Para cerrar heridas y romper silencios.
A mis queridos padres, José y M. Luisa
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Prólogo
¿Qué habría pensado yo si me doy de narices con un libro titulado 100 pastillas en un día diez años atrás? A bote pronto en un drogadicto zumbado de los pies a la cabeza. Al cabo de un rato es posible que me diera por considerar que nadie se mete tal cantidad de psicotrópicos para procurarse la madre de todos los viajes.
La conclusión más lógica sugiere un intento de suicidio, consumado o no. Aunque para esos niveles habría necesitado la ayuda de algún tercero, nunca fui un tío espabilado. La hipótesis del suicidio es la correcta, por supuesto. El que cometió semejante animalada es quien suscribe. Necesité casi un año para entender que, inconscientemente, buscaba mi propia autodestrucción.
En este lapso de tiempo interpreté correctamente el significado de unas pesadillas recurrentes que me acosaban desde mi más tierna infancia. Entendí que las aparentes pesadillas eran recuerdos muy reales. Comprendí que había sufrido Abuso Sexual Infantil (ASI) en el seno de mi propia familia y con muy pocos años de vida. El violador resultó ser el más impensable: mi propia abuela materna. Acaso calificar de violador al responsable de un caso de ASI pueda resultar chocante para el lector poco avezado en esta lacra. Si os digo que la Organización Mundial de la Salud la califica sin tapujos de «pandemia mundial silenciada» la cosa no puede ser tomada a broma, ¿verdad? Es un hecho médicamente probado. Las crónicas y las frecuentemente mortales secuelas que el ASI deja en el menor son incluso peores que las de una violación en una persona adulta, dada la fragilidad de la víctima. Hablamos de niños, a veces con los pañales recién quitados. Por todo lo anterior solo cabe concluir que el término «abuso» está completamente obsoleto. Y lo que es peor: banaliza uno de los más atroces delitos posibles. No es preciso estudiar Derecho, todos tenemos una percepción interna de la repugnancia del hecho cometido. Si encima el violador y su víctima indefensa son de la misma sangre, yo diría que el nivel de bestialidad se agrava exponencialmente, ¿cierto? Luego se piensa en muchas palabras. Asco, inconcebible, aberrante... hasta que se acaba el diccionario. Tiene la capacidad de poner de acuerdo a todos, a un perfecto ciudadano y al más feroz de los reclusos. Solo discrepan los culpables de la salvajada, pero como juegan en otra liga pasan de todo. Lo sé por experiencia.
Tanto la OMS como la UNICEF coinciden en que estamos ante una pandemia mundial. Unas simples cifras oficiales dan fe de ello. A finales del año 2017 se registraron oficialmente 223 millones de casos en el planeta. También es oficial que el 80% de los casos suceden en la propia familia biológica y que solo el 10% de las víctimas se deciden a denunciar o señalar públicamente al pederasta. Establecidas con seguridad las indicadas cifras, la OMS concluyó que la cifra de 1.000 millones de víctimas en el mundo no es una sencilla proyección matemática sino un hecho irrefutable. Para ser más precisos, Etienne Krugg, médico y epidemiólogo belga, encargado por la OMS de valorar las reales dimensiones del ASI, declaró recientemente que según sus estimaciones la cifra real oscilaría entre los 900 y 1.200 millones de casos. Recordemos que el censo mundial de seres humanos en la Tierra es de 7.550 millones, según reporta Naciones Unidas. Por último, añadió un dato que me dejó en el sitio. Este 90% de pederastas que se van de rositas y que no pisarán un juzgado en su vida cada uno de ellos volverá a abusar aproximadamente de 168 víctimas más.
Son datos más que suficientes, a mi entender. Deben darnos mucho que pensar.
He dejado en último lugar la tercera característica aludida por ambos organismos: el «Silencio perpetuo de las Víctimas». Como Superviviente de ASI no puedo evitar las mayúsculas cuando hablo de silencio. Para ambos casos. Porque estamos ante la clave del problema. Su simplicidad resulta aplastante. Romper ese silencio y rebajar ese inadmisible porcentaje de un 90% de silentes es la vacuna contra el ASI. Esto último es una conclusión personal, pero que comparten no pocos Supervivientes. Conseguimos de una tacada un triple efecto positivo: a ) El empoderamiento de la Víctima y su evolución a Superviviente. Una condición que ostento con orgullo. Traspasar la culpabilidad y la vergüenza a quien la merece implica un duro esfuerzo psicológico y arriesgarse a amenazas y represalias de todo tipo. En la gran mayoría de la veces de tu propia familia, por si lo anterior fuera poco. En este sentido he sido muy afortunado (hasta ahora). b ) Acabar con la increíble y vergonzosa impunidad de la que se beneficia el pederasta, tanto a nivel legal como judicial. En casi todo el mundo. c ) Dar visibilidad a la auténtica dimensión de los hechos. ¿Cuántos de nosotros creemos que un caso de ASI es un hecho relativamente aislado y que se da principalmente en la Iglesia? Craso error, a nivel cuantitativo y cualitativo.
Pero de eso también debemos culpabilizar a medios de comunicación y sistemas legislativos. El ASI intrafamiliar es la parte del león de tan penoso asunto. El 80%, os recuerdo. No obstante, la unidad familiar como piedra angular de nuestro sistema social es mucho más intocable que la Iglesia. No parece importar que cuatro de cada cinco casos ocurran en la familia de la inocente víctima y que se proteja al violador mientras el infortunado menor es ignorado y silenciado. Abandonado a su desgracia.
Por eso el funcionamiento de la familia precisa con urgencia una absoluta actualización. Hacer piña y ser más familia que nunca, pero alrededor de la víctima. Necesitará un inmediato y riguroso seguimiento médico y el apoyo de los suyos.
¿Por qué nos autodenominamos Supervivientes ASI? Porque el Abuso Sexual Infantil mata. De un montón de maneras: trastornos límite de personalidad (TLP), fortísimas depresiones crónicas, suicidio, bulimia, anorexia nerviosa, enfermedades de transmisión sexual por la inconsciente hiperactividad sexual de la víctima (otra secuela del ASI), autodestrucción por todas las adicciones existentes... y un inacabable etcétera. Recientes estudios vinculan de forma rotunda el ASI como una de las principales causas de la fibromialgia. Esta es la última. Ojalá no vengan más.
El testimonio novelado que sigue es real en su integridad. No hay ni un adorno ni licencia. Insisto en ello porque soy consciente de su inverosimilitud. El ASI y sus recovecos son de una complejidad asombrosa. Solo he cambiado los nombres de los personajes, con dos excepciones: la víctima y el responsable. La razón es simple, las denuncias a medias no existen.