© 2018 por HarperCollins Español
Publicado por HarperCollins Español, Estados Unidos de América.
Título en inglés: Molly’s Game
© 2014 por Molly Bloom. Publicado por HarperCollins Publishers, New York.
Todos los derechos reservados. Ninguna porción de este libro podrá ser reproducida, almacenada en ningún sistema de recuperación, o transmitida en cualquier forma o por cualquier medio —mecánicos, fotocopias, grabación u otro— excepto por citas breves en revistas impresas, sin la autorización previa por escrito de la editorial.
Editora-en-Jefe: Graciela Lelli
ISBN: 978-1-41859-867-9
Epub Edition December 2017 ISBN 9781418598396
Impreso en Estados Unidos de América
18 19 20 21 LSC 7 6 5 4 3 2 1
Este libro está dedicado a mi madre, Charlene Bloom, que me dio la vida no solo una vez, sino dos. Sin tu amor feroz y tu apoyo inquebrantable, nada de esto habría sido posible.
ÍNDICE
- PRIMERA PARTE
La suerte del principiante - SEGUNDA PARTE
Hollywoodeando - TERCERA PARTE
Playing the rush - CUARTA PARTE
Cooler - QUINTA PARTE
Una ficha y una silla - SEXTA PARTE
Cold deck
Guide
Los acontecimientos y experiencias que se presentan en estas páginas son todos reales. En algunos lugares, he cambiado los nombres, identidades y otros datos de las personas implicadas con el fin de proteger su privacidad e integridad, y especialmente para respetar su derecho a contar o no sus propias historias si así lo desean. Las conversaciones que recreo proceden de mis nítidos recuerdos, aunque no las he escrito para que representen transcripciones literales. Por el contrario, las he contado de una manera que evoca el verdadero sentimiento y significado de lo que se dijo, de acuerdo con la verdadera esencia, el estado de ánimo y el espíritu de aquellos intercambios.
Estoy en el pasillo. Es muy temprano, tal vez sean las cinco de la mañana. Llevo un camisón transparente de encaje blanco. La fluorescencia de las luces largas me ciega.
—MANOS ARRIBA —grita la voz de un hombre. Suena agresiva aunque sin emoción… Levanto temblando las manos y mis ojos se van ajustando lentamente a la luz.
Estoy frente a un muro de agentes federales de uniforme que se amontonan hasta donde me alcanza la vista. Llevan armas de asalto; me apuntan con metralletas, armas que solo he visto en las películas.
—Camina hacia nosotros, lentamente —me ordena la voz.
En el tono hay desapego, falta de humanidad. Me doy cuenta de que creen que soy una amenaza, que soy ese criminal que capturar para el que los han entrenado.
—¡MÁS DESPACIO! —advierte la voz de forma amenazadora.
Camino con piernas temblorosas, poniendo un pie delante del otro. Es el camino más largo de mi vida.
—PERMANEZCA QUIETA POR COMPLETO, NO HAGA NINGÚN MOVIMIENTO REPENTINO —advierte otra voz profunda.
El miedo se apodera de mi cuerpo y me cuesta respirar; el oscuro pasillo comienza a parecerme borroso. Me preocupa que pueda desmayarme. Me imagino el salto de cama blanco cubierto de sangre, y me obligo a mantenerme consciente.
Finalmente llego al frente de la fila, siento que alguien me agarra y me empuja contra un muro de cemento. Siento manos que me cachean, que me recorren todo el cuerpo; y luego unas esposas de frío acero que me rodean firmemente las muñecas.
—Tengo una perra, se llama Lucy, por favor no le hagan daño —suplico.
Después de que parezca que ha pasado una eternidad, una agente grita:
—¡DESPEJADO!
El hombre que me tiene agarrada me lleva hasta el sofá. Lucy se me acerca y me lame las piernas.
Me mata verla tan asustada e intento no llorar.
—Señor —le digo temblorosa al hombre que me ha esposado—, ¿me puede decir por favor qué está pasando? Creo que debe de haber algún error.
—Eres Molly Bloom, ¿verdad?
Asiento.
