Para Pepita y José Antonio,
que siempre tienen chimichurri en la heladera.
Para Adriana y Paco,
que jamás se olvidan de dónde vinieron ni dónde están.
Para Ana y Xavi,
que toman mate con miel y me hacen sentir en casa.
Después de la crisis de 2001, una nueva camada de argentinos desembarcó en España. Fueron muchos, estaban muertos de hambre, eran profesionales de clase media y tenían un afán secreto: corromper la cultura ibérica hasta desestabilizarla. Entre sus objetivos a corto plazo se destacaban: contaminar la gastronomía peninsular, seducir a la mujer española, ocupar puestos directivos, posicionar a sus artistas, imponer sobremesas filosóficas, masificar el consumo de dulce de leche, obligar a los hinchas de fútbol a entonar cantitos con argumento, educar al carnicero en el corte paralelo al nervio, dar protagonismo a sus actores en la tele y, sobre todo, invadir las guarderías españolas de chicos con apellidos terminados con la letra «i». Con un nada desdeñable empeño, lo consiguieron en menos de una década.
España, decí alpiste es una lectura obligada tanto para quienes quieran conocer las aventuras de nuestros compatriotas en el exterior como para los que piensan emigrar. Además de vivir esta historia en primera persona, Hernán Casciari es una de las voces más destacadas de las nuevas letras locales. Con su certera capacidad de narrar nos revela la verdadera historia de la mayor plaga que sigue asolando a la península ibérica, y también nos ofrece una crónica despiadada sobre los esfuerzos de una reconquista triunfal.
Hernán Casciari
España, decí alpiste
ePub r1.0
lenny25.07.13
Título original: España, decí alpiste
Hernán Casciari, 2007
Editor digital: lenny
ePub base r1.0
HERNÁN CASCIARI nació en Mercedes, Buenos Aires, en marzo de 1971. Es escritor y periodista. Ha recibido el Primer Premio de Novela en la Bienal de Arte de Buenos Aires (1991), con la novela Subir de espaldas la vida, y el premio Juan Rulfo (París, 1998), con el relato Ropa sucia. Desde el año 2000 está radicado en Barcelona, desde donde ha escrito una serie de blogonovelas pioneras en la literatura por Internet. En febrero de 2004 comienza a escribir artículos, ensayos y piezas cortas de ficción en su blog personal Orsai. Ha publicado las novelas El pibe que arruinaba las fotos y Más respeto que soy tu madre (que adaptó al teatro con gran éxito Antonio Gasalla), y los libros de relatos, España, decí alpiste, El nuevo paraíso de los tontos y Charlas con mi hemisferio derecho. Sus libros han sido traducidos a varios idiomas. Hasta septiembre de 2010 fue columnista semanal de opinión en El País (España) y La Nación (Argentina), periódicos a los que renunció para embarcarse en el proyecto Orsai.
Prólogo
España, decí alpiste
Empezamos de a poco y en silencio a corroerte, España. Primero llegaron ellas, nuestras indestructibles Hormigas Negras, macizas, hijas de puta, y te alteraron el ecosistema peninsular. Después te mandamos a King África, para reventarte directamente el cerebro. Y entonces, calladitos la boca, llegamos nosotros, los argentinos. Nos colamos en tus bares, en tus calles, y les dijimos a tus carniceros cómo se corta la carne. El tiempo siempre estuvo de nuestro lado, España: era cuestión de esperar a que vos cambiaras, no nosotros. La especie más fuerte es la que sobrevive. Siempre.
Al principio, como si te hubieran puesto delante de la puerta un inofensivo caballo de Troya, no olfateaste el peligro que representábamos para tu cultura ancestral. Somos una plaga simpaticona, eso es cierto; a primera vista no te dimos problemas, como los marroquíes; ni asaltamos tus coches en la carretera, como los peruanos; ni asesinamos a tu esposa e hijos, como los inmigrantes del Este. Al principio te sentiste segura con nosotros, España; bajaste los brazos. Y ahí fue donde nos hicimos fuertes.
Paulatinamente empezaste a sentir cierto temor. No solamente nos quedábamos con tus mujeres, también comenzamos a quedarnos con los empleos cualificados de tus hijos y cuñados. Por tus calles, antaño, circulaba el viejo chiste: «el mejor negocio, comprar un argentino por lo que vale y venderlo por lo que cree valer». Ahora por tus calles circula otro chascarrillo, más punzante, que no te hace tanta gracia: «No le des empleo a un argentino, porque en seis meses será tu jefe».
Ay, España, España… Hay que estar más atenta, m’hija. ¿No notaste que tus hijos, al ver a una mujer guapa, empezaban a decir «pibón»? ¿No relacionaste que esa palabra viene del lunfardo «piba»? ¿No oíste a tu juventud empezar a decir «guita» en lugar de «pelas»? Así empiezan las colonizaciones: desde los arrabales. Me extraña España, que siendo mosca no nos conozcas.
Después te mandamos a Darín envuelto para regalo, y tus mujeres empezaron a acartonar la medibacha. Cada verano, puntualmente, les damos a tus hijos una dosis de Daniela Cardone, para que se hagan la paja con carne argentina.
Nuestros triunfos han sido imperceptibles a tus ojos. Pero nosotros los festejábamos saltando de alegría en los sofás y tirando papelitos. Sabemos cuándo una publicidad de tu tele se hizo en Buenos Aires, sabemos cuándo un guionista es argentino. Hace un mes, cuando tu televisión comenzó a pasar —sin siquiera doblarlo— el spot de mayonesa Calvé, supimos que habías perdido otra batalla.
La guerra ha sido lenta, y vos también presentabas pelea: no nos dabas los alimentos básicos, España. Esa fue siempre tu estrategia. Sabés muy bien que no podemos vivir a arroz y pescado, que nos moriríamos si sólo probáramos el cocido, el pan con tomate, y los pinchos. Y vos nos dabas eso para comer. Nos dolía; sangrábamos en silencio.
No hay una puta cosa en tus panaderías que tenga dulce de leche. No sos amiga de lo dulce, España. Al hojaldre lo rellenás de atún. Al bizcochuelo de chocolate le metés… ¡chocolate líquido! Tu escasez peninsular de dulce de leche casi nos hace desistir e irnos, casi nos hace claudicar. Lo confesamos.
Pero somos como las hormigas negras; somos feroces y creativos. Entonces descubrimos que si comprábamos leche condensada y la hervíamos (con lata y todo) durante cuatro horas, teníamos un sustituto que nos daba fuerza. No era Chimbote, pero podíamos seguir respirando. Y así tuvimos, durante un tiempo, dulce de leche para seguir corroyéndote las entrañas, España.
Creció entonces la venta de leche condensada en toda la península ibérica. Un doscientos treinta por ciento. La empresa «La Lechera» volvió a tener ganancias netas después de catorce años. Pero para nosotros la lucha continuaba sin cuartel. El dulce de leche es nuestra gasolina, y no podíamos esperar cuatro horas para zamparnos una cucharada y seguir peleando por lo nuestro. Eran muchas horas, y además las ollas se nos oxidaban.
Estuvimos a punto de irnos, España. En serio. Estuvimos a esto de dejarte en paz con tus paellas y tus corridas de toros. Hace un año nos juntamos todos en la clandestinidad: las hormigas negras, Daniela Cardone, Calamaro, todos nosotros. Votamos. Y por una pequeña mayoría decidimos aguantar un poco más.