Annotation
Un libro poderoso e incendiariamente honesto: la historia de los 1800 kilómetros que la joven autora anduvo en su recorrido a pie por la cordillera del Pacífico de los Estados Unidos. Con veintidós años creía que lo había perdido todo en la vida, tras tomar la decisión de separarse y de que su madre muriera de cáncer. Sus hermanos se dispersaron y ella se quedó sin pilares sobre los que construir su vida.
Cuatro años después de la muerte de su madre toma la decisión más impulsiva de su vida: recorrer el camino de las Cumbres del Pacífico, una ruta de senderismo que recorre toda la costa oeste de los Estados Unidos, desde el desierto Mojave en California y Oregon al estado de Washington. Y decide hacerlo completamente sola.
Sin ninguna experiencia en senderismo, y ni tan solo habiendo pasado jamás una noche al aire libre, para ella se trataba de 'una idea, vaga y extravagante y prometedora' Pero esa promesa se convirtió en la necesidad de volver a juntar las piezas del rompecabezas en que se ha convertido su vida. Narrada con suspense, estilo, sentido del humor y ternura, Salvaje consigue atrapar el miedo y los placeres en la vida de una joven que se encuentra en el proceso de forjar su vida contra toda expectativa, en el viaje que la volvió loca, que la fortaleció y que acabó por sanarla.
CHERYL STRAYED
Salvaje
Traducción de
Isabel Ferrer
Roca
Título Original: Wild: From lost to found on the Pacific Crest Trail
Traductor: Ferrer, Isabel
©2012, Strayed, Cheryl
©2013, Roca
ISBN: 9788499185750
Generado con: QualityEbook v0.65
Para Brian Lindstrom
y para nuestros hijos, Carver y Bobbi..
Resumen
«Era un mundo en el que nunca había estado y que, sin embargo, como bien sabía, siempre había existido; un mundo en el que había entrado a trompicones, afligida, confusa, temerosa y esperanzada. Un mundo que, según pensé, me convertiría en la mujer que yo sabía que podía llegar a ser y, a la vez, me permitiría volver a ser la niña que había sido en otro tiempo.
Un mundo cuyas dimensiones eran medio metro de ancho y 4.285 kilómetros de largo.»
Con veintidós años, Cheryl Strayed creía que lo había perdido todo tras tomar la decisión de separarse y acercarse demasiado al mundo de las drogas. Su familia se había dispersado tras la muerte de su madre cuatro años antes y ella se había quedado sin pilares sobre los que construir su vida. Así que toma la decisión más impulsiva que hubiera tomado jamás: recorrer el Sendero del Macizo del Pacífico, una ruta que bordea toda la Costa Oeste de los Estados Unidos, desde el desierto de Mojave en California y Oregón al estado de Washington. Y decide hacerlo completamente sola. Sin ninguna experiencia en senderismo, y ni tan solo habiendo pasado jamás una noche al aire libre, para ella se trataba de «una idea, vaga, extravagante y prometedora». Pero esa promesa se convirtió en la necesidad de volver a juntar las piezas del rompecabezas en que se había convertido su existencia. Narrada con suspense, estilo, sentido del humor y ternura, en Salvaje Strayed consigue describir un viaje que dio forma a su vida contra toda expectativa, un viaje que la volvió loca, que la fortaleció y que acabó por sanarla.
«Espectacular... Te atrapa... Una aventura que te quita el aliento y una profunda reflexión sobre la naturaleza del dolor y la supervivencia. Un triunfo a nivel literario y personal.»
NEW YORK TIMES BOOK REVIEW
«Uno de los libros americano más originales, enternecedores y hermosos que me he encontrado en años.»
NATIONAL PUBLIC RADIO
Nota de la autora
Para escribir este libro, me basé en mis diarios personales, investigué los datos cuando pude, consulté con varias de las personas que aparecen en sus páginas y recurrí a mis propios recuerdos de los sucesos referidos y de esa etapa de mi vida. He cambiado los nombres de la mayoría de las personas —pero no de todas— mencionadas en este libro y, en algún caso, también he modificado detalles que pudieran identificarlas, para salvaguardar el anonimato. No se incluyen en el libro personajes ni sucesos que sean mitad ficción, mitad realidad. De vez en cuando he omitido personas y sucesos, pero solo si dicha omisión no afectaba a la veracidad o el contenido del relato.
PRÓLOGO
Eran árboles altos, pero yo estaba en una posición aún más alta: por encima de ellos, en una escarpada ladera en el norte de California. Momentos antes me había quitado las botas de montañismo, y la del pie izquierdo había caído entre esos árboles al volcarse sobre ella la enorme mochila, salir catapultada por el aire, rodar hasta el otro lado del sendero pedregoso y despeñarse por el borde. Tras rebotar en un afloramiento rocoso a unos metros por debajo de mí, se perdió de vista entre la enramada del bosque, donde ya era imposible recuperarla. Atónita, ahogué una exclamación, pese a que llevaba treinta y ocho días en medio de aquella agreste naturaleza y a esas alturas sabía ya que cualquier cosa podía ocurrir, y que ocurriría. Pero no por eso dejaba de asombrarme cuando por fin sucedía.
La bota había desaparecido. Había desaparecido de verdad.
Estreché a su compañera contra mi pecho como si fuera un bebé. Un gesto vano, por supuesto. ¿De qué sirve una bota sin la otra? De nada. Es un objeto inútil, huérfano para siempre, y no podía apiadarme de ella. Era un armatoste de bota, de lo más pesada, una Raichle de cuero marrón con cordón rojo y presillas metálicas plateadas. Después de sostenerla en alto por un momento, la arrojé con todas mis fuerzas y la observé caer entre los exuberantes árboles y desaparecer de mi vida.
Estaba sola. Estaba descalza. Tenía veintiséis años y también yo era huérfana. «Una verdadera extraviada», había dicho un desconocido hacía un par de semanas cuando le di mi apellido y le hablé de mis escasos lazos con el mundo. Mi padre abandonó mi vida cuando tenía seis años. Mi madre murió cuando yo tenía veintidós. Después de su muerte, mi padrastro dejó de ser la persona a quien consideraba mi padre para transformarse en un hombre al que yo solo reconocía de vez en cuando. Mis dos hermanos, en su dolor, se distanciaron, pese a mis esfuerzos para que los tres nos mantuviéramos unidos, hasta que me rendí y también yo me distancié.
Durante los años anteriores al momento en que arrojé mi bota al precipicio en esa montaña, yo misma estaba arrojándome a un precipicio. Había deambulado, vagado y errado —de Minnesota a Nueva York, de allí a Oregón, y luego por todo el oeste— hasta que por fin, en el verano de 1995, me encontré allí, descalza, sintiéndome no ya sin lazos con el mundo, sino amarrada a él.
Era un mundo en el que nunca había estado y que, sin embargo, como bien sabía, siempre había existido; un mundo en el que había entrado a trompicones, afligida, confusa, temerosa y esperanzada. Un mundo que, según pensé, me convertiría en la mujer que yo sabía que podía llegar a ser y, a la vez, me permitiría volver a ser la niña que había sido en otro tiempo. Un mundo cuyas dimensiones eran medio metro de ancho y 4.285 kilómetros de largo.
Un mundo llamado Sendero del Macizo del Pacífico.
Había oído hablar de él por primera vez solo siete meses antes, cuando vivía en Minneapolis, triste, desesperada y a punto de divorciarme de un hombre a quien aún amaba. Mientras hacía cola en una tienda de actividades al aire libre, esperando para pagar una pala plegable, cogí de una estantería cercana un libro titulado