Índice
Portada
Sinopsis
Portadilla
Dedicatoria
Introducción. La Banda de la Alcantarilla
Capítulo 1. El reencuentro
Capítulo 2. El «Inferno» Loire
Capítulo 3. El código
Capítulo 4. Luna de hiel
Capítulo 5. Regalos envenenados
Capítulo 6. Expolios de guante blanco
Capítulo 7. «Paradiso»
Capítulo 8. Secretos antiguos y modernos
Capítulo 9. El precio de los libros
Capítulo 10. Ladrón que roba a otro ladrón
Capítulo 11. El secreto griego
Capítulo 12. Malos tratos
Capítulo 13. Amor solitario
Capítulo 14. Venganzas y fiestas
Capítulo 15. Nunca juzgues un libro por su cubierta
Capítulo 16. Revelaciones
Capítulo 17. Una mentira repetida es una verdad
Capítulo 18. La carta robada
Capítulo 19. Juego de mentiras
Capítulo 20. La subasta
Epílogo
Créditos
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Sinopsis
Laura Loire es una librera anticuaria que está a punto de cerrar la venta de un manuscrito del Inferno de la Divina comedia de Dante con el que espera salvar su negocio. En el momento de la operación, descubre que le han robado el valioso libro y que en su lugar hay una burda copia. Ella está convencida de que Pol, su exnovio, un ladrón de guante blanco, está implicado. Sin embargo, poco después descubre que este forma parte de la lista de pasajeros de un avión que ha tenido un accidente en Barajas.
Todo esto hace que tanto ella como Marcos, el anciano mentor de Pol en el mundo de la bibliofilia, recuerden al joven y que conozcamos los pormenores de la difícil relación que mantuvieron la librera y el ladrón, mientras esta intenta, al mismo tiempo, averiguar qué ha sido del Inferno Loire, el manuscrito de la Divina comedia que pertenecía a su familia.
Cuando un misterioso hombre le exige a Laura una libreta manuscrita por Einstein, que contiene una información peligrosa, para devolverle el Inferno Loire, todo se precipita hacia una resolución frenética y llena de sorpresas. Pero lo que nadie sabe es que el manuscrito desaparecido esconde a su vez un increíble secreto.
Una novela adictiva de acción y aventura, y repleta de conocimiento y revelaciones, que nos acerca a un mundo fascinante, el de los coleccionistas de libros antiguos, que atraviesa épocas y lugares.
La librera y el ladrón
Oliver Espinosa
A las personas que de un modo
u otro han hecho posible este libro, gracias
Introducción
La Banda de la Alcantarilla
Lee.
Primera exhortación de Alá a Mahoma
incitándolo a pronunciar
en voz alta la revelación del Corán Madrid, 27 de julio de 2009
¿Que cuántos libros había robado? ¿Qué clase de pregunta era esa? Sobre todo después de tanto tiempo sin verse. Allí estaba ella soltándole la bomba frente al desayuno, casi sin un «buenos días» previo. Le pareció tan atractiva como siempre. No, mucho más. Notó que se había arreglado para el reencuentro, que intentaba causarle una buena impresión. Él había hecho otro tanto y, a su manera, se había puesto guapo. También había elegido un buen sitio, cierto célebre hotel situado en plena Gran Vía y a pesar de todo extrañamente tranquilo a esas horas de la mañana. Un sitio caro además: quería celebrar la nueva dirección que tomaba su vida, otro cambio de rumbo después de tanto ir y venir, de tanta incertidumbre. Esta vez era la definitiva. Siempre lo es, ¿no?
¿Cuántos libros había robado? Pol no sabía qué contestar a eso y dejó que Laura se quedara con la duda. Había robado bastantes, pero nunca había llevado la cuenta. Ningún ladrón en su sano juicio hace un inventario de lo que roba, ¿no? Y él era un buen ladrón. De los mejores. Lo había sido siempre. Madrid, mayo de 1992
Fue buena idea robar un BMW, un coche que puede alcanzar sin despeinarse los doscientos kilómetros por hora. No es prudente si lo que quieres es llevar a tu familia al parque de atracciones, pero viene bien si lo que intentas es despistar a cinco coches de la Policía Nacional que te pisan los talones.
Pol, sentado detrás del copiloto, no hacía más que volver la cabeza. Por la luna trasera veía las luces de la policía llenando de fogonazos la oscuridad de aquella carreterucha del sur de Madrid entre descampados, vertederos y zonas industriales de mala muerte.
«¿Cómo he llegado a esto?», se preguntaba. Desde pequeño había sido un buen estudiante, lo que se dice «un chico con futuro». Bueno, también un poco pendenciero. Esa había sido su desgracia: le gustaba la bronca y se había metido en demasiados líos. Demasiados. El de esa noche podría ser el último.
—¡Conduce con más cuidado, Loco, nos vas a matar! —gritó Tony.
—¿Cómo he llegado a esto? —pensó Pol de nuevo, pero esta vez en voz alta.
—¿Qué coño dices? —le gritó Tony sin apartar los ojos, abiertos como platos, de la carretera.
En la vida no hay casualidades. Se llega a donde se llega por algo. En su caso, había llegado a ese coche porque necesitaba dinero para salir los fines de semana del reformatorio. Todo había empezado dos años antes, pero en aquel momento le parecía una eternidad. Sin dinero todas sus opciones pasaban por un sábado noche aburrido en su habitación del centro para jóvenes o el tedio de otro fin de semana en casa de sus padres. ¡Los puñeteros padres! ¿Quién dijo que había que quererlos? Prefería quedarse en su calabozo, habitación o como quisieran llamar los guardias a aquel cuartucho, antes que aguantar a esos dos santurrones obsesionados con la religión.
—¡Tira por ahí, por ahí, por el camino! —chilló Mango, que iba de copiloto y guardaba el botín de la noche entre las piernas. Unas piernas que le temblaban de miedo, aunque fuera incapaz de reconocerlo.
—¡Calla la puta boca! —le soltó Juanito el Loco aferrado al volante—. Ya sabré yo lo que tengo que hacer. No me preocupan esos mierdas con sus sirenitas.
Tras decir esto, dio un golpe al volante y sacó el coche de la carretera, exactamente por el punto que le había sugerido su compinche. Pero lo hizo porque le daba la gana, no porque se lo dijera nadie. ¿Quién tenía huevos de decirle al Loco lo que tenía que hacer? Nadie. Salvo Tony... alguna vez. El BMW se quejó con un chasquido helador. Por un momento pensaron que el chasis se había partido por la mitad. Era un coche potente, pero no un todoterreno, y no paraban de golpear los bajos con los pedruscos del camino. De seguir así mucho rato, no llegarían lejos.