Prólogo
Hay libros que sobrepasan con mucho el propósito para el que fueron escritos. En ningún caso es esto más cierto que con Alicia en el País de las Maravillas y su secuela, Alicia a través del espejo, de Lewis Carroll. Concebidas en un principio como cuentos para niños, la mente privilegiada del lógico-matemático Charles L. Dogdson (su nombre real) consiguió dotar a estas dos obras de un sinfín de matices, significados equívocos y juegos de palabras, sin mencionar la constante ironía que se desprende de ellas. Así pues, no es de extrañar que varias generaciones, no sólo de niños sino también de adultos, hayan quedado fascinadas con estos clásicos del absurdo universal. Quien escribe estas líneas se encuentra entre ellos. Mi caso no es único en el mundo de la investigación y, así, existen otros ejemplos de investigadores y ensayistas que se han inspirado en los libros de Carroll para componer sus propias aventuras con Alicia, a partir de su particular punto de vista. Desde la física, el caso más notorio es el de Robert Gilbert y su Alicia en el País de los Cuantos. Pero Alicia también ha participado como protagonista en ensayos de carácter matemático o filosófico. En mi caso concreto, desde su lectura me sentí atraído por la idea de ofrecer una versión de Alicia desde mi propia perspectiva, es decir, desde la perspectiva evolutiva. Cuando releía los libros de Alicia, continuamente me sugerían situaciones y metáforas que podían tener una lectura evolutiva. Ello no es nuevo, y no en vano la ley biogenética que Leigh Van Valen publicara en 1973 es conocida como «Efecto Reina Roja», en alusión a una conocida escena de Alicia a través del espejo que reproduzco en este libro. Ello marca una clara diferencia con otras obras que también han utilizado el personaje de Alicia, ya que, en general, ninguna de ellas parte de las situaciones o los personajes originales de los dos libros de Carroll. Por el contrario, en mi caso me he basado en una serie de escenas que proceden de las obras de Alicia, reconvertidas desde mi propio punto de vista. Así, el lector reconocerá de inmediato los personajes del conejo blanco, el dodó, la Reina Roja, el gato de Cheshire y otros más.
El inicio del capítulo 1 hace referencia al inicio de Alicia en el País de las Maravillas, aunque el resto del capítulo y el capítulo 2 están inspirados en el título original del cuento de Carroll cuando no preveía su publicación, Las aventuras subterráneas de Alicia.
En el capítulo 3 el lector reconocerá inmediatamente la situación por la que atraviesa Alicia en el capítulo 2 de Alicia en el País de las Maravillas, titulado «El charco de lágrimas». La aparición del dodó en ese mismo capítulo de Alicia en el País de las Maravillas me da pie para componer el capítulo 4.
Para el capítulo 5 recupero al gato de Cheshire, un personaje clave de Alicia en el País de las Maravillas y también de esta obra. Pero de hecho el capítulo está basado en el capítulo 2 de Alicia a través del espejo, con el famoso episodio de la Reina Roja.
El capítulo 6 es el único que no hace referencia a ninguno de los personajes de las obras de Carroll. Sin embargo, no he podido resistir la tentación de un encuentro inédito en las aventuras de Alicia.
Los capítulos 7 y 8 están basados en el capítulo 4 de Alicia a través del espejo. Allí Alicia se encuentra con Tweedledum y Tweedledee, dos personajes que acaban a la greña. He aprovechado esta situación para recrear otras trifulcas evolutivas, como el lector reconocerá inmediatamente.
Por su parte, el capítulo 9 se inspira en la breve conversación con las flores que Alicia mantiene en el capítulo 2 de Alicia a través del espejo. Aquí he dado algo más de entidad a la situación, como el lector comprobará.
Finalmente, el capítulo 10 corresponde al inicio de Alicia a través del espejo, incorporando elementos del capítulo 3 del mismo libro —la anciana oveja— y del capítulo 6 de Alicia en el País de las Maravillas. Dado que esta obra es deudora a partes iguales de los dos libros de Lewis Carroll, me pareció conveniente empezarlo como Alicia en el País de las Maravillas y acabarlo con el inicio de Alicia a través del espejo. El ciclo queda entonces completo.
Por supuesto, mi agradecimiento a todas las personas que me han ayudado en esta empresa y que me han dado su opinión sobre ella, a medida que crecía. Pero principalmente, mi agradecimiento al equipo editorial de Drakontos, Joaquín Arias, Carmen Esteban y José Sánchez Ron, también grandes admiradores de Alicia. Ellos fueron los que, ante una lista de posibles futuros títulos para incluir en su catálogo, inmediatamente señalaron a Alicia en el País de la Evolución y me conminaron sin un ápice de duda: «¡Queremos a Alicia!». Ellos han sido también los que me han espoleado continuamente en el largo desarrollo de esta obra, que, a pesar de ser relativamente breve, me ha llevado cerca de tres años de elaboración. Pasar del estilo ensayístico, al que estoy acostumbrado, a uno mucho más narrativo ha sido la principal dificultad con la que me he topado, ya que me he dado cuenta de que la narrativa requiere su grado de inspiración; inspiración que no siempre es compatible con la ajetreada vida de un investigador en activo, especialmente si es paleontólogo y desarrolla su labor en diferentes partes de este Universo. Con la dedicatoria de este libro he querido rendir homenaje a las personas que me abrieron los ojos en este sentido, «pues el Snark resultó ser un Boojum, ya veis».
1
Tras el conejo blanco
—¡Qué bien se está aquí!
Alicia paseó la mano sobre el césped del parque y abrió los ojos. Las ramas del tilo bajo el que estaba tumbada se mecían al hilo de una brisa agradable. A esa hora del mediodía, el verde de sus hojas apenas podía competir con un cielo completamente azul.
—¡Qué bien se está aquí! Me gustaría quedarme aquí así, para siempre, para siempre... Desearía que este momento fuese eterno, que no acabase nunca.
—¡Puaff! ¡Vaya aburrimiento!
Alicia se sobresaltó y miró a su alrededor. ¿Quién había dicho aquello? ¿O es que estaba soñando? Pero lo único que alcanzó a descubrir fue un hermoso conejo blanco de ojos azules agazapado entre la hojarasca a pocos metros de ella. Se volvió a tender sobre la suave hierba.
—¡Deprisa, deprisa!
Bueno, esto ya era demasiado. ¿Quién andaba por ahí? Se incorporó de nuevo y se encontró con el conejo blanco, quien, esta vez de manera clara y audible, le espetó: