Henry David Thoreau - Los bosques de Maine
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- Libro:Los bosques de Maine
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:1864
- Índice:4 / 5
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Los bosques de Maine: resumen, descripción y anotación
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Los bosques de Maine es uno de los relatos más tempranos y detallados del proceso de cambio en el Hinterland americano. Thoreau hace gala de una inmensa destreza al escribir sobre la naturaleza a través de su capacidad de observación y su compromiso de vivir conforme a ella.
Henry David Thoreau
ePub r1.0
Titivillus 12.06.16
Título original: The Maine Woods
Henry David Thoreau, 1864
Traducción: Héctor Silva
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2
HENRY DAVID THOREAU (Concord (EE. UU.), 1817 - Ibídem, 1862). Escritor y ensayista estadounidense. Nacido en el seno de una familia modesta, se graduó en Harvard en 1837 y volvió a Concord, donde inició una profunda amistad con el escritor Ralph Waldo Emerson y entró en contacto con otros pensadores trascendentalistas. En 1845 se estableció en una pequeña cabaña que él mismo construyó cerca del pantano de Walden a fin de simplificar su vida y dedicar todo el tiempo a la escritura y la observación de la naturaleza. En este período surgieron Una semana en los ríos Concord y Merrimack (1849), descripción de una excursión que diez años antes había realizado con su hermano, y, finalmente, Walden (1854), que tuvo una notable acogida.
En 1846, concluida su vida en el pantano, Thoreau se negó a pagar los impuestos que el gobierno le imponía, como protesta contra la esclavitud en América, motivo por el cual fue encarcelado; este episodio le llevó a escribir Desobediencia civil (1849), donde establecía la doctrina de la resistencia pasiva que habría de influir más tarde en figuras de la talla de Gandhi y Martin Luther King. Cercano a los postulados del trascendentalismo, su reformismo partía del individuo antes que de la colectividad, y defendía una forma de vida que privilegiara el contacto con la naturaleza.
El 31 de agosto de 1846 partí desde Concord, en Massachusetts, en compañía de un pariente y la vida del barquero. Yo tenía suerte, además, en lo relativo a la estación del año, ya que en verano los enjambres de moscas negras, mosquitos corrientes y otros muy pequeños o, como les llaman los indios, «no-visibles», hacen casi imposible andar por el bosque.
Al monte Ktaadn, cuyo nombre es una palabra indígena que significa «la tierra más alta», ascendió por primera vez el hombre blanco en 1804. Fue visitado por el Profesor J. W. Bailey en 1845. Todos ellos han producido sendos relatos de sus expediciones. Desde que estuve yo, otros dos o tres grupos han realizado la excursión y narrado sus experiencias. Aparte de las indicadas, muy pocas personas, incluso entre los habitantes del bosque y los cazadores, han subido al Ktaadn, y pasará mucho tiempo antes de que la moda viajera se encamine en esa dirección. La región montañosa del Estado de Maine se extiende desde cerca de las Montañas Blancas, ciento sesenta millas al nordeste, hasta la cabecera del río Aroostook, y su anchura es de aproximadamente sesenta millas. La zona agreste o no cultivada es mucho más extensa. En consecuencia, unas pocas horas de viaje en esa dirección llevarán al curioso al borde de una primigenia espesura, puede que más interesante, en todo sentido, que el sitio al que llegarían yendo mil millas hacia el oeste.
A la mañana siguiente, martes 1 de septiembre, mi acompañante y yo partimos «río arriba» desde Bangor en una calesa, esperando ser alcanzados a la noche siguiente en Mattawamkeag Point, distante unas sesenta millas, por otros dos bangorenses que habían decidido unirse a nosotros en una excursión al monte. Llevábamos cada cual un morral o talego con la ropa y artículos indispensables, y mi compañero portaba su arma.
