Notas
[1] La repudiará por su mala conducta en 1152, y Alienor al casarse en segundas nupcias con Felipe II Plantagenet, aportará en dote su provincia al rey de In¬glaterra.
[2] En francés «Mahomet», Mahoma. Según algunos habría podido hacerse una confusión en el espíritu de los Templarios incultos: la «Cabeza» habría sido una simple reliquia recubierta con un velo y colocada sobre un trípode.
[3] En francés «macón».
Varios Autores
LOS GRANDES ENIGMAS HISTÓRICOS DE ANTAÑO 15
La ascensión de Cromwell
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La Princesa de los Ursinos
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Los secretos de los Templarios
con la colaboración de:
Claude Couband
Pedro José Cascajosa
Lucien Viéville
Introducción
Un puritano revolucionario, que combatirá a la vez a la monarquía y a la Iglesia establecida, se va a convertir, durante unos años, en el amo de Inglaterra. Oliverio Cromwell, uno de los más grandes jefes militares de la Historia, será un verdadero rey sin corona, con el simple título de Lord Protector. La ascensión fulgurante de este gentilhombre campesino es metódica: comienza durante la primera guerra civil, de 1642, para llegar a abatir, durante un tiempo, a la realeza.
Tras el protectorado de Cromwell todo habrá cambiado en Inglaterra. Aunque después de su muerte no se ahorren esfuerzos por olvidarlo. Paradójicamente, su cadáver desenterrado y pendido de la horca simboliza el comienzo de una época.
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El año 1700 cierra un siglo y, con él, una dinastía que había reinado en España durante 200 años. Su último representante, Carlos II, reúne tanto en su persona como en su gobierno los agudísimos síntomas de decadencia que el Imperio venía arrastrando desde tiempo atrás: pocas veces un monarca ha personificado más claramente el agotamiento y la disgregación de sus reinos. Se ha tocado fondo.
Pero con el siglo XVIII llegan aires nuevos; aires de renovación venidos de la vecina y pujante Francia. Una nueva dinastía, los Borbones, y una nueva visión política, tomada del modelo francés, inauguran este período de la historia de España. Luis XIV es el director de la nueva orquesta, pero dirige a través de una persona que encama toda la vitalidad y el prestigio de Francia: la Princesa de los Ursinos.
Ana María de la Trémoille será la pieza esencial de la nueva maquinaria, su pulmón y su cerebro; en ella se apoyarán el resto de los actores en los momentos de peligro y de ella emanarán las directrices fundamentales de la Reconstrucción. Su gran personalidad humana y sus dotes políticas la colocan en un puesto muy alto dentro de la compleja e importantísima época que acaba de llamar a las puertas de nuestra Historia.
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Un fabuloso tesoro desaparecido, una orden religiosa a la que se acusa de todo lo malo pero, principalmente, de desviacionismo impío y especulación financiera. El 13 de octubre de 1307 el rey francés Felipe el Hermoso desencadena contra la orden de los Templarios una operación policíaca sin precedentes. ¿Por qué esta brutal decisión? ¿Por ser ellos más ricos que el rey mismo y, como consecuencia, más poderosos? ¿Por desviaciones heréticas?
Lo económico y lo dogmático se entrecruzan. Pero, ¿ha existido en realidad el famoso tesoro de los Templarios?
La ascensión de Cromwell
En una Inglaterra barroca, impía, en donde la futilidad de un Francisco I puede competir perfectamente con la desmesura y las bárbaras truculencias de Enrique VIII, entra en escena un curioso personaje, de nariz roja, y cabellos mal cuidados de color estopa, un hombre cubierto de cuero y de hierro, con una Biblia sobada bajo el brazo: Oliverio Cromwell. Un hombre hecho para la revolución. Sin duda, el primero en la historia moderna.
Hoy se le conoce mal, del mismo modo que se conocen peor aún, esos comienzos del siglo XVII, a los que tendemos a considerar a través de las perspectivas ordenadas por un Descartes, un Pascal, o los alejandrinos de Comeille.
