Blanca de punta en blanco
Blanca Graciela Romero Sadler celebró su boda a fines de 1995, poco antes de cumplir los 30 años. El cuento de hadas comenzó una noche estrellada en su ciudad natal de Golencia , entre luces y adornos propios de los meses que preceden la Navidad.
Soplaba un viento suave, sin carga excesiva de humedad como sucedía ocasionalmente en ese bello paraíso tropical de colores alegres. Blanca había soñado con su gran día desde siempre. Su visión había sido lucir un vestido elegante, de talle ajustado a su esbelta figura y falda amplia con armador. No podían faltar las flores bordadas a mano, con toques de perlas y cristales de Swarovski. Y así fue.
Al fin, después de muchos años de búsqueda, su amigo Félix Ricardo le había presentado hacía unos meses a Jonás Alfonso, el candidato perfecto para celebrar la gran noche y comenzar el ‘ser felices por siempre’ para el que ella se había preparado.
Blanca Graciela era la cuarta de cinco hermanos, en una época en la que no había muchas familias con cinco hijos. Sus padres, la Sra Blanca y el Sr Gabriel, disfrutaban de empleos estables que les permitían desempeñarse como educadores y volver a casa junto con sus hijos, una vez completada la jornada escolar.
Blanca siempre apreció el que su madre estuviera en casa por las tardes, pues su compañía la hacía sentir segura. Rosario era la señora que ayudaba en los quehaceres del hogar, porque una casa de 7 personas daba mucho que hacer. La Sra Blanca podía disfrutar el llegar a su casa limpia y ordenada, después de dar clases de tercero a quinto grado en el colegio local. El Juan XXIII quedaba al cruzar la calle del edificio en donde vivía la feliz familia Romero Sadler.
El Oriana II era un edificio de 3 torres, cada una de 7 pisos y un Pent House. Los Romero ocupaban el PH B, en la torre del medio. Los sueldos de docentes y las clases particulares que el Sr Gabriel ofrecía por las tardes, les había permitido obtener y casi pagar un crédito habitacional que les confirió uno de los bancos más estables del país. Allí se había mudado Blanca, junto a su familia, siendo apenas una bebé de 3 meses y vivió una infancia feliz y fructífera.
Uno de los recuerdos más queridos de Blanca fue el día en que comenzó clases de pintura con Monsieur Roulot, quien vivía en la casa grande de la esquina, al cruzar la avenida con isla, del otro lado del edificio. Se había animado a tomarse en serio lo que había comenzado como un pasatiempo en el apartamento de su amiga Elena Isabel. Elena y Blanca asistieron juntas a las clases de Monsieur Roulot desde los 7 años hasta que Elena Isabel partió a Texas al terminar la primaria.
El arte era parte de la vida de Blanca. Cada mañana se miraba en el espejo y se aseguraba de crear una imagen más que agradable a la vista. El cabello debía estar impecablemente en orden y los ojos perfectamente delineados por unas cejas sin pelos fuera de lugar.
A los 12 años comenzó a depilarse y asegurar que no hubiese ninguna conexión entre la ceja derecha y la ceja izquierda. Mantener limpio el tabique nasal la hacía sentirse radiante. Luego de los 15, ya oficialmente podía añadir sombras a sus párpados, además del discreto delineador con el que comenzó a experimentar apenas se recuperó de la primera depilación facial.
A los 17, ya graduada de bachiller, no debía rendir cuentas a la jefe de seccional por su apariencia y comenzó a lavarse su melena color miel con manzanilla. El efecto final no fue el deseado, así que utilizó todas sus dotes histriónicas para convencer al Sr Gabriel de que era tiempo de buscar ayuda profesional en obtener el tono perfecto para su cabello, que resaltara su rostro angelical.
Así comenzó con las ‘mechitas’, en un tono menos de su cabello color miel. Luego probó los reflejos y las técnicas que iban apareciendo con el pasar del tiempo. Después de mucho experimentar, decidió que las mechas eran lo que más le convenía y así se convirtió en la rubia Blanca, siempre de punta en blanco.
