Tal vez la obra más importante de Taha Husein (1889-1973) sea su propia vida. Nacido en una familia modesta de Magaga (Egipto Medio), séptimo de trece hermanos, con sólo tres años es tratado de una leve afección ocular por un barbero local, el cual le provoca definitivamente la ceguera. Debido a su aguda inteligencia y su extraordinaria memoria, pronto memoriza el Corán, y destaca de entre los alumnos de la escuela local (kuttab). Posteriormente es enviado a la gran escuela coránica de El Cairo: Al-Azhar. Allí vive el niño con un hermano mayor, que hace a desgana de lazarillo, y se introduce en la ciencia que tanto le intriga y tanto le fascina. En condiciones de extrema pobreza su vida discurre entre los corros de las lecciones de la mezquita y el rincón de su cuarto en el mísero caserón donde viven los estudiantes… y poco a poco va renegando de un sistema de enseñanza oscurantista y anclado en el pasado.
Taha Husein
Los días
Memorias de infancia y juventud
ePub r1.0
Titivillus 28.04.17
Título original: Al-Ayyam
Taha Husein, 1929
Traducción: Emilio García Gómez
Fotografía de portada: Un corro de jóvenes estudia el Corán en el patio del Azhar, en El Cairo. Autor y fecha desconocidos, Egipto
Retoque de cubierta: Castroponce
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2
Prólogo
Los Días, de Taha Husein, son una de las obras maestras de la prosa árabe contemporánea. Pero de esto hablaremos luego. Lo primero que interesa decir del libro es que constituye un documento psicológico e histórico de primer orden.
Nada hay que contar de la infancia Taha Husein, nacido en Magaga (Egipto Medio) el 14 de noviembre de 1889. Los Días henchirán al lector español las medidas de la curiosidad sobre las primeras impresiones que del mundo tuvo este niño víctima de la ceguera —el terrible azote del Oriente— por impericia de un curandero; este niño, reconcentrado, desgraciado, con el alma en carne viva, un poco arisco y terriblemente observador, que, resbalando por una pendiente fatal, cae en el Azhar hasta que, harto del Azhar, se rebela. Nada tampoco hay que contar al lector español de lo que es hoy Taha Husein en el Oriente árabe, porque el gran escritor ha visitado por dos veces España —la segunda como Ministro de Instrucción Pública de su país— y la prensa ha divulgado a todos los vientos su ascensión prodigiosa. Entre unos y otros hechos podríamos aquí amontonar los datos de una extensa ficha bibliográfica: la tesis doctoral, primera que se leyó en la Universidad Fuad I de El Cairo; el viaje a París con el doctorado en la Sorbona; el matrimonio con una dama francesa, que ha sido su ángel tutelar, y a la que tan delicadamente alude al final de la primera parte; el recorrido por todos los grados de la jerarquía científica y administrativa de su país, desde la cátedra al Ministerio, pasando por rectorados, subsecretarías y academias; la publicación de varias docenas de volúmenes (estudios críticos, obras de erudición, ensayos, historia, meditaciones, novelas, epigramas, artículos, conferencias, traducciones del griego y del francés) que, junto con su influjo personal, como pocos penetrante, hacen de él actualmente la figura intelectual de más relieve en el mundo árabe contemporáneo. Los Días, que ahora aparecen en español, han sido también traducidos al francés, al inglés, al alemán, al ruso, al chino, al malayo y al hebreo. Téngase, además, en cuenta que la autobiografía literaria, y en especial los recuerdos de adolescencia, son un género rarísimo en la literatura árabe de cualquier tiempo.