Al espíritu geométrico del clasicismo francés se opone el romanticismo británico: romanticismo, que naturalmente, en esta isla cubierta por las brumas y en plena confusión, relaciones subterráneas con los candentes conflictos de la Reforma y de la guerra de los Treinta Años, nacida allá, muy lejos, en Praga.
El alba del siglo XII supone, sobre todo para Europa, una época estremecedora, llena de guerras y confusión.
Pero van a ser las guerras de religión, de las que Frauda apenas ha logrado salir —el asedio de la Rochela se produce en 1627, y el «edicto de gracia» concedido a los protestantes data de 1629—, las que dominen y marquen esta época con su sello.
La guerra de los Treinta Años —la guerra europea más larga que existió desde la de los Cien Años—, es una guerra de religión nacida del conflicto entre protestantes y católicos en Bohemia. De hecho, en 1622, el Papa Gregorio XV ha creado la Sagrada Congregación para la propagación de la fe y en 1633 es cuando la Inquisición obliga a Galileo a que «abjure» de sus errores...
Ese es el clima general: el de una época en que las creencias, los sectarismos, los fanatismos y la intransigencia, se enfrentan en esta Europa, en donde Inglaterra ocupa, por su propia naturaleza, un sitio especial.
Por razones de orden matrimonial especialmente, Enrique VIII ha llevado a cabo su propia Reforma. Pero se trataba de una reforma sin fe, una reforma de simple comodidad, destinada a facilitar los desbordamientos sensuales del soberano.
Al liberarse de la obediencia frente al Papa, Enrique VIII ha encontrado evidentemente otra ventaja —le orden material también—: el poder sobre el clero y sus bienes.
Así, pues, se trata más bien de una nacionalización (que ha reforzado la singularidad y la insularidad británicas) que de una reforma, y este fracaso en el plano de la fe no ha satisfecho a aquellos que esperaban algo más que un simple cambio de la soberanía, que hacía del rey de Inglaterra el sucesor del papa a la cabeza de una Iglesia cuyos dogmas y ritos siguen siendo casi los mismos que antes.
Estos descontentos, estos frustrados, quieren una depuración de la Iglesia con una verdadera reforma; reciben el nombre de «puritanos». Comienzan a manifestarse a fines del reinado de Isabel. Su credo no sólo es religioso, sino también moral, y el rigor que desean instaurar en el seno de la Iglesia, y especialmente en su culto, lo hacen extensivo a la vida corriente, ya que desean «moralizar» a toda una sociedad, que en la Inglaterra alegre y floreciente de esta época, no se rige por ninguna regla moral.
Los escándalos de la corte de Santiago I y las debilidades del rey por sus «queridos» exasperan a los puritanos, que ven por ejemplo en el hermoso George Villiers, que se ha convertido en el duque de Buckingham, la encarnación misma del demonio.
Para los puritanos, tanto obispos como favoritos pueden ser metidos en el mismo saco. Y lo que es más grave aún, este mundo impío e impuro gravita alrededor del rey que es en cierta forma como su soporte, su punto de apoyo. La crítica alcanza, pues, a la misma realeza.
Sospechoso ya de haber vuelto a adquirir todos los vicios del papado y de Roma, el rey intenta reinar sin hacer caso del Parlamento, rompiendo así el equilibrio rey-Parlamento, en el que está basada la ecuación constitucional de Inglaterra. Con Santiago I, hijo de María Estuardo y rey de Escocia con el nombre de Santiago IV, comienza la larga serie de conflictos entre el rey y el Parlamento, que forma el eje político de la revolución inglesa.
«Me siento asombrado —declara un día Santiago I al embajador de España— de que mis antepasados hayan podido tolerar una institución tal. Al subir al trono me la he encontrado hecha. Por tanto me veo obligado a sufrirla en tanto no me sea posible desembarazarme de ella.»
Disuelto desde 1611, el Parlamento fue reunido de nuevo en 1621, para ser disuelto de nuevo después de un estallido de cólera del rey que rompió con sus manos una hoja del «registro de reclamaciones», en la cual el Parlamento había protestado contra el proyecto de casamiento del heredero del trono con la hija del rey católico, el rey de España... y adversario principal de Inglaterra en esta época. La subida al trono de Carlos I, en 1625, no va a solucionar gran cosa.