Sue Hubbell, bióloga de formación, trabajaba como bibliotecaria en una importante universidad americana y llevaba una vida normal, seguramente demasiado normal. Un buen día, definitivamente harta de la omnipresente sociedad de consumo norteamericana, tanto ella como su marido deciden que quieren otra vida, más rica, más plena, más cercana a sus verdaderos ideales y a la naturaleza salvaje que tanto añoran. Entonces, y con las lecturas de Henry David Thoreau en la cabeza, deciden dejarlo todo y marcharse a vivir a una solitaria y destartalada granja en los bosques de las montañas Ozarks, en el Medio Oeste de Estados Unidos.
Sin embargo, al poco de llegar, el marido de Sue decide abandonarla. Ésta es, por tanto, la historia de una mujer enfrentada a las montañas, al invierno, a los coyotes, a las motosierras y, algunos días, a la soledad, pero sin perder jamás el sentido del humor y una mirada infinitamente curiosa y prendada por la belleza salvaje que la rodea. La historia de una mujer que construye por sí sola una nueva forma de felicidad y que, de paso, nos descubre, como bióloga y amante de la naturaleza, los secretos de todas las criaturas vivas con las que convive cada día. La historia, por tanto, de una verdadera revolución vital: la búsqueda de una nueva existencia en la que es la propia naturaleza quien le ofrece el conocimiento para decidir quién es ella misma.
LA DAMA DE LAS ABEJAS
J. M. G. Le Clézio
Cierto día, Sue Hubbell, bióloga de formación y bibliotecaria de profesión, decide cambiar de vida, harta de vivir inserta en la sociedad de consumo de la costa este de los Estados Unidos, en la que no encuentra su lugar. Así pues, siguiendo el ejemplo del pensador y naturalista Henry David Thoreau, emprende un viaje con su marido en busca de un lugar lejos de las ciudades. Finalmente, dan con una cabaña y una granja aledaña en las montañas Ozarks, al sureste de Misuri, y, como no saben nada de agricultura ni de ganadería, deciden fundar una «granja de abejas». Comienza entonces para Hubbell una aventura cuyas consecuencias ella misma no alcanza a imaginar. Pasan las estaciones, pasan los años, ya en soledad, pues su marido la ha abandonado, y esta mujer que de la naturaleza sólo poseía conocimientos teóricos va descubriendo la inmensidad del universo que ha escogido para sí: en esas hectáreas de colinas donde ningún ser humano se ha asentado desde la desaparición de los indios osage, la vida ha establecido sus propias leyes y reglas, tejiendo una red de dependencia entre todos sus habitantes: las plantas, los insectos, las arañas, las serpientes, las aves, los mamíferos y hasta los ácaros y las bacterias. No es fácil acceder a semejante mundo. Y para Sue Hubbell supone una verdadera revolución vital. Ella, que creía saberlo todo acerca del mundo animal —merced a sus estudios—, descubre en esos acres de tierra que la naturaleza es la mejor maestra, porque no da siempre la misma respuesta a todas las preguntas y permite que el saber germine y madure, como todo lo que está vivo y es verdadero.
Lo que descubre, ante todo, es que no está segura de nada ni posee nada. Con la creación de una «fábrica» de miel en medio de esa naturaleza salvaje y aislada, Sue Hubbell aprende —lo afirma ella misma, no sin ironía— que las abejas saben más que ella sobre la fabricación de la miel. Su granja no es un negocio, sino un sistema de vida nuevo que le permite, gracias a sus dieciocho millones de emisarios, tomar conciencia de un imperio de plantas, árboles y flores. La extensión de su imperio —frente al que las más vastas colonias humanas se antojan irrisorias— modifica poco a poco las ideas y sentimientos de Hubbell, da un sentido nuevo a lo que otros seres humanos entienden generalmente por ética, responsabilidad, amor.
