PRÓLOGO
La física es como el sexo. A veces nos proporciona algo útil, pero no es por eso que la practicamos.
Richard Feynman
Escribir sobre música no resulta sencillo. Es como hablar en la radio sobre una galería de arte. Siempre he admirado a los críticos de arte que, sirviéndose únicamente del lenguaje, son capaces de describir un concierto o un disco con tal precisión que casi te parece escuchar la música. Aunque también es cierto que puedes llevarte enormes decepciones cuando haces caso de la reseña y te compras algún CD.
En este libro yo apenas hablo de una música concreta; más bien me dedico a exponer todo aquello que se ha descubierto en los últimos años acerca de la música. La mayor parte de los hallazgos que cito aquí se han publicado después del año 2000, y eso demuestra que se trata de un campo en plena ebullición y que los resultados de los neurocientíficos en particular desbancan algunas de las viejas convicciones. Dichos descubrimientos permiten rechazar sobre todo la idea de que la mayoría de las personas no son musicales y explican que la musicalidad es una facultad que prácticamente poseemos todos y cada uno de nosotros. A pesar de que cada vez escuchamos más música, la cultivamos y la practicamos cada vez menos. A mí me gustaría aportar mi pequeño grano de arena para que eso dejara de ser así.
En mi diario local de Hamburgo se publica cada quince días una página llamada «página de música». La presenta un anciano caballero y está compuesta únicamente por artículos sobre música clásica. Como es lógico, el periódico contiene entre el resto de sus secciones alusiones constantes, incluso diarias, a la música, pero por lo visto a ese caballero se le otorga la prerrogativa de hablar sobre la música «auténtica». La diferencia entre entretenimiento y cultura, la separación entre la música de entretenimiento y la música culta existe todavía en la cabeza de muchos alemanes. Y por supuesto en la práctica: las escuelas de música continúan siendo un territorio dominado por los clásicos, sencillamente porque la mayoría de los músicos clásicos se forman en la profesión mediante estudios superiores mientras que los músicos de rock y de jazz con estudios son los menos. En este libro, sin embargo, la mayor parte de los ejemplos provienen de la música popular. La razón no es otra que el hecho de que yo la conozco mejor. No soy ni mucho menos enemigo de la música clásica, sencillamente en un momento dado mi vida tomó otro rumbo. Cuando hablo de música en este libro me refiero siempre a toda la música.
Los libros son mudos y eso es un hándicap cuando se trata de hablar de música. Y sobre todo en las exposiciones teóricas relativas a los tonos, las escalas y los acordes me parecía importante que el lector tuviera la posibilidad de escuchar los ejemplos. Por eso he preparado una página en Internet donde pueden escucharse los ejemplos: http://www.planetadelibros.com/ la-seduccion-de-la-musica-libro-67631.html. Cada vez que usted se encuentre el símbolo del altavoz (), encontrará en la red el ejemplo que corresponda al sonido en cuestión. Asimismo, en la página web encontrará enlaces e informaciones adicionales que complementan el libro, así como un espacio pensado para mantener un diálogo con mis lectores.
Le he dado muchas vueltas a si debía emplear la notación musical en el libro, y finalmente he decidido no hacerlo. Creo que la mayor parte de mis lectores no tiene por qué conocer a fondo esa notación y tal vez conserve un recuerdo desagradable de la época de la escuela. La notación musical es un código histórico que no siempre responde a la lógica y exige unos conocimientos mínimos. Por eso me he decantado por la forma de notación que se basa en los programas informáticos de música modernos: los sonidos son pequeñas barras cuya longitud expresa la duración, y la altura del sonido puede leerse directamente sin tener que preocuparse de la clave y las alteraciones. Para que se orienten los más versados en música aparece siempre en el lateral izquierdo un teclado de piano.
Por último, me gustaría expresar mi agradecimiento a algunas personas: a mi agente Heike Wilhelmi por planear el contrato de este libro; a Christof Blome y Uwe Naumann de la editorial Rowohlt Verlag por su asesoramiento durante el proceso de elaboración y su comprensión cuando incumplí los plazos de entrega; a Stefan Koelsch y Eckart Altenmüller por las conversaciones sobre la materia y los consejos; a mi grupo de canto a capella No Strings Attached por el empujón que me han dado semana tras semana; a mi hijo Lukas Engelhardt por la mayor parte de los gráficos que aparecen en el libro; y a mi mujer Andrea Cross por lo mucho que me ha animado no solo a hablar de este libro, sino a abordar el proyecto de escribirlo.
C HRISTOPH D RÖSSER
Hamburgo, julio de 2009
THANK YOU FOR THE MUSIC
UNA INTRODUCCIÓN
Información no es saber,
el saber no es sabiduría,
la sabiduría no es verdad,
la verdad no es belleza,
la belleza no es amor,
el amor no es música,
la música es lo mejor.
Frank Zappa
¿Le gusta la música? Son muy pocas las personas que responden a esta pregunta con un «no». ¿Acaso no nos despiertan sospechas las personas que no soportan la música? ¿No nos parecen seres extraños que no tienen sentimientos? Porque a todo el mundo le gusta la música, porque la música forma parte de nuestro día a día. Para unos es un objetivo en la vida, para otros una agradable compañía. O un ruido de fondo constante. Basta con mirar a nuestro alrededor en el metro cualquier mañana: supongo que como mínimo la mitad de los pasajeros que viajan con auriculares en los oídos van oyendo la banda sonora de su propia vida. Resulta difícil imaginar un mundo sin música. Faltaría algo esencial.
¿Es usted musical? Cuando se formula esta pregunta a los estudiantes (la mayor parte de los estudios psicológicos se realizan con estudiantes), un 60 % responde con un «No». Stefan Koelsch, neurocientífico de la Universidad de Sussex al que citaré a menudo en el libro, me habló de una reacción muy frecuente entre participantes de los ensayos al enterarse de que el experimento estaba centrado en las habilidades musicales: «Se disculpan por no haberse echado atrás antes y sostienen que sus facultades para la música son nulas y que por tanto no hay nada que ver en su cerebro».
Incluso los propios investigadores, que saben a ciencia cierta que sí hay algo que ver, se sienten cohibidos cuando se trata de examinar su propia musicalidad. En el proceso de documentación para este libro he asistido a algunas conferencias sobre música, y en el transcurso de las mismas ocurre a menudo que el ponente está pronunciando un discurso erudito y, al contar que está ensayando un experimento con un grupo de participantes y verse obligado a repetir la simple melodía que están utilizando, se ruboriza. «Lo siento, no sé cantar muy bien» es una excusa que alegan a menudo los investigadores musicales.
¿Por qué cantar —y hacer música en general— provoca tantos miedos? ¿Por qué lo concebimos como algo tan bochornoso que solo nos atrevemos a hacerlo en la ducha o bajo los efectos del alcohol? La razón reside en un gran prejuicio que predomina en nuestra cultura: que la musicalidad es un «don» que solo poseen unos pocos privilegiados con talento; que es mejor dejárselo a los profesionales; que uno debe adquirir la formación musical de niño y las personas adultas no pueden aprender a tocar un instrumento; que en lo que a la música se refiere, la mayor parte de las personas están destinadas a limitarse a escuchar.