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Verónica Villanueva - La sesión de espiritismo

Aquí puedes leer online Verónica Villanueva - La sesión de espiritismo texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 2014, Editor: Verónica Villanueva Bejarano, Género: Detective y thriller. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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Verónica Villanueva La sesión de espiritismo

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La Sesión de Espiritismo

Por Verónica Villanueva Bejarano


Text copyright © 2014 Verónica Villanueva Bejarano

Todos los Derechos Reservados


A mi Coné por estar a mi lado cuando más la necesito y seguir conmigo a pesar de mis locuras.


Tabla de Contenido

La Sesión de Espiritismo

Vi por la ventana y efectivamente era de noche. Vi el reloj y era la hora indicada, ocho y cincuenta. El carruaje debía recogerme en cualquier momento y yo me encontraba listo, con mi reloj en el bolsillo, una pequeña botella de plata de brandy en el otro y mi pistola de corto alcance. ¿Por qué tan preparado? ¿A dónde me dirigía? Esas son las preguntas que a continuación responderé.

Me encontraba en el año 1855 en la ciudad de Lima, en el país que me vio nacer, Perú. Un amigo muy estimado, amigos desde el colegio, me invitó a una reunión un tanto peculiar. Desde joven se le dio por el misterio, conocer lo que sólo unos cuantos dotados podían saber y tratar de ver lo que sólo un enigmático velo podía revelar. Yo soy y siempre he sido muy escéptico y como mi querido amigo Julián siempre ha querido que yo crea en sus supersticiones pues me envió una misiva un tanto breve que rezaba:

“Estimado Claudio,

Vas a ir a una sesión de espiritismo conmigo. Te recojo a las ocho y cincuenta de la noche en dos días.

Siempre tu amigo,

Julián”

Pensé al leer la pequeña carta, por no decir “nota”, que era una de las tantas bromas que siempre se gasta mi amigo cuando está aburrido pero me di cuenta que no lo era cuando un día antes de la reunión me envió otra misiva que rezaba como sigue:

“Querido Claudio,

Ni se te ocurra faltar ni dejarme solo. Si lo haces te maldeciré hasta que se extinga toda tu generación.

Un abrazo,

Julián”

Y heme aquí en mi despacho, esperando a que mi mayordomo, Maximiliano, me avise que Julián Rosas de Vasco y Balboa se aparezca como por arte de magia o se vuelva humo y pase por debajo de la puerta. Con él ya no se sabía que pensar. Estaba revisando varios documentos, algunos encargos de Europa, cartas de mi novia y demás cosas de mis empresas cuando tocaron a mi puerta.

—Adelante. —Dije con voz despejada y serena.

—Señor, el joven Julián se encuentra… —Cuando vi que Julián pasó por el costado de mi mayordomo que lo conocía desde niño.

—Mucha ceremonia, Maxi. Si ya sabemos que cuando vengo, Claudio me recibe con los brazos abiertos.

Digamos que era la verdad pero mi amigo, hombre adinerado, buena posición política y de una de las familias más influyentes del país siempre se portaba como un niño teniendo la edad que compartimos, treinta años.

—No te preocupes, Maximiliano, todo está en orden.

—Como usted diga, señor. —Y con mirada fría y llena de orgullo, mi mayordomo se retiró dejando tras de sí una estela de inconformidad con la forma de llegar de mi amigo.

—Sabes bien que a Max no le gusta que lo llames Maxi y menos que le cortes la ceremonia protocolar de presentación. —Julián sólo me miraba mientras me escuchaba.

— ¡Déjate de tonterías, hombre! A donde vamos a ir, eso sí debes tomártelo enserio.

— ¡Y sigues con tus cosas, Julián! Tú ganas, como siempre. Iremos a tu bendita reunión “espiritista” ya que si no mi familia estaría maldita hasta mi última generación.

—Y lo puedo hacer. —Nos pusimos de pie y fuimos hacia la puerta.

—Sí, claro. —Lo dije porque en realidad no le creía.

— ¿No me crees? —Antes de abrir la puerta lo miré a los ojos y pensé que esa cabeza suya, por el momento, estaba llena de pajaritos o de aire.

—Vámonos que seguro llegamos tarde y después me vas a echar la culpa de todo, como siempre.

Sólo escuché su risa que retumbaba en el salón que estaba antes de llegar al vestíbulo.

—Su abrigo, señor. —Maximiliano me ayudó a ponerme el abrigo y me puse el sombrero.

