Prólogo
En la solapa izquierda de este libro dice que nací en Mercedes en 1971, pero todo lo que sigue es relativo o fragmentario. Nadie es como informa su biografía. En realidad, nadie es de una manera única o lineal. ¿Quién soy realmente? Pero sobre todo, ¿quién debería explicarlo?
Las biografías estándares dicen qué libros escribimos, qué premios ganamos y otro montón de luces de colores; pero nunca explican a quiénes hicimos daño o qué piensan de nosotros los que nos desprecian. Si en lugar de personas fuésemos gobiernos, nuestras biografías serían un medio oficialista vergonzoso. Una mirada obsecuente sobre nuestra propia gestión.
Esto ocurre porque, en general, a las biografías las redactamos nosotros mismos en tercera persona del singular —nació, estudió, obtuvo— y le hacemos creer al lector que fue redactada por otro, por un escribano neutral de bigote sardina.
Pero no; son nuestros dedos los que teclean, en noches que después nos van a hacer poner colorados. Y a veces es todavía peor, porque dejamos que la redacte el departamento de marketing de la editorial que nos publica.
En la solapa de mis primeros libros, cuando los editaba Mondadori, decía: «Hernán Casciari es el escritor virtual más leído en lengua española». Tardé mucho en sentir vergüenza por ese engaño. Al principio los dejé mentir y hasta me sentí orgulloso de la frase, incluso sabiendo que no existe ninguna estadística seria que lo certifique.
Ahora por suerte esos libros están descatalogados, y las reediciones de mis novelas y cuentos en Editorial Orsai no llevan esa línea curricular patética (El primer volumen de cuentos sí, y no me lo perdono.) Dos por tres recuerdo que hay gente que tiene libros míos en sus bibliotecas con esa frase en la solapa, y siento vergüenza en retrospectiva.
Además, ¿qué significa eso de escritor virtual más leído? Suena bastante a premio consuelo. La editorial quería venderme de un modo importante, sospecho ahora, pero yo no tenía mayores méritos, y entonces debieron agregar la variable online que les mejoraba el recuento de votos.
Esta triquiñuela semántica me hace acordar a una costumbre de Chichita, mi madre, cuando yo era chico. A ella le encantaba contar frente a los demás mis hazañas, pero como yo no tenía muchas virtudes debía maquillarlas un poco.
Una tarde, frente a un montón de parientes, Chichita dijo: «Y un aplauso para Hernán, que en los exámenes de matemáticas de todo cuarto grado quedó ubicado como el segundo mejor varón».
Yo había quedado undécimo, después de nueve chicas y Walter Fedullo, pero ella se las había arreglado para mejorarme la biografía. Por suerte mi papá (que además de sensato fue un gran humorista) dijo enseguida: «Y no solo fue el segundo mejor varón, también fue el primer mejor gordo».
Para el prólogo de este libro decidí recopilar diferentes versiones biográficas, y no solo la estándar que el lector puede ver en la solapa. Ese será mi humilde intento de ser neutral.
Elegí a tres personas de mi entorno para que ofrezcan ópticas diferentes de mi currículum.
1. Una madre. Chichita escribió hace años un comentario en mi blog, a raíz de mi cumpleaños número cuarenta; ese texto me pareció adecuado como biografía a favor. 2. Un amigo. Llamo al frente a Chiri, que en 2008 ayudó a presentar mi segundo libro en un teatro de Buenos Aires. Un fragmento de su coloquio servirá como biografía oficialista. 3. Un abuelo. En este caso, el materno. Un hombre al que decepcioné de principio a fin. Este último texto es el único falso (es decir, lo escribí yo mismo en ausencia del protagonista, que está muerto). Pero juro que lo hice con las palabras exactas que él usaba en vida para describirme. Los dejo con estos tres mosaicos de mi rompecabezas personal.
Biografía según una madre
Hernán Casciari, también llamado «mi gordo», nació un 16 de marzo de 1971, que era lunes. Habíamos pasado un hermoso domingo de marzo en la quinta de mis suegros. Estábamos todos en familia y entre amigos, esperando la llegada del primer hijo, el primer nieto, el primer sobrino. Él parecía estar muy cómodo donde estaba, porque no quería salir.
