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Luis Landero - El balcón en invierno

Aquí puedes leer online Luis Landero - El balcón en invierno texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 2014, Editor: ePubLibre, Género: Niños. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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Luis Landero El balcón en invierno
  • Libro:
    El balcón en invierno
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    2014
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El balcón en invierno: resumen, descripción y anotación

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LUIS LANDERO nació en Alburquerque Badajoz el 25 de marzo de 1948 en el seno - photo 1

LUIS LANDERO nació en Alburquerque, Badajoz, el 25 de marzo de 1948, en el seno de una familia campesina extremeña, que emigró a Madrid a finales de la década de los cincuenta. Realizó los estudios de Filología Hispánica en la Universidad Complutense. Una vez licenciado, dio clases de literatura en el Instituto Calderón de la Barca. En 1995 fue contratado como profesor en la Universidad de Yale para impartir un curso de literatura española. Ejerce como profesor en la UCM, en la Escuela de Arte Dramático (RESAD) y es colaborador habitual del diario El País.

Landero es uno de los grandes narradores de la literatura española contemporánea, la aparición de su primera novela Juegos de la edad tardía, publicada en 1989, fue un acontecimiento en el mundo de las letras y recibió una extraordinaria acogida por parte de la crítica y del público. Galardonada con el Premio de la Crítica y el Premio Nacional de Literatura, Juegos de la edad tardía convirtió a Landero en un nombre fundamental de la narrativa en español y le dio un prestigio que la escasez de su obra no ha mitigado.

Luis Landero compagina la ficción con el periodismo, que le lleva a obtener el Premio Mariano José de Larra por ¡A aprender al asilo! en 1992. Posteriormente publica Caballeros de fortuna y El mágico aprendiz, novela con la que obtiene el Premio Extremadura a la Creación en el año 2000. Dos años más tarde publica El guitarrista y, en 2008, queda finalista en el Premio Nacional de Narrativa Dulce Chacón con la obra Hoy, Júpiter. Al año siguiente vio la luz su obra Retrato de un hombre inmaduro.

Landero, admirador de los clásicos, de la novela del siglo XIX, desde Stendhal a los rusos, de Flaubert a Dickens, de Cervantes y Valle, escribe con un estilo lleno de precisión y, al mismo tiempo, de hallazgos verbales. La inspiración cervantina en su obra se ve acompañada, como se ha puesto de manifiesto sobre todo con respecto a su segunda novela, por la influencia del mejor realismo mágico latinoamericano.

Su breve obra (traducida al francés, alemán, holandés, noruego, griego, sueco, danés y japonés, entre otras lenguas) ha sido suficiente para confirmar un talento ampliamente reconocido de un escritor de profunda vocación y personalísimo estilo, fascinado por la precisión y el lenguaje.

En su honor se dio nombre al Certamen Literario de Narraciones Cortas Luis Landero, que se convoca a nivel internacional para todos los alumnos de secundaria de los países hispano parlantes.

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NO MÁS NOVELAS

Septiembre de 2013

Ayer comencé a escribir mi nueva novela, y aunque al principio las cosas iban bien, e incluso me abandoné a deliciosos raptos de euforia por la facilidad con que despachaba los primeros compases del relato, luego, al apurar la tercera Mahou de la mañana y al leer de un tirón lo que acababa de escribir, y según leía, me fui poniendo cada vez más y más triste, hasta que al llegar al final me sentí profundamente abatido, como nunca en mi ya larga vida de escritor.

Tranquilo, me dije, me aconsejé, no seas ingenuo, no te dejes vencer por el pesimismo antes incluso de empezar la batalla, ¿o es que no te conoces? Ya verás cómo mañana, o quizá dentro de un rato, lo que hoy es horrible te parecerá maravilloso, y luego volverá a parecerte horrible y luego otra vez maravilloso, hasta que al fin te resignes a lo inevitable, porque esas son las reglas disparatadas de este oficio. Así que respiré hondo y volví a leer lo escrito, esta vez más despacio y con la mirada más distante y ecuánime:

Las armas de fuego siempre habían ejercido sobre él una oscura atracción. Muchas veces había pensado que con una pistola en el bolsillo, aunque fuese una de esas para señoritas, que parecen de juguete, hubiera sido otro hombre, más seguro de sí, más capaz de sustentar las miradas ajenas, otros andares, otra filosofía, otra manera de callar, otro modo de ser. Incluso no le tendría ya miedo al dolor ni a la muerte, ni a los desengaños propios de la vida, porque en el bolsillo llevaría a todas horas la mejor medicina contra ellos. Y esto ya desde muy joven.

