Carrie Fisher baja de su trono a la princesa Leia y nos descubre a la auténtica Carrie Fisher, su vida, su relación con sus famosos padres, sus amores, sus adicciones y sus trastornos mentales; todo ello contado desde una perspectiva crítica y burlona, que provoca en el lector más de una sorpresa y de una sonrisa.
De lectura fácil y sumamente entretenida, Carrie Fisher se nos aparece más humana que divina.
Con un sorprendente desparpajo que revela un agudo sentido del humor y la autocrítica, Carrie Fisher nos cuenta sus aventuras con la bebida, las drogas y el trastorno bipolar.
Una lectura amena que nos acerca a las facetas menos glamourosas del mundo del cine, pero también a las más humanas.
Un viaje al auténtico lado oscuro de la princesa Leia.
Además de convincente actriz, el talento de Fisher como escritora es innegable.
Carrie Fisher
Mi vida en esta galaxia
ePub r1.0
XcUiDi 10.07.18
Título original: Wishful drinking
Carrie Fisher, 2008
Traducción: Juan Milá Valcárcel
Editor digital: XcUiDi
ePub base r1.2
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Para mi premio gordo de la lotería del ADN,
mi hija Billie:
por todo lo que eres y lo que serás.
Cuando sea mayor, quiero ser tú.
INTRODUCCIÓN
ABUNDANCIA DE «AL PARECER»
T engo cincuenta y dos años. (Al parecer). De hecho, esto es más demostrable que todo lo demás. Será mejor que empiece por las certezas. Los encabezamientos (y cabeza es aquí la palabra clave por muchas razones) son:
Tengo cincuenta y dos años.
Me llamo Carrie Fisher.
Vivo en una casa estupenda en Los Ángeles.
Tengo dos perros.
Tengo una hija que se llama Billie.
Al parecer, Carrie Fisher es más o menos famosa. Mejor dicho, era (es) hija de padres famosos. Una es un icono; el otro, un consorte de iconos. En realidad, eso no es del todo justo. Mi padre es un cantante que se llama Eddie Fisher. Lo que en la década de 1950 se llamaba un crooner, un cantante melódico. Un crooner con muchos discos de oro. Si llamo a mi padre consorte es sólo porque es más conocido por su vida privada (ciertamente nada privada) que por su vida sobre el escenario. Sus escándalos superaron su fama. O se podría decir que sus escándalos modelaron su fama hasta la infamia.
Mi madre, Debbie Reynolds, apareció en películas que podríamos llamar icónicas, principalmente en Cantando bajo la lluvia. Por la razón que fuera, cuando mis padres empezaron a salir juntos las masas que compraban revistas del corazón se volvieron locas. Los medios los llamaron «los novios de América». La sola idea de ellos como pareja electrizaba; sus fotos adornaban las portadas de todos los diarios sensacionalistas de la época. Eran adorables y se los comían con los ojos. Eran atractivos y encantadores, en cierta forma a causa de ser tan normales. Eran los Brad Pitt y Jennifer Aniston de finales de los años cincuenta, pero más si cabe, porqué consiguieron tener descendencia, dos hijos para completar la foto. O fotos, como más bien fue el caso. Una familia fotogénica y profundamente americana.
Cuando yo era más joven, desde los cuatro años en adelante, los otros niños me preguntaban cómo era ser hija de una estrella de cine.
Cuando me hice un poco más mayor y entendí, hasta cierto punto, lo que significaba la fama, solía contestar: «¿Comparado con qué? ¿Con cuando no era la hija de una estrella de cine? ¿Cuando vivía con mi familia normal, la que no era del mundo del espectáculo, Patty y Lowell Cualquiera, de Scottsdale, Arizona?». No, yo sólo he conocido esta vida de planta de invernadero, y por lo que captaba que era la vida de la gente normal, tal como Hollywood la retrataba y la grababa a fuego en nuestras mentes, me daba cuenta de que mi vida era poco común. Como muchos otros, crecí viendo series televisivas como Mis tres hijos, La familia Partridge y The Real McCoys. Según las vidas que retrataban aquellas series, yo entendía que mi vida era auténtica, pero en otro sentido. Era la única realidad que conocía, pero comparada con la de los demás, incluso con las de la tele, me parecía también un poco surrealista. Más tarde, comprendí también que mi versión de la realidad tendía a separarme de los demás. Y cuando eres joven, lo que quieres es integrarte. (Demonios, yo todavía quiero integrarme entre ciertos seres humanos, aunque con los años te vuelves más exigente). Mis padres se dedicaban profesionalmente a destacar, así que a menudo me encontré destacando con ellos.
En ningún caso estoy pidiéndole a nadie que me compadezca, o sugiriendo que mi existencia pudiera describirse como angustiosa. Me limito a describir la dinámica que regía mis años de formación.
Mis padres captaban la atención. Y cuando digo mis padres me refiero a mi madre, que me crió, y a mi padre, que aparecía de vez en cuando.
Es decir, si al entablar una conversación yo dijera: «¿Sabes como cuando veías a tu padre más en la tele que en la vida real?», no creo que muchos me respondieran: «¡No me digas! ¿A ti también te pasaba?».
Y por la misma regla de tres os debería preguntar cuántas veces decís «en la vida real».
Como si la vida real fuera algo diferente, y nos pasáramos el tiempo intentando establecer qué ocurre en ese lugar remoto, inaccesible e incomprensible.
«¿Cómo son en la vida real?».
«¿Eso pasó en la vida real? ¿De verdad?».
Cosas así.
Realmente soy un producto de Hollywood. Se diría que soy un producto de la endogamia de Hollywood. Cuando dos celebridades tienen un hijo, el resultante es alguien como yo.
Crecí yendo a visitar platós, jugando en platós exteriores y viendo cómo se hacían las películas. Por tanto, no poseo lo que podríamos llamar un sentido convencional de la realidad. (Tampoco es que haya sabido aprovechar la realidad. De hecho, me he pasado buena parte de lo que riéndome llamo «mi vida adulta» intentando evadirme con la ayuda de varias sustancias químicas).
De manera que, como digo, mi realidad deriva de la versión de Hollywood de la realidad. De niña pensaba que