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INDURAIN
Alasdair Fotheringham
Miguel Indurain es el mejor ciclista español de todos los tiempos y uno de los más grandes corredores que jamás haya visto el Tour de Francia. Es el único ciclista que ha ganado el Tour en cinco ocasiones consecutivas. Esta es su historia.
Como el gran conquistador y héroe de los 90, Miguel Indurain enseguida huyó de la fama y de las cámaras, manteniéndose humilde, tímido y muy cercano a sus raíces y a su tierra. A través de su personalidad, de su voluntad de hierro y de sus soberbias habilidades para dominar la bicicleta, Indurain fue descrito muchas veces como una máquina perfecta del ciclismo. Todavía en 1996, año en el que de manera abrupta decidió poner fin a su carrera profesional y a su supremacía, se vio al mejor campeón del Tour de todos los tiempos con una fuerza arrolladora.
En este libro, Alasdair Fotheringham llega al corazón de este enigmático campeón, reviviendo sus logros históricos y explorando la dirección que siguieron varias generaciones de ciclistas españoles, llevando a su deporte a un nivel jamás conocido en España. A través de decenas de entrevistas con directores del Tour de Francia, ciclistas contemporáneos, compañeros de equipo y con Prudencio Indurain, hermano de Miguel, el autor nos desvela en esta vibrante biografía el lado más humano de uno de los mejores deportistas de la historia de España.
ACERCA DEL AUTOR
Alasdair Fotheringham es periodista free lance y reside en España. Escribe regularmente sobre ciclismo para The Independent, The Express, ProCycling y Cyclingnews. Su primer libro fue una extraordinaria biografía sobre Federico Martín Bahamontes. Ha escrito también un libro sobre Luis Ocaña, considerado el gran rival de Eddy Merck.
ACERCA DE LA OBRA
«Bien investigado y bien escrito. Lectura fácil y realmente lo disfruté. ¡Qué campeón y qué corredor! Excelente lectura.»
G. C ARDOSO, EN A MAZON
«El libro da un buen repaso por la vida y el palmarés de Indurain. […] Lo recomendaría para los fanáticos del ciclismo que quieran revivir la escena de las carreras de principios de los años 90.»
E NRIQUE C. P ÉREZ A LONSO , EN A MAZON
Para N., que sabe la razón: 31.10.2002
Prólogo
¿Cómo se pudo llegar a esto?
E n aquel entonces circulaba una leyenda urbana entre los aficionados al ciclismo que afirmaba que quien liderase la Vuelta a España en la cima de los lagos de Covadonga, en el corazón de las montañas de Asturias, ganaría la carrera cuando esta concluyera en Madrid. Pero el 20 de septiembre de 1996, incluso antes de que la decimotercera etapa de la Vuelta hubiese iniciado los diecinueve kilómetros de ascensión a Covadonga, daba la sensación de que el ciclismo había perdido una de sus batallas más decisivas.
El suceso que empañó de lo lindo la que era teóricamente la etapa reina de la Vuelta 1996 —y, de hecho, iba a eclipsar la carrera entera— llegó en la difícil ascensión al Fito, el primer gran puerto de la jornada. Un solo ataque de Tony Rominger, uno de los corredores con más talento de las grandes vueltas de la década de los noventa, empezó a dividir el pelotón en varios grupos. En lo que era fundamentalmente una escaramuza antes de la gran batalla en las laderas de Covadonga, la sucesión de movimientos de control y aceleraciones que el ataque de Rominger ocasionó tuvo una consecuencia devastadora: Miguel Indurain, cinco veces ganador del Tour de Francia y podría decirse que el mejor deportista español de la historia, quedó descolgado. No sudaba demasiado ni se tambaleaba sobre la carretera a medida que la fila india de corredores del pelotón se alejaba de él cuesta arriba. Simplemente, se había quedado sin energías. En lugar de intentar seguir el ritmo para posteriormente hundirse, optaba por el camino más lógico: ahorrar las exiguas fuerzas que le quedaban para reducir los daños y limitar las diferencias.