Como podrán imaginarse, un rostro perfecto con la melena formando un marco óptimo, debe ir acompañado de un cuerpo ejercitado y vestido a la altura requerida. Para Blanca, vestirse y maquillarse era un ejercicio diario de creación artística. Su conocimiento de la técnica de los colores y las figuras, hacía que el resultado fuese siempre admirable, y así lo asumió por el resto de su vida.
Uno de los momentos creativos más satisfactorios para Blanca fue aquella tarde de Diciembre de 1995, en la que salió del Rolls decorado con cintas de tafetán color rosa vieja, del brazo de su padre, a casarse con su Jonás.
Comienzo del cuento de hadas
La Iglesia Juan XXIII había sido decorada con cintas color rosa vieja y bordes plateados para hacer juego con las flores del vestido de novia de Blanca Graciela. Una boda era la ocasión perfecta para hacer de la novia una obra de arte culminante.
Blanca tenía su peluquero, Miguel Ángel, y su maquilladora, Angélica María, sus favoritos. Sólo debía darles los detalles de los cambios de última hora que su cerebro había procesado la noche antes del gran día. Todo quedó perfecto, incluso para los estándares de Blanca de punta en blanco.
Su gozo no cabía en su pecho al ver en el espejo el reflejo de su madre colocándole la tiara de la abuela María Corina sobre su recién completado peinado. Miguel Ángel había hecho honor a su nombre una vez más y había creado el peinado ideal: El moño cebolla hacia un lado de la nuca favorecía el rostro de Blanca y proporcionaba el terreno perfecto para colocar la tiara familiar.
Blanca era la segunda de las niñas de los Romero Sadler que se casaba. La familia tenía cierta experiencia en organizar eventos que quedaban hermosos sin gastar excesivamente. Los Romero Sadler siempre habían vivido dentro de sus posibilidades, pero asegurándose de satisfacer los requerimientos de belleza exigidos por una familia de críticos visuales.
Blanca había heredado la vena artística de su padre, quien se formó para la pedagogía de la historia del arte. El Sr Gabriel no había tenido la oportunidad de tomar clases de pintura de pequeño, como Blanca, así que aprovechó los conocimientos teóricos que pudo obtener en su educación superior para estar siempre rodeado de las más famosas obras de todo el mundo y de todos los tiempos. Pero Blanca era su pequeña obra maestra, él disfrutaba de cada creación plástica de Blanca desde que se inició en el pre-escolar.
La noche de la boda de Blanca, cuando llegó la hora de los discursos durante la cena, el Sr Gabriel leyó unas palabras que había preparado acorde con ese mismo espíritu de perfección y belleza que lo caracterizaba y que, él sabía, serían muy apreciadas por Blanca Graciela.
La recepción que siguió a la ceremonia religiosa fue digna de un cuento de hadas. Blanca era amiga de un par de violinistas quienes gustosamente accedieron a tocar a la entrada al salón de fiestas, sin cobrar. Era el regalo para Blanca en su noche especial. Si era algo que tenía Blanca, era su carácter llano, simple y alegre con el que se ganaba los corazones de todos los que la conocían.
La florista cobró sólo el costo de las flores de los hermosos arreglos, por ser compañera de arte de Blanca desde los tiempos de Monsieur Roulot. Así que Blanca gozó de música y flores de altura por una fracción del precio normal. María Eugenia, quien también creció con Blanca Graciela y Elena Isabel en el Oriana II, le regaló el Ave María cantado con órgano y se llevó a tres compañeras de coro para cantar durante la misa.
La madrina de la boda fue Elena Isabel, llegada de Houston para la ocasión. Vestía un traje color rosa viejo pálido que combinaba perfectamente con las cintas que adornaban los bancos de la Iglesia, el Rolls y la base de los floreros para Blanca y Jonás.