Rudolf Pörtner - La saga de los vikingos
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- Libro:La saga de los vikingos
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:1971
- Índice:4 / 5
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La saga de los vikingos: resumen, descripción y anotación
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La saga de los vikingos — leer online gratis el libro completo
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¿Se limitaron los vikingos a recalar en América o hubo algo más? A esta y otras cuestiones de la historia de este pueblo europeo consagró Pörtner varios años de su vida. El resultado es un libro de excepcional interés, escrito con un escrupuloso rigor histórico, como refleja el capítulo final, dedicado a las fuentes, reconocidas y solventes, utilizadas por el autor. El célebre historiador alemán, que logra convertir la información en un apasionante ejercicio de lectura, relata con ágil pulso periodístico tres siglos de civilización vikinga; un panorama histórico que permite al lector responder por sí mismo a la vieja pregunta: ¿héroes o monstruos?
Rudolf Pörtner
ePub r1.0
Titivillus 23.02.17
Título original: Die Wikinger-Saga
Rudolf Pörtner, 1971
Traducción: Mariano Orta Manzano
Editor digital: Titivillus
Digitalización: armauirumque
ePub base r1.2
¿Es oportuno un redescubrimiento del mundo de los vikingos? ¿No se ha cantado, descrito y celebrado lo suficiente el estallido nórdico como intencionadamente se ha llamado a la irrupción de los pueblos escandinavos en la vida y en la historia del continente? ¿No basta ya de evocación de héroes, detalle de costumbres y altivez racial con lo que nos han proporcionado las décadas de los años veinte y treinta de este siglo?
Estas preguntas son justas. Pero un tema no pierde valor por el hecho de que durante generaciones se haya tratado sin el necesario distanciamiento crítico, antes al contrario, con una excesiva carga de sentimentalismo y de compromiso ideológico. No cabe apartar, pura y simplemente, a estos vikingos a un lado. Se les puede odiar o amar, incluso discutir con ellos o dejarse fascinar; lo que resulta imposible es olvidarlos. Sus huellas son indelebles. El que desde un principio su destino haya consistido en suscitar encontrados sentimientos no facilita en absoluto tratarlos con justicia.
Los monjes cristianos los creyeron encarnaciones del diablo. Cronistas de conventos e iglesias presentaron a estos pueblos y tribus nórdicas como monstruos y lobos furiosos. Alrededor del 800 salieron del anonimato en que vivían dentro de la historia y, durante tres siglos, los vikingos recorrieron los mares y las tierras de Europa, que supo de su temperamento y del estallido de su fuerza. Y con esos epítetos de monstruos y lobos se vengaban de que estos enviados del infierno perturbaran su bien asentada paz y despreciaran su bienestar. Y, como se sabe, esos juicios se han repetido una y mil veces, hasta que un día la moda obligó a afirmar lo contrario.
Los apasionados panegiristas de lo nórdico transformaron los monstruos en héroes, los honraron con la orden y el distintivo de honor de la auténtica existencia germánica y los hicieron, metafóricamente, galopar con el corcel de ocho patas de Odín por su imaginaria ópera de la historia. De esta suerte el sobrio gris del Norte se convirtió en una niebla mitológica en que se entremezclaban sus representaciones de raza, ética de señores y asentimiento popular, todo ello con un jactancioso despliegue de palabras pseudocientíficas (que por lo demás nada tenían que ver con el duro y añoso lenguaje de las sagas nórdicas).
Éste fue el motivo de que los vikingos tengan hoy mala prensa, porque, como mínimo, pesa sobre ellos la fatal maldición de verlos como modelos de aquellas «bestias rubias» cuya crianza llegó a ser cosa hecha y bien programada. Por el contrario, en novelas históricas y libros para jóvenes viven como aventureros libres de compromisos y audaces descubridores. Hollywood llega al extremo de construir toda una flota vikinga y, para amortizarla, cual una oceánica película del lejano Oeste, rueda un filme tras otro en los cuales la Antigüedad nórdica degenera hasta convertirse en una novela por entregas y vanos espectáculos de opulencia.
Al margen de todas estas simplificaciones, en los últimos decenios, historiadores, arqueólogos y filólogos han investigado a conciencia el mundo de los vikingos y obtenido de sus trabajos una incalculable cosecha de experiencia, puntos de vista y nuevos conocimientos.
Resultado, ese mundo era esencialmente distinto de como se solía presentarlo. Nada tiene que ver con imágenes estereotipadas. Muestra, por el contrario, una riqueza y una profusión de vida como apenas se sospechaba tras la iluminada fachada de la historiografía de aceptación corriente. Y posee un enorme peso histórico. Es una parte integrante de la historia europea, aunque su peripecia exterior parezca meramente episódica.
Los vikingos eran sobrios campesinos que vivían de las exiguas cosechas de sus yermas tierras y conformaban su existencia según las enseñanzas de sus mayores.
Pero crearon el universo mitológico más lleno de fantasía después de la Antigüedad clásica y su poesía, de insospechados reflejos y giros de una increíble complicación, se ajusta a reglas extremadamente severas. Luchaban constantemente entre sí y se atrevían contra lo divino y lo humano, pero obedecían sin paliativos su antiquísimo código moral, cuya última instancia era la estirpe.
Construyeron los mejores y más rápidos barcos de su época, clíperes oceánicos que, sin embargo, podían varar en lisas playas de arena y con ellos cruzaban sin descanso mares y lagos como jinetes sobre desiertos y estepas. Asolaron las costas de Europa, extorsionaron de los pueblos del continente enormes sumas de dinero y penetraron profundamente en sus países. Asaltaron ciudades y monasterios, castillos y caseríos, arrasaron, saquearon y rapiñaron todo cuanto les parecía útil y conveniente: oro y joyas, paños de altar y espadas, objetos litúrgicos y hermosas muchachas. Pero también fueron colonizadores expertos. Se aposentaron en las islas atlánticas, poblaron Islandia y Groenlandia y, quinientos años antes que Colón, pusieron pie en suelo americano.
Sostuvieron largas guerras contra el reino de los francos y los reinos anglosajones, fundaron estados filiales en el Mediterráneo, crearon el imperio de Kiev, en Rusia, formaron parte de la guardia personal de los emperadores romanos de Oriente y su poderío se hizo sentir del Volga a Terranova, de Islandia a Sicilia, de Birka a Bizancio. Astutos comerciantes, se encontraban a sus anchas en todos los mercados de Europa, verdaderos hombres de negocios, que incansablemente trataban y cambiaban con monedas árabes, francas y anglosajonas. Sus artesanos fabricaban vasijas y herramientas cuyo impecable funcionalismo no se ha superado. Y en los talleres de los forjadores y tallistas laboraban artistas de cuyas formas siguen viviendo los actuales diseñadores nórdicos.
En una palabra: poseían un colosal radio de acción. Su naturaleza virgen, intacta, les dejaba muchas fuerzas libres. Lo heroico no constituía el elemento medular de su vida.
Eran de todo un poco: campesinos, descubridores y colonizadores. Los más audaces navegantes y los guerreros más temidos de su época. Piratas y comerciantes. Héroes, tratantes y embaucadores. Aplicados artesanos e inteligentes organizadores. Sanguinarios y artistas geniales. Guerreros furibundos y fríos calculadores. Individualistas a ultranza y despreciadores del estado, pero obedientes hijos de su estirpe.
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