No fue esa, pues, una derrota de gloria o muerte. Era habitual en él: Indurain abominaba cualquier comportamiento histriónico sobre la bicicleta o fuera de ella. Indurain deponía las armas en silencio. Correr de esa forma económica no era más que reconocer la realidad: a pesar de no estar enfermo ni lesionado, su condición física era tal que había perdido toda posibilidad de ganar la Vuelta y no podía hacer absolutamente nada al respecto. Mientras los demás favoritos sacaban minutos a Indurain en apenas unos kilómetros, aquel era un digno colofón al drama y la controversia que rodearon la tan esperada participación de Indurain, después de tantos éxitos en el Tour, en la Vuelta a España.
Sin embargo, era innegable que Indurain, uno de los ciclistas más calculadores, había sido víctima de una pésima interpretación de sus fuerzas. Alguien, ya fuese el corredor o el equipo, había cometido un grave error. En términos deportivos, en esa carrera, no había ninguna solución posible.
La pérdida de contacto de Indurain con el grupo cabecero de unos cuarenta corredores ocurrió justo cuando la retransmisión televisiva de la Vuelta coincidió en la minoritaria TVE2 con un par de minutos de conexión en directo en el telediario de máxima audiencia de TVE al mediodía. Era como si el destino hubiese decidido que aquellos momentos cruciales en la trayectoria de Indurain no debían limitarse a ser presenciados por los acérrimos aficionados al ciclismo en España: era algo que todo el mundo tenía que ver.
Indurain, que recibió mensajes de ánimo del director deportivo de la ONCE, Manolo Saiz, cuando este pasó a su lado en su vehículo, mantuvo un diálogo con el coche de su propio equipo, el Banesto, cuando llegó a su altura. El contenido de la conversación pronto quedó claro cuando hizo un gesto a Marino Alonso (el único corredor del Banesto que le había apoyado en sus cinco victorias en el Tour y que ahora se mantenía unos metros por delante, esperando instrucciones) para indicarle que siguiera hasta la meta en lugar de quedarse a ayudar a su jefe de filas.
Cuando Indurain coronó la cima con unos cinco minutos perdidos respecto a Rominger y a los demás aspirantes a la general, los corredores que anteriormente habían quedado descolgados empezaron a rebasarle de nuevo en el sinuoso descenso a través del bosque. El español Herminio Díaz Zabala, un gregario de la ONCE y antiguo compañero suyo en el Reynolds, fue uno de los últimos en hacerlo, poniendo una mano sobre el hombro de Indurain en un gesto solidario antes de seguir adelante. Fue otro reconocimiento de que la batalla Indurain-ONCE en la Vuelta había concluido.
Pero no fue una rendición rápida. La larga cabalgata en solitario de Indurain, que duró casi media hora hasta que al fin se detuvo, se convirtió en una oportunidad extendida para los aficionados y la comunidad ciclista de contemplar a la mayor estrella del Tour de Francia protagonizando un triste, prolongado y notorio abandono de la principal carrera ciclista de su país. Si Indurain estuvo físicamente en unas condiciones lo bastante buenas para aguantar con los favoritos durante la mayor parte de las dos primeras semanas de la prueba, ¿cómo diablos se había visto metido en esa situación y adónde se dirigía? ¿Cómo, para decirlo sin rodeos, se había podido llegar a esto?
Durante unos momentos, las cámaras de televisión perdieron de vista a Indurain cuando fue alcanzado por el grupetto , en torno a los sesenta gregarios y sprinters que, sin opciones de luchar por la victoria, se habían descolgado del pelotón al pie del Fito. Dos meses antes había estado combatiendo por su sexto Tour de Francia; dos días antes había sido el rival más fuerte de la todopoderosa ONCE en la Vuelta. Ahora, sin embargo, era solo uno más.
Y, de repente, cuando Indurain se detuvo en el arcén, esperó a que se abriera un hueco en el tráfico de la carrera y pedaleó a través de la explanada de un hotel para desaparecer de la propia carrera, ya ni siquiera quedaba eso.