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Tillie Cole - Nuestra canción

Aquí puedes leer online Tillie Cole - Nuestra canción texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 2019, Editor: Cross Books, Género: Niños. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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Tillie Cole Nuestra canción
  • Libro:
    Nuestra canción
  • Autor:
  • Editor:
    Cross Books
  • Genre:
  • Año:
    2019
  • Índice:
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Nuestra canción: resumen, descripción y anotación

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Cromwell Dean tiene diecinueve años y es la estrella en ascenso de la música electrónica. Aunque miles de personas lo adoran, en realidad nadie lo conoce. Nadie es capaz de ver el color de su corazón, hasta que llega la chica del vestido morado. Ella es la única que puede ver a través de los muros que ha construido para ocultar la oscuridad de su interior. Cuando Cromwell deja atrás los cielos grises de Inglaterra para estudiar música en el calor de Carolina del Sur, lo último que espera es volver a verla, y mucho menos que se quede en su cabeza como una canción que se repite una y otra vez. Bonnie Farraday vive para la música, cada nota llena su vida, y se siente absolutamente atraída por ese chico. Él está escondiéndose de su pasado y ella lo sabe. Bonnie es el estallido de color en la oscuridad de Cromwell y él es el ritmo que la hace vibrar. Pero cuando Bonnie se entera de una terrible noticia, dependerá de Cromwell ser su luz y ayudarla a encontrar la canción perdida de su frágil corazón. Debe mantenerla fuerte con la sinfonía que solo él puede componer. Una sinfonía de esperanza y de amor. Una sinfonía de ellos dos.

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Nuestra canción — leer online gratis el libro completo

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CONTENIDO A Roman el latido de mi corazón La música da alma al - photo 1

CONTENIDO


A Roman, el latido de mi corazón.



La música da alma al universo,

alas a la mente, vuelo a la imaginación

y vida a todas las cosas.

P LATÓN

Brighton, Inglaterra

El antro palpitaba mientras el ritmo que yo vertía sobre la multitud se apoderaba de sus cuerpos. Los brazos ondeaban, las caderas se balanceaban, los ojos brillaban cuando mi música golpeaba sus oídos; las rítmicas pulsaciones controlaban todos sus movimientos. El aire era denso y pegajoso, la ropa se pegaba a la piel de aquellos que trataban de entrar al lugar, ya abarrotado, para oírme.

Observé cómo se iluminaban, coloridos. Observé cómo se perdían en el sonido. Observé cómo olvidaban quiénes habían sido en el día: oficinistas, estudiantes, policías, empleados de atención telefónica, cualquier cosa que hubieran sido. Ahora mismo, en este antro, drogadísimos la mayoría, eran esclavos de mis canciones. Aquí mismo, en este momento, mi música era su vida. Era todo lo que importaba mientras echaban la cabeza hacia atrás en busca de las alturas, casi hasta el nirvana, el cual yo les proporcionaba desde mi sitio en el escenario.

Sin embargo, no sentía nada. Nada que no fuera el aturdimiento que me regalaba la bebida que estaba a mi lado.

Dos brazos se deslizaron alrededor de mi cintura. Un aliento cálido envolvió mi oreja cuando unos labios gruesos me besaron el cuello. Mientras ponía mi última pista, agarré el Jack Daniels que tenía junto a mí y bebí directo de la botella. Volví a dejarla con un golpe y regresé a mi laptop para mezclar la siguiente canción. Unas manos de uñas afiladas se enredaron en mi cabello, jalando mechones negros. Oprimí las teclas para que la música bajara de volumen, ralentizando el ritmo.

Mi respiración se hizo más larga mientras la multitud esperaba, con los pulmones paralizados, y yo los llevaba a un lento balanceo, preparándolos para el crescendo . El aumento épico de pulsaciones y tambores, la locura de la mezcla que les entregaría. Levanté la mirada de la laptop y contemplé a la multitud, sonriendo satisfecho al verlos al borde del precipicio, esperando… esperando… simplemente esperando…

«Ahora».

Bajé la mano de golpe, sosteniendo los audífonos en la oreja izquierda. Una descarga, una nube tormentosa de EDM , cayó sobre la concurrencia. Estallidos de colores neón llenaron el aire. Verdes, azules y rojos inundaron mis ojos al tiempo que envolvían a cada persona como escudos neones.

Las manos apretaron mi cintura, pero las ignoré; en cambio, escuché a la botella, que me llamaba por mi nombre. Di otro trago y mis músculos comenzaron a relajarse. Mis manos bailaban sobre el teclado de la laptop, sobre mis mesas de mezclado.

Levanté la mirada y la muchedumbre seguía en mi poder.

Siempre era así.

Una chica en el centro del antro llamó mi atención. Su largo cabello castaño estaba sujeto lejos de su cara. De vestido morado apenas escotado, su atuendo no se parecía al de nadie más. El color que la rodeaba era distinto al de los demás, un rosa pálido con lavanda. Más tranquila, más serena. Fruncí el entrecejo para observarla. Tenía los ojos cerrados, pero no se movía. Estaba quieta y parecía completamente sola, mientras la gente chocaba y se empujaba a su alrededor. Levantaba la cabeza con expresión concentrada.