Pero estos datos, todos fácilmente halladeros y reducibles a listas fechadas, con ser valiosa información, no nos darían la clave del enigma biográfico. De desear es que el autor, como deja entrever en las líneas finales de la obra, reanude el apasionante relato donde ahora lo interrumpe y nos aclare las etapas de la que se diría inexplicable metamorfosis. Porque no todo ha sido fácil ni por dentro ni por fuera, y la vida de Taha Husein, al lado de los éxitos, ha estado llena de batallas, persecuciones y disputas, de todas las cuales ha salido triunfante este hombre inerme, a quien hay que llevar siempre del brazo y que jamás ha visto el rostro de sus enemigos, aunque los dos más encarnizados no tienen rostro, porque son la ignorancia y la pereza. Y mentira nos parece que el niñito triste de Magaga sea el mismo sabio que hoy igual acompaña entrañablemente a Mutanabbi y a Abu-l-’Ala’ que traduce a Sófocles y a Racine. Es una delicia oír cómo la voz de Taha Husein —su fuerte y honda voz de campesino egipcio— pasa del árabe al francés: diríase una gran orquesta donde de pronto quedaran en holganza todos los instrumentos guturales para abrir paso a la sedosa voz de unos cuantos violines. Mucha fe tenemos en la fuerza del arte y del espíritu, pero a veces pensamos si Taha Husein no logró por fin que un genio sirviente le entregara esa varita mágica de Hasan de Basora que pedía en su infancia con tan insistentes sahumerios.
Otro interés indudable tiene el libro de Taha Husein, y es el de abrirnos una cala en el conocimiento del inmenso progreso que ha realizado Egipto en la primera mitad del siglo XX. También aquí basta comparar lo que hoy dice cualquier periódico con lo que cuentan las páginas de estás Memorias, en lo que tienen de acerada y entrañable, aunque indirecta, crítica del país. En muchos aspectos es una literatura que recuerda a la de nuestra generación del 98. Como ella ha sido fundamental, triste, hermosa, fecunda… y efímera.
* * *
Si Los Días tienen un evidente protagonista, que es Taha Husein, éste tiene un antagonista no menos evidente: el Azhar. La lucha contra la rutina y el fanatismo, que el niño inicia en el ambiente rural —contra Sayyidna, contra los ulemas pueblerinos, contra las cofradías místicas—, acaba por encontrar un gran adversario, un Goliat gigante, cuya frente aguardaba la piedra disparada por la honda del David pastorcillo. Y ese adversario era la universidad venerable que, desde el siglo X, en que fue fundada, vive hasta ahora, primero activa y en vanguardia, luego con el sopor de todo el Islam, más tarde con el agobio de nuestra época, tras de la crisis cuya culminación pintan acaso Los Días de Taha Husein.
¡El viejo Azhar, gran seminario del Islam! Una mezquita maravillosa, un luminoso patio, unos sinuosos «pórticos» llenos de estudiantes en andrajos, una buena biblioteca, una administración entonces rudimentaria… Pero, sobre todo, unos corros —el maestro sentado en un sillón; los alumnos, en el suelo— en medio de las columnas. Maestros y alumnos viven mal, sin higiene, sin saciar su hambre: se alimentan de habas, de puerros y de encurtidos. Los maestros exponen —y los alumnos les objetan con ferocidad— «glosas» a «comentarios» de «textos», cuyas fechas van del siglo VIII al siglo XIX (las breves notas que he puesto no tienden más que a subrayar estas curiosas fechas). El conjunto de eso que hacen se llama «la ciencia»; término que en mi traducción aparece siempre entre comillas, de un lado, porque la palabra árabe correspondiente (al-’ilm) se refiere a la ciencia tradicional religiosa en toda su amplitud, y no a la profana ni a la moderna, y, de otra parte, porque Taha Husein lo emplea siempre en tono irónico. ¿Es todo malo en ese ambiente, pintado a maravilla en documento tan único como excepcional? El lector juzgará, y podrá observar que, a pesar de todo, hay en algunas personas dedicación noble, afán desinteresado y pasión sincera, a través de durezas y de ergotismos. En el capítulo XVI de la segunda parte podrá, además, notar —cosa típica y excelente en el Islam— que la fe oficial y consciente no alienta ni prohija, sino que hostiliza y coarta, las deformadoras y supersticiosas devociones populares.