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Lynch - Mares de sangre bajo cielos rojos

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Lynch Mares de sangre bajo cielos rojos
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    Mares de sangre bajo cielos rojos
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Mares de sangre bajo cielos rojos: resumen, descripción y anotación

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Mares de sangre bajo cielos rojos

Libro segundo de las crónicas de

Los Caballeros Bastardos

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Scott Lynch

Traducción de Javier Martín Lalanda


Contenido

Prólogo. Una conversación tensa

Libro I. LAS CARTAS EN LA MANO

Capítulo 1. Juegos intrascendentes

Reminiscencia. El Capa de Vel Virazzo

Capítulo 2. Requin

Reminiscencia. Los planes mejor urdidos

Capítulo 3. Cálida hospitalidad

Reminiscencia. La Dama de la Columna de Cristal

Capítulo 4. Alianzas a ciegas

Reminiscencia. La Guerra Divertida

Capítulo 5. En un río mecánico

Última reminiscencia. Con su propia cuerda

Capítulo 6. Balance final

Capítulo 7. Soltando amarras

Libro II. LAS CARTAS FUERA DE LA MANGA

Capítulo 8. El final del verano

Capítulo 9. El Orquídea Emponzoñada

Capítulo 10. Todas las almas en peligro

Capítulo 11. Toda la verdad y nada más que la verdad

Capítulo 12. Puerto Pródigo

Capítulo 13. Puntos de decisión

Libro III. LAS CARTAS SOBRE LA MESA

Capítulo 14. Haciendo incursiones en el Mar de Bronce

Capítulo 15. Entre hermanos

Capítulo 16. Saldando cuentas

Epílogo. Mares de sangre bajo cielos rojos

Posfacio

Agradecimientos

Créditos


SINOPSIS

Locke Lamora y Jean Tannen han huido de su hogar y del naufragio de sus vidas. Pero no pueden seguir huyendo para siempre y, cuando se detienen, se deciden por el blanco más rico y difícil en el horizonte: la ciudad de Tal Verrar y la Aguja del Pecado, la casa de juego mejor guardada del mundo. Nadie ha robado allí ni siquiera una moneda y vivido para contarlo. Es la clase de desafío a la que Locke simplemente no puede resistirse... Pero el crimen perfecto va a tener que esperar. En Tal Verrar hay alguien que quiere servirse de la experiencia de los caballeros bastardos y está dispuesto a matar para conseguirla. Antes de que pase mucho tiempo, Locke y Jean se encontrarán dedicándose a la piratería. Bonito trabajo para unos ladrones que no distinguen la popa de la proa...

Scott Lynch ha tejido una emocionante historia de confianza y traición, de amistad puesta a prueba hasta el límite.

"Como el propio Locke Lamora la novela de Scott Lynch rezuma encanto, talento, astucia, estilo, intrepidez, cara dura, humor, concisión y bravuconería en medidas iguales."

Sfrevu

"Scott Lynch ha construido una fantasía de muchos octanos."

Richard Morgan

"Una historia fresca y original que te atrapa, y su autor una voz nueva y brillante en el género de la fantasía."

George R. R. Martin


Para Matthew Woodring Stover, vela amiga en el horizonte.

Non destiti, numquam desistam.


PRÓLOGO

Una conversación tensa

Locke Lamora se encontraba de pie en el muelle de Tal Verrar, sintiendo en la espalda el cálido viento de un barco que ardía y, en el cuello, el frío contacto del dardo de una ballesta.

Hizo una mueca e intentó concentrarse para seguir apuntando con la ballesta al ojo izquierdo de su contrario; éste y Locke estaban tan cerca que podían matarse el uno al otro siempre que apretaran los respectivos gatillos al mismo tiempo.

—Sé razonable —dijo el hombre que tenía enfrente. Las gotas de sudor formaron unos surcos apreciables a simple vista al deslizarse por su frente y sus mejillas cubiertas de mugre—. Sopesa las desventajas de tu situación.

Locke lanzó un bufido.

—A menos que tus globos oculares sean de hierro, estamos a la par en desventajas. ¿Tú qué crees, Jean?