Aumenté veinte kilos durante todo mi embarazo. ¡Una barbaridad! Mi médico, el doctor Rebagliati, me había dicho que podía haber un error en la fecha. De todos modos, si para el 16 no pasaba nada, me inducirían el parto.
Nuestro amigo Peti, que estaba con nosotros en la quinta, me llevó en su Citroën amarillo a buscar una pelota para jugar en la quinta. Cuando pasábamos por las vías lo hizo a mucha velocidad. «Vas a ver como así vas a tenerlo», me dijo.
Y tuvo razón. A las seis de la tarde empecé con dolores muy fuertes, y así estuve hasta la una de la mañana. Me internaron y decidieron hacerme cesárea, porque el bebé estaba atravesado, y así siguió toda la vida.
«Nació un varón —dijo el doctor Russi—, y qué grande es: cuatro kilos setecientos». Ninguna de la ropita que pacientemente le había tejido le entró. Las abuelas tuvieron que salir corriendo a comprarle ropa. Extasiada por todo lo que pasé, yo solo quería dormir. Pero el doctor Russi me dijo: «No, el hijo debe estar con la mamá», y me pusieron al lechón sobre el pecho.
Lloraba tan fuerte que parecía un bebé de cinco meses. Roberto y yo estábamos felices: había nacido por fin nuestro primer hijo, el 16 de marzo a la una y cincuenta de la mañana; lo llamaríamos Hernán. Casualidad o no, un 16 de marzo de cuatro años antes Roberto me había declarado su amor por carta.
A partir de ese día supe que ya nunca más descansaría de noche como lo hacía antes. Y supe también que el gordito era único. Todo lo que me hizo sufrir después, lo curaba una sonrisa suya. Así fue antes y también así es ahora, porque imagino su sonrisa y se me borran todos los dolores.
Biografía según un amigo
Hernán Casciari nace en Mercedes, en 1971, pero yo lo veo por primera vez en 1977. Tengo siete años, a lo mejor ya cumplí los ocho. Vuelvo en bicicleta de la casa de mi abuela por la calle Treinta y Cinco y hay un grupo de chicos, en silencio, que escucha una melodía triste y dulzona. La melodía brota de un pequeño acordeón a piano. El que está detrás del instrumento es un gordito engominado para atrás, que gesticula emocionado mientras avanza la melodía y sus manos acarician el teclado. Me alejo del lugar un poco triste porque quiero quedarme con esos chicos; pero no los conozco.
Si lo pienso un poco, no es raro que el primer recuerdo que tenga de él sea ese. Hernán en el centro de la escena, cautivando a sus amiguitos. Siempre fue igual.
Ya en la primaria las maestras elegían sus redacciones para leer en voz alta, y nosotros esperábamos ese momento porque nos divertía. Una vez en quinto grado la señorita Nélida nos pidió que completáramos una historia a partir de esta consigna: «los exploradores apartaron las ramas, y detrás apareció la ciudad perdida».
Toda la clase continuó con la historia de los exploradores. Hernán se quedó en las ramas, contando cómo dos hormiguitas cayeron al vacío a causa del manotazo de un explorador. En ningún momento mencionó la ciudad perdida. Las únicas protagonistas del cuento fueron esas dos hormigas.
Hernán era un nene que escribía de verdad, como los escritores de los cuentos que a mí me gustaban. Podría profundizar en otras cuestiones, pero no quiero ponerme sentimental. Sí quiero dejar en claro que quienes lo conocemos de chico siempre supimos de algún modo que, tarde o temprano, iba a ser escritor. Era inevitable.
Biografía según un abuelo
Mi primer nieto no nació en San Isidro, como le pedí a la madre, sino a cien kilómetros de mi casa; esto explica en parte que haya salido tan pelotudo. No sirvió de mucho el amor que le brindé mientras crecía. Fue el primero de mis nietos; le saqué miles de fotos en la infancia y deposité en él mis ilusiones de abuelo. Pero algo fallaba en su personalidad.