ANA DE LA FUENTE
EL BALCÓN DE LA COSTURERA MADRID
2011
Editorial Bookandyou.com
Torrecilla del Puerto 5
28043 Madrid
Primera edición Febrero 2011
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ISBN: 978-84-938367-1-9
Depósito Legal: M-6906-2011
Impreso en España por: Imprenta Fareso S.A
Paseo de la Dirección 5, 28039 Madrid
“Los fantasmas no lloran”
Pedro Almodóvar
Dedico este libro a Valentina, Cipriano y Tomasa; gracias por haberexistido.
I
La estrecha cama de hierro blanco volvió a chirriarlastimosamente, como riéndose del silencio poblado de fantasmas. Lapenumbra, áspera y amarillenta, inundaba la habitación embotandolos pensamientos. La mano, surcada por el trabajo minucioso, losamores contenidos y los sufrimientos de antaño, acariciaba sin darsecuenta la colcha cruda de ganchillo; se deslizaba por los rosetones,testigos de las largas tardes de labor, puntada tras puntada, dobladillotras dobladillo, en compañía de sus empleadas y de sus sobrinas. Pormás atención que pusiera, no oía más que el cansado latido de sucorazón.
Cada palpitación le sugería un nombre al que intentaba darsentido. Blanca, Blancaaaaaa». ¿Qué nombre era ése que le repetíaconstantemente su corazón? Cuando estaba a punto de adivinarlo, enel último minuto, éste , levantaba el vuelo para posarse de nuevo,misterioso, en un rinconcito de su memoria. Sentada al borde de lacama escuchaba la intensidad del silencio, el frío y sus pensamientosadormilados.
Pero, ¿dónde estaban esas estúpidas brasileñas? Se suponía quese ocupaban de ella y sin embargo no estaban allí. De pronto, percibiócómo se acercaba desde lejos el sonido de su propia voz, desgarrandomisteriosamente la oscuridad. «Maryaaaaaaaam,
Cleydeeeeeeeeeeeeeee». Se llevó las manos a los oídos sin saber cómoparar aquellos gritos.
–Ya voy Tomasa, ya voy. A ver, ¿qué prisa corre?.... ¿Por qué nose duerme? –consiguió decir entre dos bostezos. Maryam ya no semolestaba en cubrirse los hombros ni los generosos muslos cada vezque esto pasaba. ¿Para qué? ¿No estaban todas hechas de la mismamanera?
Se deslizó con cuidado hasta el cuarto, arrastrando las zapatillascon paso perezoso, y desde el umbral entrevió la silueta algo encorvadade la que escapaban pequeños sollozos y la melena negra, aún tupida..
–Venga, que no es nada. Ahora tiene que dormir que son las tresde la mañana. Cleyde no ha vuelto todavía, sigue en el Club Milano’s.
Se cree que ese desgraciado de Antonio va a estar allí todas las noches,por su cara bonita. No se preocupe Tomasa, –susurró suavementeacariciándole la frente con sus cálidas manos– Maryam está aquí, conusted. Maryam no se va a ir. Maryam…
Un bostezo interrumpió de nuevo la dulce letanía y agarrandocon toda su juventud y su vigor la mano helada y seca de Tomasa, hizoque se acostara . Sin decir una palabra, ayudó delicadamente a esecuerpo de frágil apariencia , pero que aún conservaba bastantefortaleza, a ponerse en posición totalmente horizontal. La tapócuidadosamente con la colcha, aunque no demasiado porque el veranose acercaba. Y entonces se sentó al borde de la cama canturreando unamelodía procedente de tierras muy lejanas. Al cabo de un momento suvoz se perdió, confundiéndose con la respiración tranquila y regular dela anciana. Maryam se incorporó cuidadosamente y salió de lahabitación echando un último vistazo a la silueta dormida.
En cuanto se cerró la puerta, Tomasa volvió a abrir los ojos conun ligero sentimiento de orgullo y superioridad. ¡Qué fácil resultabaengañar a la chiquilla! Pero, ¡qué difícil era dominar el sueño y losrecuerdos! Sentada de nuevo en la cama, dejó correr sus pensamientossin entrometerse, pero con muchas esperanzas de adivinar algunosmisterios y averiguar ciertas preguntas: ¿Por qué Blanca ya no venía averla desde hacía tanto tiempo? ¿Por qué nadie quería explicarle quésignificaban esas miradas escurridizas y molestas que se desviaban a lamenor alusión a ese nombre? ¿Es que había algo más terrible que lamuerte…? Su espíritu atormentado vagaba un instante para despuéshundirse en un país en el que no había ni preguntas ni respuestas, sinolos desperdicios de una vida.
II
La primera vez que Tomasa vio a Blanca , ésta paseaba suaspecto alocado de pajarillo ante una puerta verde mugrienta, ypareció que no la había visto empeñada como estaba en transportar unbarreño más grande que ella para limpiar el suelo de la casa. Blanca noreparó inmediatamente en esa gran señora, vestida con un abrigooscuro, ni en su hijita, algo más alta que ella pero que tenía en los ojosel brillo de los que nunca han pasado hambre. Tomasa calculó que laniña de ojos verdes debía de ser algo más pequeña que ella. Blancatampoco vio que madre e hija, una al lado de la otra, guardaban unadistancia decente. Sus melenas tenían la misma densidad, pero lamadre había conseguido dominar la bravura de la suya con un austeromoño que hacía resaltar sus mandíbulas macizas, mientras que laniña abandonaba al viento silbante y seco de Castilla su abundantecabello.
Por aquel entonces, Tomasa tenía ocho años y se durmiópensando en esa carita fina, de ojos verdes de mirada perdida, queentrevió mientras paseaba con su madre por aquel barrio desconocido,al otro lado de la vía del tren. La gran señora le había dicho solemne:
–Tomasa ponte el abrigo que vamos a ver cómo Dios en suinfinita bondad nos ha otorgado mucha suerte y sobre todo nos haconcedido la voluntad de trabajar duro para ganarnos lo que tenemos.
Estas palabras debieron de clavarse para siempre en el corazónde Tomasa y servirle de guía toda su vida y, sin hacer el menor ruido,la chiquilla acomodó el paso al de aquella mujer de rostro cuadrado.
Catalina había mantenido desde siempre la firme convicción de que el