Allí, en el muelle, ellos dos se enfrentaban con otros dos: Locke al lado de Jean, el contrario de éste junto al contrario de Locke. Mientras cada uno de ellos apuntaba su ballesta, Jean y su enemigo casi se tocaban los pies; cuatro fríos dardos de metal que miraban a las respectivas cabezas de otros tantos hombres, quienes, comprensiblemente, estaban nerviosos por encontrarse a muy pocos centímetros de ellos. Y aunque todos los dioses de arriba o de abajo hubieran querido decidir lo contrario, ninguno de los dardos hubiese podido fallar su blanco a aquella distancia.

—Lo que creo es que los cuatro estamos metidos en una ciénaga y con el agua hasta las pelotas —respondió Jean.

Sobre las aguas que se encontraban tras ellos, el viejo galeón gimió y crujió mientras las rugientes llamas lo consumían desde dentro. En un radio de varios cientos de metros, la noche se había convertido en día. El casco del buque se hallaba surcado por las líneas blanco-anaranjadas que marcaban las cuadernas, las cuales comenzaban a separarse unas de otras. El humo se escapaba por aquellas hendiduras infernales, formando pequeñas erupciones que se asemejaban a las boqueadas de una enorme bestia de madera agonizante. Los cuatro hombres seguían de pie en el muelle, singularmente solos en medio de la luz y del ruido que comenzaban a llamar la atención de toda la ciudad.

—Baje su arma, por el amor de los dioses —dijo el rival de Locke—. Tenemos instrucciones de no matarles a menos que sea necesario.

—Y yo estoy seguro de que hará todo lo posible para respetar esas instrucciones —contestó Locke, que no pudo por menos de sonreír—. Lo siento, pero siempre he tenido a gala no confiar en quien me apunta a la tráquea con un arma.

—Aún tardará unos instantes en apretar el gatillo después de que yo haya apretado el mío.

—En cuanto se me canse la mano, la punta de este dardo se alojará en su nariz. ¿Quién les envía contra nosotros? ¿Cuánto les han pagado? Mire, no estamos faltos de dinero, así que aún podemos llegar a un acuerdo al gusto de todos.

—En realidad —dijo Jean— yo sí sé quién los envía.

—¿De veras? —Locke miró furtivamente a Jean para luego centrar la mirada en su adversario.

—Y hemos llegado a un acuerdo, aunque no me atrevería a decir que sea a gusto de todos.

—Ah… Jean, creo que no me has entendido.

—No —Jean levantó una mano con la palma por delante hacia el hombre que tenía enfrente. Luego giró lentamente su arma hacia la izquierda… hasta que la ballesta apuntó a la cabeza de Locke. El hombre al que antes había tenido en la mira bizqueó sorprendido—. Tú eres el que no me entiende.

—Jean —dijo Locke, y la mueca se desvaneció de su rostro—, esto no tiene gracia.

—Estoy de acuerdo. Entrégame tu arma.

—Jean…

—Entrégamela ahora. Enseguida. Tú, ¿acaso eres medio idiota?, aparta esa cosa de mi cara y apúntale a él con ella.

El individuo que hasta entonces había estado apuntando a Jean se pasó la lengua por los labios, muy nervioso, pero no se movió.

Jean rechinó los dientes.

—Atiende, mono portuario con cerebro de esponja, estoy haciéndote el trabajo. ¡Apunta con tu ballesta a este compañero mío dejado de la mano de los dioses, para que podamos largarnos de este muelle!

—Jean, creo que podríamos decir que este giro de los acontecimientos no es en absoluto satisfactorio —dijo Locke, y pareció que iba a explayarse en el comentario, pero el contrario de Jean aprovechó la circunstancia para seguir el consejo de éste.

Entonces Locke pensó que el sudor le caía por el rostro como si fuera una cascada, como si la humedad formada por la traición abandonase el hogar que antes había estado ocupando, a la espera de algo peor.

—Tres. Tres contra uno —Jean escupió en el suelo—. Antes de marcharnos no me dejaste otra opción que cerrar un trato con el patrón de estos caballeros… ¡Maldita sea, me obligaste ! Lo siento. Pensaba que se pondrían en contacto conmigo antes de atacarnos. Ahora, entrégame tu arma.

—Jean, ¿qué diablos te crees que estás…?

—No, no digas ni pío . No intentes ninguna sutileza conmigo; te conozco demasiado bien para dejar que sigas hablando. Silencio, Locke. Aparta el dedo del gatillo y entrégamela .

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