—No esperes mi regreso, Maximiliano. Puede que regrese tarde y deseo que descanses. —Se lo dije porque estaba viejito y deseaba su bienestar.

— ¡Claro! Le voy a presentar a unas chicas y no creo que quieras escuchar el alboroto. —Julián, ahí va de nuevo.

Los colores le subieron al rostro a mi viejo mayordomo y miré con desaprobación a mi mejor amigo. Por supuesto que Julián tenía la cara de un santo y con esa cara se decía que no mataba a nadie el muy cretino. Finalmente me despedí de mi mayordomo y bajé los escalones hasta llegar a la acera y vi que el carruaje nos estaba esperando.

—Te advierto, Julián. —Levanté un dedo señalando al cielo y luego a su cara de querubín por la cual muchas mujeres siempre caían a sus pies—. Como sea una de tus tantas bromas, juro por todos los dioses que yo sí te maldeciré hasta el último de tus días.

— ¡Vaya hombre, que sensible! —Subió al carruaje y rió como si le hubiera contado un chiste.

Y las ganas de estrangularlo nunca habían sido tan fuertes y tan deliciosamente atrayentes como en ese preciso instante.

—Sube rápido que nos tenemos que ir.

—Ya voy, con un demonio. —Y no advertí que justo “eso” me podría estar esperando en aquel lugar.

Después de unos minutos de estar callados en el carruaje, llegamos a una casa que yo reconocía muy bien.

—Ni se te ocurra decirle a nadie que hemos venido a este lugar para lo que ya tú sabes. Se supone que sólo gente “selecta” está en este grupo y nadie debe de saber de estas prácticas. Hablé sobre ti al dueño de casa y él aceptó tu presencia aun sin conocerte. Es por ello que necesito tu más estricta discreción. —Algunas veces me quedaba admirado cuando mi amigo hablaba seriamente. Eran de los pocos momentos que podía ver que era listo y de muchos recursos.

Bajamos y tocamos a la puerta. Abrí los ojos grandes cuando vi que la puerta se abrió sola.

—Eso quiere decir que entremos, que estamos invitados. —Julián lo dijo tan elocuentemente que pensé que todo eso era de lo más normal. ¡Claro! Ahora las puertas se abren solas.

Dejamos nuestros abrigos y sombreros a buen recaudo y con paso elegante y seguro, como si conociera la casa, me acerqué junto con Julián a un salón donde varias personas estaban reunidas. Si la gente supiera que muchos de sus más altos políticos y personalidades estaban reunidos para una sesión de espiritismo, seguro nadie lo creería.

—Estimado Julián. —Un hombre de baja estatura nos recibió saliendo de entre la multitud.

—Buenas noches, Augustus. Te presento a mi amigo Claudio Cadicamo Valestra, es de quien te hablé.

El hombre me miró y me sonrió.

—Muy buenas referencias y estoy seguro que hará un buen trabajo. —Me dio la mano y se fue como vino.

Levanté una ceja y vi a mi mejor amigo que se servía una copa de vino tinto. Eso parecía sangre en vez de vino.

— ¡Cómo está eso de que haré un buen trabajo! ¡No me estarás metiendo en algún lío! —Lo dije muy preocupado.

—No, no. Yo también estaré en la mesa.

— ¡Pero de que mesa me estás hablando! —Y de pronto vi a una mujer pasar entre la multitud.

— ¡Vaya, vaya! Con que ya llegó, vamos a comenzar temprano. —Julián se sobaba las manos y yo me quedé mirando a esa mujer.

Era un presentimiento, era algo que me decía que debía salir de esa casa y regresar a mis papeles que tanto requerían de mi atención. Pero esa mujer era algo extraña. Vestida con un traje verde esmeralda brillante que le llegaba a los pies, con una cola que arrastraba por donde iba, un turbante dorado con una piedra roja. Nunca había visto ese tipo de vestimenta o era un disfraz. No lo sabía pero cuando sus ojos cayeron en los míos mis pensamientos se detuvieron y sólo pude respirar sin emitir ningún sonido y mirar sin parpadear.

Era como si quisiera hechizarme.

Pero antes de perderme en esos ojos negros de diosa egipcia escuché a lo lejos que mi amigo me llamaba.

—Apúrate que debemos entrar antes de que cierren las puertas. —Asentí con la cabeza, lo seguí y salí de mi estupor cuando vi una gran mesa al ingresar a otro gran salón con un candelabro en medio y varias personas alrededor observando, conversando en voz baja, al oído.

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