Aumenté la cadencia, llevando el ritmo y a la gente tan lejos como fuera posible. Pero la chica no se movía. Eso no me resultaba normal. Siempre tenía a la gente de los antros a mi disposición. Los controlaba en cada lugar donde tocaba. En este terreno yo era el amo. Ellos eran mis marionetas.

Otro trago ardiente bajó por mi garganta. Y durante otras cinco canciones la chica permaneció allí, clavada en su sitio, sorbiendo las pulsaciones como agua. Su gesto nunca cambió. Ni una sonrisa. Nada de euforia. Solo… los ojos cerrados, esa condenada expresión dolida.

Y el rosa y el lavanda rodeándola como un escudo.

—Cromwell —susurró la rubia que tenía encima, como una comezón en mi oreja. Sus dedos me levantaron la camiseta y se atoraron en la cintura de mis jeans. Sus largas uñas se hundieron más abajo. Pero me negaba a apartar la vista de la chica del vestido morado.

Su cabello castaño comenzaba a rizarse; al estar aplastada entre la gente, el sudor surtía efecto. La rubia, que estaba a un paso de masturbarme frente a todo el antro, me bajó la bragueta. Tecleé mi siguiente mezcla, sujeté su mano, la aparté de mí y volví a subirme el cierre. Gruñí cuando sus manos volvieron a mi cabello. Miré a mi compañero, que había tocado antes que yo.

—¡Nick! —Señalé las tornamesas—. Vigila esto. Y no lo jodas.

Nick hizo un gesto confundido y, con una sonrisa, miró a la rubia que estaba detrás de mí. Tomó los audífonos y se movió para asegurarse de que la playlist que había preparado sonara a tiempo. Steve, el dueño del antro, siempre ponía a algunas chicas allí atrás. Nunca se lo pedía, pero tampoco las rechazaba. ¿Por qué habría de negarme a una chica dispuesta a todo?

Tomé mi botella de la plataforma mientras los labios de la rubia chocaban con los míos y me jalaba la camiseta sin mangas de Creamfields. Aparté mi boca de la suya y la cambié por la botella de Jack. La rubia me arrastró hasta un rincón oscuro detrás del escenario. Se puso de rodillas y volvió a bajar mi bragueta. Cerré los ojos mientras hacía lo suyo.

Me pegué a la botella mientras mi cabeza golpeaba la pared que tenía detrás. Me obligué a sentir algo. Miré hacia abajo, observando aquel cabello rubio que subía y bajaba. Pero el aturdimiento en que vivía cada maldito día hacía que no sintiera prácticamente nada por dentro. Sentí una presión, cada vez mayor, en la base de la columna. Mis muslos se tensaron y entonces se acabó.

La rubia se levantó. Pude ver estrellas en su mirada mientras me observaba.

—Tus ojos. —Estiró un dedo con el que trazó un círculo alrededor de mi ojo—. Qué color más raro tienen. Son de un azul muy oscuro.

Era cierto. Junto con mi cabello negro, siempre atraían la atención. Eso y que yo era uno de los nuevos DJ más destacados de Europa, por supuesto. Bueno, tal vez tenía menos que ver con mis ojos y más con mi nombre, Cromwell Dean, que ese verano engalanaba el sitio de honor en la mayoría de los principales festivales de música y antros.

Me subí el cierre y al voltear vi a Nick tocando mi siguiente mezcla. Me dolió ver que no hacía la transición entre ritmos como yo. Detrás del humo, el fondo en la pista era azul marino.

Yo nunca llegaba al azul marino.

Pasé junto a la chica diciéndole: «Gracias, preciosa», e ignoré su: «Pendejo», pronunciado en un siseo como respuesta. Tomé los audífonos de la cabeza de Nick y me los puse. Unos cuantos tecleos y la multitud de nuevo estaba en mis manos.

Sin darme cuenta, mis ojos dieron con el sitio donde había estado la chica del vestido morado. Pero ya se había ido. También el rosa pálido y el lavanda.

Me pasé otro trago de Jack. Mezclé otra canción. Y entonces me concentré en lo mío.

Sentí la frialdad de la arena bajo los pies. Que fuera el comienzo del verano en Reino Unido no quería decir que el viento nocturno no te congelara las bolas apenas salías al exterior. Aferrando la botella y los cigarros, me desplomé sobre la arena. Prendí uno y contemplé el cielo oscuro. El teléfono sonó en mi bolsillo… otra vez. Había estado así toda la noche.

Encabronado por tener que mover el brazo, saqué el celular. Tenía tres llamadas perdidas del profesor Lewis. Dos de mi mamá y, por último, un par de mensajes de texto.

MA:

Me recorrió un golpe ardiente de furia Quise lanzar el teléfono al puto mar y - photo 2

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