—Entonces no hay ningún error.
Coloca frente a mí un trozo de papel. Me inclino hacia delante, con las manos aún esposadas a la espalda. No puedo pasar del primer renglón, que dice con letras en negrita:
Los Estados Unidos de América contra Molly Bloom
Suerte del principiante (sustantivo)
El supuesto fenómeno de un principiante en el póquer que experimenta una frecuencia desproporcionada de éxito.
Durante las primeras dos décadas de mi vida viví en Colorado, en un pueblo llamado Loveland, a setenta y cuatro kilómetros al norte de Denver.
Mi padre era guapo, carismático y complicado. Trabajaba como psicólogo y era profesor de la Universidad Estatal de Colorado. La educación de sus hijos era de suma importancia para él. Si mis hermanos y yo no traíamos a casa sobresalientes y notables, entonces teníamos un gran problema. Dicho esto, siempre nos animó a perseguir nuestros sueños.
En casa era cariñoso, juguetón y tierno, pero cuando se trataba de nuestro rendimiento en el colegio y en atletismo, nos exigía excelencia. Estaba lleno de una ardiente pasión que a veces llegaba a ser tan intensa que resultaba casi aterradora.
Nada era «ocioso» en nuestra familia; todo servía de lección para sobrepasar los límites y superarnos todo lo que pudiéramos. Recuerdo que un verano mi padre nos despertó temprano para dar un paseo familiar en bicicleta. El «paseo» terminó con una subida vertical agotadora de casi un kilómetro a una altitud que rondaba los 3,4 kilómetros. Mi hermano menor, Jeremy, debía de tener unos seis años y montaba en bicicleta sin marchas. Todavía puedo verlo pedaleando y sacando todas las fuerzas de ese corazoncito para no quedarse atrás, y a mi padre gritándonos y chillando como una banshee, tanto a él como a nosotros, para que pedaleáramos más rápido y empujáramos más fuerte, sin que se permitiera una sola queja. Muchos años después le pregunté de dónde procedía su fervor. Hizo una pausa; tenía tres chicos ya mayores que habían superado con mucho cualquier expectativa con la que pudiera haber soñado. En este momento ya era más viejo, menos fiero y más introspectivo.
—Es una de dos —me dijo—. En mi vida y en mi carrera, he visto lo que el mundo le puede hacer a la gente, especialmente a las chicas. Quería asegurarme de que mis chicos tuvieran la mejor de las oportunidades... —Volvió a hacer una pausa—. O bien os veía simplemente como extensiones de mí mismo.
Desde el otro extremo, mi madre nos enseñó a ser compasivos. Creía en la amabilidad para todos los seres vivos y nos guio con su ejemplo. Mi hermosa madre es la persona más dulce y cariñosa que he conocido. Es lista y competente, y en lugar de empujarnos a que conquistáramos y ganásemos, nos animaba a soñar; y se encargó de alimentar y facilitar esos sueños. Cuando era muy joven, me encantaban los disfraces, así que, como es natural, Halloween era mi día festivo favorito. Lo esperaba con ansia cada año, imaginándome quién o qué sería esa vez. En mi quinto Halloween no era capaz de elegir entre pato y hada. Le dije a mi madre que quería ser un hada pato. A mi madre se le puso cara de circunstancias.
—Bueno, pues hada pato serás.
Se quedó despierta toda la noche haciéndome el disfraz. Yo, por supuesto, tenía un aspecto ridículo, pero su apoyo de la individualidad sin prejuicio alguno nos inspiró a mis hermanos y a mí a no vivir encorsetados y a forjar nuestros propios caminos. Arreglaba coches, cortaba el césped, se inventaba juegos educativos, creaba búsquedas del tesoro, asistía a todas las juntas del AMPA y, con todo, se aseguraba de estar siempre guapa y tener una copa en la mano para cuando mi padre llegara a casa del trabajo.
Mis padres utilizaban sus respectivas virtudes para educarnos: la combinación de sus energías femeninas y masculinas fue lo que nos guio a mis hermanos y a mí. Nos moldeó su polaridad.
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