A menos de una docena de millas de Bangor atravesamos las aldeas de Stillwater y Oldtown, que se encuentran donde están los saltos de agua del Penobscot, que constituyen la principal fuente de energía con la que los bosques de Maine se transforman en madera. Los aserraderos están construidos directamente sobre el río y atravesándolo. Allí se produce un nutrido atasco, un problema difícil en todas las épocas; tras lo cual el árbol que una vez fue verde, hace ya tiempo blanco —no digo como la nieve soplada por el viento, sino como tronco llevado a la deriva—, se convierte en nada más que madera. Es donde empiezan a existir las tablas de una, de dos y de tres pulgadas, y donde el Sr. Aserrador demarca los espacios que determinan el destino de tantos bosques abatidos. A través de esta criba de acero, de mayor o menor grosor, son implacablemente cernidos los esbeltos árboles de los bosques de Maine, desde el Ktaadn. No es extraño que oigamos hablar con tanta frecuencia de embarcaciones inmovilizadas a poca distancia de nuestra costa, rodeadas durante una semana por troncos flotantes de los bosques de Maine. Al parecer, allí la misión de los hombres es la de, cual multitud de afanosos demonios, despojar a la región lo más pronto posible de la floresta de cada solitaria laguna de castores y de cada ladera montañosa.
En Oldtown visitamos una fábrica de batteaux. Su fabricación es aquí un buen negocio, pues son utilizados en el río Penobscot. Examinamos varios. Embarcaciones ligeras y bien proporcionadas, calculadas para las corrientes rápidas y rocosas, y para ser porteadas. El batteau es una especie de híbrido de canoa y bote, un bote de comerciante en pieles.
El ferry local pasó por delante de la isla llamada Indian Island. Cuando nos alejábamos de la orilla observé a un indio de «río arriba», de poca estatura, pobremente vestido, con aspecto de lavandera —por lo general muestran la expresión cariacontecida de la muchacha que lloraba por la leche derramada—, el cual, tras tocar tierra del lado de Oldtown cerca de un almacén, arrastraba la canoa hacia sí, cogía en una mano un hatajo de pieles y en la otra un barril vacío, y trepaba por el talud de la ribera. Esa imagen es suficiente para poner de manifiesto la historia del indio, es decir, la historia de su extinción. En 1837 quedaban de aquella tribu trescientos sesenta y dos almas. La isla parecía actualmente desierta, aunque me fijé en algunas casas nuevas entre las estropeadas por el paso del tiempo, como si la tribu tuviera aún un designio vital; pero el aspecto del conjunto era muy descuidado, triste y sombrío, como el de la parte de atrás de una casa o el de una leñera, y no el de viviendas, ni siquiera viviendas indias, sino más bien de lugar o alojamiento extranjeros, pues la existencia de ellos es domi aut militia, en casa o en guerra, o ahora más bien venatus, es decir, de caza, esto último mayoritariamente. El único edificio que parece cuidado es la iglesia, pero no es avenaki han tenido, al parecer, y caucuses van a volver a celebrar: victoria y derrota. Alguien puede ser elegido, alguien puede que no. De hecho un hombre, un completo desconocido, de pie junto a nuestra calesa en la penumbra del anochecer, asustó a nuestro caballo con sus aseveraciones al volverse cada vez más categórico según le iban quedando menos argumentos para serlo. O sea que Passadumkeag no contaba en el mapa. A la caída del sol, abandonando momentáneamente la carretera para cortar camino, tomamos por el camino de Enfield, donde hicimos noche. Esta, como la mayoría de las localidades de aquel camino que llevan nombre, era un lugar digno de mención, cosa que en medio de un aislado páramo sin nombre iba a significar una distinción, me pareció, sin establecer una diferencia. Allí, en todo caso, llamó mi atención todo un huerto de saludables manzanos bien desarrollados y cargados de frutos, tratándose del más antiguo asentamiento de colonos de la región; pero era toda fruta silvestre, y comparativamente sin valor por falta de injerto. Y lo mismo pasa en general río abajo. Para un muchacho de Massachusetts sería una buena inversión, así como un favor brindado a los colonos, bajarse hasta allí, en primavera, con un baúl lleno de selectos esquejes y herramienta para injertar.
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