CAPÍTULO 1
¿De verdad os parezco tan raro?
How Weird Am I,
ANYWAY?
“Nunca tuve la intención de convertirme en un tipo extravagante. Fue otra gente la que siempre me endilgó esa etiqueta”.
Frank Zappa (Baltimore Sun, 12 de octubre de 1986).
Este libro parte de la premisa de que hay alguien en alguna parte interesado en saber quién soy, cómo llegué hasta aquí y de qué coño voy.
Para contestar a la Primera Pregunta Imaginaria, voy a explicar LO QUE NO SOY. Aquí van dos conocidas ‘Leyendas de Frank Zappa’…
Como en el disco Hot Rats de 1969 grabé una canción titulada “Son of Mr. Green Genes”, la gente hace años que cree que el personaje llamado así en la serie de televisión Captain Kangaroo (interpretado por Lumpy Brannum) era mi ‘verdadero’ padre. Pues no.
Otra infundada habladuría sostiene que una vez ‘me cagué en un concierto’. Esta historia se ha enriquecido con muchas variantes, de las que me permito destacar algunas:
- Me comí una mierda en un concierto.
- Monté un ‘concurso de guarradas’ (¿qué cojones es un ‘concurso de guarradas’?) con Captain Beefheart y ambos compartimos mierda en el escenario.
- Monté un ‘concurso de guarradas’ con Alice Cooper, él pisoteó unos polluelos y después yo me comí una mierda en el escenario, etc.
Hace unos años, en 1967 o 1968, estuve en un club de Londres llamado Speak Easy. Un miembro de The Flock (un grupo que en aquellos tiempos grababa para Columbia) vino y me dijo:
“Eres increíble. Cuando oí lo de que te comiste una mierda en un concierto, pensé: ‘Este tío está muy, muy pasado’”.
Le dije: “Nunca me he comido una mierda en un concierto”. Me miró totalmente abatido, como si le acabara de romper el corazón.
A ver, que conste en acta: Nunca he cagado en un concierto, y lo más cerca que he estadojamásde comer mierda fue en el bufé del Holiday Inn de Fayetteville, Carolina del Norte, en 1973.
Más información importante para la gente que se pregunta lo que como
No me volvía loco casi nada de lo que me cocinaba mi madre, cosas como la pasta con lentejas. Ése era uno de los platos más odiosos de mi infancia. Nos preparaba en un gran puchero cantidad suficiente para una semana. Después de unos días en la nevera, se ponía todo de color negro.
Lo que más me gustaba comer era la tarta de arándanos, las ostras fritas y las anguilas fritas, aunque también me encantaban los sándwiches de maíz: pan blanco y puré de patatas con maíz de lata por encima. (Volveremos de vez en cuando a este fascinante tema, ya que parece que hay en el público bastante gente interesada).
Lo básico y aburrido
“Sé regular y ordenado en tu vida para poder ser violento y original en tu trabajo”.
Gustave Flaubert
¿Qué os parece el epígrafe, eh? Peter, ya me da la risa con tus ocurrencias. Bueno, vamos allá… Mi nombre auténtico es Frank Vincent Zappa (no Francis, ya lo explicaré más adelante). Nací el 21 de diciembre de 1940 en Baltimore, Maryland. Cuando me asomé al mundo, tenía todo el cuerpo de color negro y creyeron que estaba muerto. Ahora estoy bien.
Soy de ascendencia siciliana, griega, árabe y francesa. La madre de mi madre era francesa y siciliana, y su padre era italiano (de Nápoles). Ella era de primera generación. La parte greco-árabe viene de mi padre. Nació en un pueblo de Sicilia llamado Partinico y llegó aquí de crío en un barco de inmigrantes.
Trabajaba en la barbería de su padre, en los muelles de Maryland. Por un penique diario (o semanal, no me acuerdo), se encargaba de enjabonar, de pie sobre una caja, las caras de los marineros para que su padre los afeitara. Bonito trabajo.
Al final fue a la universidad en Chapel Hill, Carolina del Norte, y tocaba la guitarra en un trío de ‘cantantes melódicos ambulantes’ (todavía hoy recibo tarjetas de cumpleaños de la compañía de seguros de Jack Wardlaw, el que tocaba el banjo).
Iban por todas las ventanas de las residencias universitarias cantándoles a las alumnas un repertorio que mezclaba serenatas con canciones como “Little Red Wing”. Mi padre formaba parte del equipo de lucha y, cuando se graduó, se puso a trabajar como profesor de historia en Loyola, Maryland.
Mis padres hablaban italiano en casa cuando no querían que sus hijos se enteraran de la conversación, que normalmente era sobre dinero puesto que, por lo visto, nunca teníamos un duro. Supongo que les resultaba útil tener un ‘código secreto’, pero el hecho de que no nos enseñaran el idioma a lo mejor tenía algo que ver con ese deseo de integrarse (no estaba de moda ser de ‘extracción extranjera’ en Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial).
Vivíamos en un complejo de viviendas del Ejército en Edgewood, Maryland. Teníamos de vecinos a una familia, los Knight, a los que mi padre llamaba “ese hatajo de paletos”. Un día, Archie Knight se puso a discutir con mi padre y recuerdo a continuación a mi padre corriendo a casa gritando: “¡Tráeme la pistola, Rosie! ¡Tráeme la pistola!”.
Ahí fue cuando supe que teníamos una pistola (una del calibre 38 de acero cromado escondida en el cajón de los calcetines). Mi madre le suplicó que no le disparara. Por suerte, tuvo el sentido común de hacerle caso.
Debido a aquel incidente, descubrí dónde estaba la pistola, así que un día la cogí y recuerdo que pensé: “¡Ésta es la pistola de petardos más guapa que he visto en mi vida!”. A escondidas le metía petardos y también las ‘puntas azules’ que arrancaba de las antiguas cerillas de madera para la cocina.
Mis padres no sabían qué cara poner cuando vieron que me había cargado el percutor.
Los padres de mi madre tenían un restaurante ubicado también en los muelles de Maryland. Mi madre siempre nos contaba la historia de un tío que entró una vez en el restaurante y provocó una pelea. Creo que fue el padre de mi madre quien cogió uno de esos tenedores grandes que se usan para sacar las patatas del agua hirviendo y se lo clavó al tipo en todo el cráneo. No se murió, se fue corriendo con el tenedor clavado en la cabeza como si fuera una antena.
El padre de mi padre casi nunca se bañaba. Le gustaba sentarse en la terraza con un montón de ropa encima. Le encantaba el vino, y empezaba las mañanas tomándose dos vasos de Alka-Seltzer.
La madre de mi madre no hablaba inglés, así que nos contaba historias en italiano. Había una que iba sobre la mano pelusa, la mano peluda. “Mano pelusa! Vieni qua!”, decía con una ‘voz de abuela’ que te ponía todos los pelos de punta. Se supone que eso significa “¡mano peluda, ven aquí!”, y al decirlo me subía sus dedos por el brazo. Esto es lo que hacía la gente cuando no había televisión.
Entre mis primeros recuerdos de infancia también está mi trajecito de marinero con un silbato de madera que llevaba atado con una cuerda alrededor del cuello y las continuas peregrinaciones a la iglesia para practicar la genuflexión.
Durante un tiempo, yo entonces era muy pequeño, vivimos en una pensión. Creo que era en Atlantic City. La dueña de la pensión tenía un perro de raza pomerana que se comía el césped y vomitaba unas cosas que parecían