Este libro, escrito a lo largo de varias estaciones, es el diario de un aprendizaje. En primer lugar están la miel, el extenuante trabajo de las abejas, la búsqueda de los néctares, la ventilación de la colmena para favorecer la evaporación del agua, la alimentación de las larvas y de la reina. Faena extenuante también para Sue Hubbell, que cosecha, almacena y vende tres toneladas de miel. Y esta miel que le permite ganarse la vida es el símbolo mismo de las enseñanzas que recibe, porque en su mundo familiar y salvaje todo es misterio. Misterio del enjambre, misterio del lenguaje y la danza de las abejas, de su orientación, de su organización política, misterio de la reina y de su vuelo nupcial; y, por encima de todo, de la química mágica que transforma en miel el néctar de las flores. Son las abejas las que hacen a Sue Hubbell ser quien es, son ellas quienes mediante su fuerza y armonía sustituyen a la sociedad humana que ella rechazó. El saber que recoge con el paso de las estaciones está lejos de ser abstracto: es un hechizo, un poder casi sobrenatural que la convierte, como dicen los lugareños de los Ozarks, en la Dama de las Abejas.
Gracias a las abejas, esta mujer solitaria halló su lugar en las montañas. Gracias a ellas logró percibir la magia que sustenta a todos los componentes de ese pedazo de tierra. Estación tras estación, Sue Hubbell nos conduce —con meticulosidad, con humor— por el camino de las maravillas. ¡Y qué maravillas! Por un lado están los sonidos y la invasión de las ranas (¡que tanto repugnaran, si damos crédito a la Biblia, a un faraón de nervios frágiles!). Están también las serpientes, las boca de algodón, las víboras ratoneras que Sue Hubbell aprende a respetar (dado que tan pequeño animal es capaz de hacérselas pasar canutas a un perro grande). Están las arañas, monstruos tímidos y domésticos inventados por los urbanitas (la araña reclusa parda, por ejemplo, sobre la cual circulan las historias más terroríficas entre los habitantes de las ciudades). Está la argiope negra y amarilla, «brillante y estilosa», con la que Sue Hubbell se siente muy identificada: «Ambas somos apicultoras; ambas nos ganamos la vida con las abejas. Mi método, en comparación con el suyo, parece excesivamente complicado: yo mimo a las abejas durante todo el año, extraigo la miel sobrante, la proceso, la embotello, la llevo en mi camioneta a Nueva York y se la vendo a Bloomingdale’s; luego uso el cheque para comprar lo que necesito. Ella se limita a comer abejas». Están los ácaros rojos, que en el ser humano provocan unos picores que demuestran «una falta de adaptación al huésped», en palabras del biólogo Krantz. Y las cucarachas, que con doscientos cincuenta millones de años de antigüedad, probablemente sean «la forma de vida compleja más próspera que ha habitado este planeta».
Cada especie desempeña su papel en la armonía de esta parcela del mundo; cada forma viva tiene algo que contarnos y proporciona una respuesta a las miles de preguntas que la vida plantea. Este bello libro de Sue Hubbell es una sucesión de parábolas y leyendas; una de las más extraordinarias es sin duda la de los ácaros que viven en los oídos de las polillas. Si esos minúsculos animales se alojasen en ambos oídos del insecto, éste quedaría sordo y no oiría los ultrasonidos emitidos por el murciélago Myotis lucifugus , del que son presa habitual. Con el fin de sobrevivir, el parásito, al alojarse en el oído de la polilla, deja una marca para que sus congéneres no invadan el otro. Tamaña inteligencia —y respeto, añade Sue Hubbell con humor— en una criatura tan diminuta no deja de resultar vertiginosa.
La escritura de Sue Hubbell es maravillosa en todo momento. Su saber, la belleza de su estilo, su malicia vuelven perfectamente inteligible la sencilla lección que nos propone. No con grandes ideas, ni con palabras rimbombantes, sino mostrándonos todas las formas que la vida adopta a su alrededor: el vuelo de aves innúmeras y conocidas, azulillos índigo, mosqueros, chotacabras, ampelis, herrerillos, y, a veces, alguna gaviota perdida de ésas cuyas plumas usaban los indios shoshones a modo de emblemas sagrados. El sentido de la orientación de las aves migratorias plantea varias preguntas, como por ejemplo si está acaso ligado a cierta facultad para percibir sonidos o reverberaciones emitidas por las montañas y los océanos. Y si dichas preguntas se quedan sin respuesta es porque estas aves viven en otra dimensión, porque poseen un saber inimaginable para el ser humano. Porque vivimos «en un mundo más extraño de lo que podemos pensar».