabra es: «retinduntungunflintear»–. ¡Me retinduntungunflintean los espaguetis! –grita.
–No digas tonterías, niño –dice el padre de Juanito Tot.
A Juanito Tot le gusta, más que nada, batir récords. Ha batido ya varios récords, en su propia casa y en el colegio. Un día los contó, unos cuarenta. Sin exagerar. Ha batido, por ejemplo, el récord de comerse el que más rápido un plato de espaguetis casi lleno (dos minutos, siete segundos), el de carreras a la patacoja de su clase desde la puerta del colegio hasta el árbol en el que un día al profesor de deportes se le quedó colgada una zapatilla (dos minutos, siete segundos), el de aguantar bajo el agua en la bañera de casa sin respirar y sin hacer trampas (dos minutos, siete segundos), el de recoger su cuarto (dos minutos, siete segundos). Un día se preguntó por qué siempre tardaba dos minutos y siete segundos en hacerlo todo. Se rascó la cabeza durante dos minutos y siete segundos, mientras lo pensaba. Un misterio. Casualidades de la vida.
«Alucinante», pensó.
A Juanito Tot le gustaba bastante aquella palabra: «alucinante» y la decía siempre que podía.
–¿Jugamos al fútbol, Juanito?
–Alucinante.
–¿Qué tal las vacaciones, Juanito?
–Alucinante.
Y si nadie le preguntaba nada entonces buscaba él mismo una frase para poner la palabra:
–¿Sabes que mi hermana bebé es capaz de meterse su propio pie en la boca sin tocarlo con las manos? Alucinante...
A Juanito Tot le tenían mucho respeto en el colegio porque, aunque era pequeño, había batido bastantes récords.
Un día, cuando ya se iba a su casa por la tarde, Juanito Tot descubrió que en la entrada del colegio alguien misterioso había colgado un cartel enorme.
SE BUSCAN NIÑOS
CAPACES DE BATIR RÉCORDS.
INTERESADOS,
VENID URGENTEMENTE.
Firmado: Klaus Wintermorgen
(Recordman mundial)
–Alucinante –dijo Juanito Tot.
Y se fue corriendo a pedir permiso a sus padres, a ver si le dejaban, casi batió el récord: dos minutos, siete segundos.
Esta es Verónica Flut
sta es Verónica Flut. Verónica es altísima y morena, con los ojos almendrados y bastante guapa. Entre sus habilidades se encuentran: correr (bastante bien), saltar (bien), leer la mente (regular, sólo a veces), conseguir que el perro levante la pata cuando ella se lo pide mentalmente (dos veces seguidas), pestañear rápido (bastante bien), hablar al revés (bastante bien).Vive en una casa enorme, porque todos en su casa son bastante grandes, incluido el perro. Su padre es empresario y tiene seis fábricas, cinco camiones, cuatro productos, tres oficinas, dos tiendas, un ordenador y cero impresoras. La madre de Verónica Flut siempre está diciendo que a ver cuándo compran la impresora, que ella tiene un montón de cosas que le gustaría imprimir. Verónica tiene dos hermanas mayores (gigantes). Mariana y Mercedes, tan gigantes que se tuvieron que ir de casa porque casi ni cabían.
De noche cenaban filete. Su madre los descongelaba, su padre los freía, sus hermanas los ponían en los platos y Verónica se los comía más que nada. A Verónica le volvía loca el filete. Pensaba que podría pasarse la vida comiendo filete de todas las formas posibles; asado, frito, en bocata, con patatas o con pimientos, con ajito, empanado o a la barbacoa.
Un día el padre de Verónica le dijo que el universo era infinito y ella se quedó pensando aquello bastante tiempo. A Verónica le gustaba bastante pensar en el infinito. Y si pudiera estaría, igual que comiendo filetes, pensando en el infinito infinitamente. Porque era increíble que algo nunca se terminara, por ejemplo el espacio, ibas todo lo lejos que podías, incluso con la mente, y encima ni siquiera ahí se terminaba, sino que seguía, infinito. Más que el doble, más que el triple, más que si lo multiplicabas por mil veces y luego por otras mil, y el resultado, mil veces por mil veces, ni siquiera ahí se terminaba, ni siquiera había empezado, aquello era nada para el infinito, como una piedrecita minúscula, una mota de polvo, por eso era infinito. Y había que decirlo despacio: «IN-FI-NI-TO». Pero no podías pensarlo mucho, el infinito, que te mareabas. Cuando no estaba pensando en el infinito, Verónica Flut estaba batiendo récords. Se le daba bastante bien batir récords. Había batido casi cuarenta (los contó un día, exagerando un poco). Había batido por ejemplo el de una vuelta al patio con un ojo tapado (con los dos, imposible) en dos minutos, siete segundos. Y el de hacer que el perro le diera la pata cincuenta veces seguidas (dos minutos, siete segundos), y el de aguantar la pelota de tenis entre la nariz y la frente sin que se cayera (dos minutos, siete segundos), y el de aguantar sin pestañear (dos minutos, siete segundos). Y como siempre le daba el tiempo dos minutos siete segundos, se ponía a pensar que toda su vida iba a estar intentando batir récords y que siempre iban a salir dos minutos siete segundos, infinitamente.
Un día, mientras estaba intentando batir el récord de regar las plantas (dos minutos, siete segundos) su hermana Mercedes la llamó a gritos para que fuera a ver la televisión.