Y ahora tenía cincuenta y ocho [sesenta y tres] años, estaba recién jubilado, y además de la pistola [¿una Smith Wesson o una Gluck del siglo XIX, o cualquier otra más moderna, que consigue en el bar Asturias?] llevaba siempre 10 euros para limosna en los bolsillos, 5 en monedas (dos de 1 y seis de 0,50), y el resto en un billete de cinco. En el bolsillo izquierdo del pantalón guardaba las monedas de 0,50, en el derecho las de 1 euro, y en el bolsillín superior de la chaqueta el billete de cinco. En cuanto a la pistolita, pensó primero en inventar un mecanismo para llevarla oculta en la manga de la chaqueta y desenfundarla en un visto y no visto, como los antiguos tahúres del Misisipi, pero finalmente optó por hacerse una funda de cuero y esconderla debajo del calcetín derecho, asegurada al tobillo con una fuerte goma elástica. Con su pistola y sus limosnas se sentía un hombre sereno, ponderado, secretamente poderoso, capaz de juzgar a sus semejantes y de premiarlos o castigarlos, si llegaba el momento, según su particular y justo parecer. Y eso que el arma la había adquirido como cosa de capricho en una tienda de antigüedades, y aunque la engrasaba a menudo y disparaba en seco para asegurarse de su funcionamiento, aún no la había probado con fuego real, en parte por miedo de que no funcionase y en parte por no gastar ninguna de las seis balas que el anticuario le había proporcionado. Eso sí, tanto en casa como en la calle, la tenía y llevaba siempre cargada, con el seguro puesto, y por las noches se sentía más a resguardo durmiendo con ella bajo la almohada.

Las mañanas las dedicaba a ver la televisión (series de dibujos animados y debates de actualidad), a chatear (foros políticos y eróticos), a hacer prácticas de tiro (agacharse y subirse la pernera del pantalón, deslizar la mano bajo el calcetín, desenfundar, quitar el seguro, amartillar, apuntar y disparar, todo en un único movimiento mecánico [¿ha visto Taxi driver? Psss]), a las tareas domésticas, al bricolaje, y poco más. Almorzaba un pedazo de pan del día anterior tostado y untado con ajo y aceite, a media mañana hacía un tentempié de tres nueces y dos rábanos crudos, y comía siempre en casa, casi siempre sopa de cebolla y pollo asado o calamares fritos, y de postre una pieza de fruta.

Por las tardes, después de la siesta, salía a dar un largo paseo por la ciudad. Siempre iba limpio, bien afeitado y bien vestido. A veces iba por Cuatro Caminos hasta la plaza de Castilla, otras tiraba hacia la Puerta del Sol, o hacia el Manzanares, o se desplazaba hasta las barriadas del extrarradio, aprovechando su abono gratis de transporte [¿tienen los jubilados ahora abono gratis de transporte? Preguntar a mi madre o en el bar Asturias].

Y lo que más le gustaba o le atraía en sus paseos, era fijarse en los mendigos. A veces se paraba largamente a observarlos. Sabía que entre ellos hay muchos mixtificadores e impostores, los holgazanes, los borrachuzos, los que se hincan de rodillas sobre el duro pavimento con la cabeza gacha y los brazos en cruz (algún mecanismo ocultarán bajo las mangas para resistir tanto), los viejos, y algunos incluso muy viejos, que disfrutan de una pensión pero que aun así, y por pura ansia, se dedican a mendigar y a rebuscar en las papeleras y contenedores y a hacer cola en los comedores sociales y a disputarles las sobras de los supermercados a los hambrientos de verdad, los que se inclinan servilmente y te acosan con sus quejumbres y zalamerías y haciendo sonar ante tu rostro, como un hechicero sus sonajas, un par de monedas de cobre en un sucio vaso de plástico, los histriones que quieren contarte, venderte, el folletín de sus calamidades, los que portan un cartón basto de embalaje donde con mala letra y algunas calculadas faltas de ortografía, y en audaz síntesis, dan fe de sus miserias, los pacíficos negros africanos que venden

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