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SINOPSIS
Hannah Arendt fue una intelectual avanzada a su tiempo. Autora de una obra que abarca tanto la filosofía como la política, la ética y la religión, su figura es una de las más fascinantes de entre las que transitaron por el agitado siglo XX . En nombre de sus propias ideas, sin adscribirse a ninguna escuela, optó por preguntarse, a lo largo de toda su vida, sobre la cuestión del mal: la violencia política, los totalitarismos, el conflicto entre israelíes y palestinos, el poder de la sociedad de consumo, el aumento de los refugiados y la degradación de nuestras libertades.
En esta extraordinaria biografía, Laure Adler traza un recorrido por el itinerario vital e intelectual de una mujer que desconfió de todos los ismos, y arroja luz sobre infinidad de cuestiones poco conocidas a partir de correspondencia inédita y del encuentro con amigos y conocidos de Arendt.
Laure
Adler
Hannah
Arendt
Una biografía
Traducción de Isabel Margelí
A la memoria de Jacqueline Veinstein
Para mi nieta Annah
Me siento como un animal al que se le han cerrado todos los accesos; ya no puedo entregarme porque nadie me quiere tal como soy, todos saben más que yo.
HANNAH ARENDT a Karl Jaspers,
19 de febrero de 1965
INTRODUCCIÓN
Descubrí a Hannah Arendt hace veinticinco años, al leer su ensayo Sobre la revolución, libro en el que, de una forma asombrosa, propone pistas para la reflexión política con el objetivo de actuar sobre el mundo y de hacerlo más humano, menos injusto. Estas pistas coincidían con mis interrogantes de aquel momento. Más tarde, leer su retrato de Kafka fue una revelación. En él describía a un hombre tan cercano a nosotros, que casi se le oía resollar ante el espanto de lo que presentía. Hannah recordaba su deber de anticipar la destrucción del mundo contemporáneo mediante frases de una fuerza poco común, y convertía a este inmenso autor en un miembro de la comunidad, en ciudadano de un mundo nuevo que se debía construir inmediatamente. Me dije entonces que Hannah Arendt no era solamente una intelectual, una filósofa y una escritora, sino también, sin lugar a dudas, una mujer que sabía qué eran el sufrimiento, el desgarramiento interno y la escisión entre sí misma y el mundo. La lectura del resto de su obra no hizo sino confirmar esta intuición: Hannah Arendt, la mujer desgarrada, la mujer dividida en dos, empujada, a lo largo de toda su vida, a encontrar su sitio, tanto intelectual como físico, entre la lengua alemana y la cultura judía, entre su amor por Heidegger y su vida de casada con Blücher, entre su pasión por la filosofía y su inclinación por la política, entre la vita contemplativa y la vita activa.
«Entre», es decir, «entre dos orillas». Y siempre con un riesgo extremo, tanto en su vida personal como en sus compromisos públicos, y con la asunción de una soledad que no era, en ella, orgullo autosuficiente, sino un método vital de aproximación a la verdad.
Hannah Arendt no forma parte de aquellos intelectuales del siglo XX que cambiaron de verdad en función de la época o de las tendencias. Jamás cedió a ninguna ideología y desconfió de todos los ismos como de la peste. Fue, y hoy lo sigue siendo, una intelectual libre, un ejemplo de independencia y valentía. En nombre de sus propias ideas, sola, sin escuela ni sostén, optó, durante sesenta años, por preguntarse sobre lo que produce el mal y lo que no funciona: las violencias políticas, los totalitarismos, el conflicto entre israelíes y palestinos, el creciente poder de la sociedad de consumo, el incremento de refugiados en el mundo, la reducción del espacio público y la degradación de nuestras libertades.
Hannah Arendt es la pensadora de un tiempo caótico, que sabe diagnosticar las causas del mal que gangrena nuestras sociedades. Es también alguien que cree en la fuerza del bien, en los recursos de nuestra humanidad, en el porvenir de un bien común, en la superación de nosotros mismos por una sociedad más fraternal. En ella se aúnan la voluntad de creer en una ley moral compartida por todos y la interrogación sobre la fragilidad de los asuntos humanos. Piensa que tenemos la capacidad de actuar y que nuestra libertad debe ser inalienable. Y por todas estas razones nos resulta tan preciosa, irreemplazable en su manera tan cercana y tan frontal de interrogar al mundo, ayudándonos a hallar los instrumentos de navegación para comprender lo que ella misma denominaba «los tiempos sombríos».
Hannah Arendt es el poder del pensamiento, pero también la lealtad. Sumergirse en sus textos, conocer a sus amigos y descubrir su correspondencia inédita, como yo he tenido la oportunidad de hacer, ha acrecentado en mí esta inquietante sensación de proximidad con esta mujer, que siempre expuso sus propios modos de funcionamiento, admitió sus incertidumbres, asumió su violencia —lo que le valió más de un insulto— y reivindicó su lugar como persona políticamente incorrecta, aun sabiendo que iba a pagar un alto precio por ello.
Con todo, Hannah Arendt sigue siendo, aún hoy, poco conocida por el gran público. Hace poco tiempo que su notoriedad llegó más allá de los círculos universitarios. En Francia, recientemente, se oyó al presidente de la República referirse a ella, mientras que el programa de televisión «Questions pour un champion» citó sus libros a una hora de gran audiencia… En Alemania se imprimió un sello con su efigie, el tren que enlaza Karlsruhe con Hannover lleva su nombre y en Berlín se inauguró una calle Hannah Arendt; numerosos coloquios y seminarios giran alrededor de su obra y existe un premio Hannah Arendt, uno de los mejor dotados de Europa, que recompensa los trabajos de investigación. En Estados Unidos, su obra alimenta varias corrientes filosóficas y sociológicas, y no pasa un solo año sin que se le dediquen numerosas tesis. En Israel suscita pasiones y levanta entusiasmos, aunque sigue avivando la cólera de aquellos y aquellas que, parafraseando a Gershom Scholem, le reprochan que no aportara pruebas de su amor por el pueblo del que es hija.
Mi relato quiere, pues, dar a conocer mejor a Hannah Arendt, tratar de restituir la fuerza y la valentía de los combates que libró durante toda su existencia y despertar el deseo de leer, releer y meditar sobre lo que escribió; tal es el impulso, la fuerza y la energía que proporciona su pensamiento.
Para conducir mi investigación a buen puerto, fue necesario no tan sólo ponerme a la escucha de su obra (una treintena de textos publicados en francés, centenares de artículos y el grueso de su correspondencia), sino pisar igualmente los sitios donde ella vivió, conocer a quienes la conocieron y, gracias a la confianza que me otorgó Jerome Kohn, su legatario testamentario, acceder a su correspondencia inédita y a numerosos trabajos, cuadernos de trabajo,
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