Pensaba que cualquier niña tenía algo que decir, lo pensaba a menudo. Cuando no podía dormir me levantaba, cogía mi bolígrafo y me ponía a escribir. Era algo mágico: quería que las palabras fluyeran, que nacieran y salieran, porque ya desde entonces me emocionaba verlas aparecer escritas, como un «para siempre» o el rastro de la lava de un volcán. Me sanaba. Me hacía feliz.
ESTA ES LA HISTORIA DE UNA NIÑA
Mi abuela era hermosa, en plan Sofia Loren, gaditana serrana, morena, joven, cogía algodón en el campo y no sé por qué a mí eso me ha gustado siempre. La gente del campo es buena, creo que no pierden tiempo con tonterías, están más agarrados a la tierra y al sol. Tenía muchos pretendientes, pero era decente y se dejaba querer a la antigua: nunca a solas, cuidando su honra y su reputación. No sabía leer ni escribir y por eso he sentido siempre una gratitud infinita con el universo, creo que ella estaría orgullosa de mí si me pudiera ver, tanto como lo está mi madre. La vida ha sido para nosotras una carrera de relevos. No importa de dónde vengas, lo que importa es lo que logras avanzar. Cada centímetro cuenta cuando te mides contigo misma.
Entra en escena un hombre muy mayor que la está seduciendo con cartas y parece que va en serio. Le saca casi cuarenta años, pero se ve que aquello es normal, o al menos más normal que escribirle cartas a una mujer que no sabe leer. Pienso en eso y me emociona saber de dónde vengo: que yo me dedique a escribir y que ella no pudiera hacerlo. Ese regalo me mantiene ardiendo; la palabra es como una gema del universo y soy testigo y guardiana de algo que comenzó hace tiempo. Estaban enamorados, se querían mucho, le enseñó a leer y a escribir su nombre. No sé cómo fue ese matrimonio ni si valió la pena, pero al ver papeles con su nombre escrito me enternece y me impresiona: Ana. ¡En gloria estés!
Él murió. Al poco tiempo murió ella, de pena, dicen. Dejaron siete niños huérfanos, entre ellos mi madre y mi tío Paco, que son lo mejor de mi infancia. Fuimos una familia rara y enriquecedora, desestructurada y molona; pioneros y aventureros. Ahora sé que cada vez que alguien no quería compartir el ascensor con nosotros o llamaban puta a mi madre a mis espaldas nos hacían más fuertes.
Mi madre era muy joven cuando me tuvo, por eso siempre ha estado abierta a escucharme y me ha dado pie a hacer lo que me diera la gana. Vivía a través de mí, y no he visto a nadie más feliz de tener una hija valiente y alocada. Es tan generosa y tan divertida; le va tan poco el egoísmo... Así, lo raro hubiera sido tener una relación estándar, por eso nunca he sentido autoridad o límites, aunque eso no sea bueno del todo. Creo que ahí está una de las diferencias mías frente a otras mujeres de mi generación, por eso he hecho cosas que, con el tiempo, acaban haciendo otras personas más jóvenes. Todo debe de venir de ahí.
Mi madre nunca me dijo: «Eso no». Cuando venía a buscarme al colegio, tan joven y hermosa, con los calcetines blancos por las rodillas, un chaquetón amarillo de plástico y tacones negros, todo el mundo se reía de ella, pero, para mí, era una diosa. Me sentía feliz por no tener una mamá triste, amargada y mayor, como las otras niñas. Si no me hubiera apoyado, nunca habría querido cantar, nunca habría soñado tanto como yo soñaba. Al no tener nada, me sentía un lienzo en blanco. Cada noche era una nueva oportunidad y ella, que dormía conmigo, me dejaba subir a lo más alto siempre. Te quiero, mamá.
Desde muy temprano en mi adolescencia sentí que tenía mucho dentro, pero no sabía cómo expresarme. Buscaba la manera de comunicarme y escribía poemas, le dejaba notas. La llamaba desde una cabina en no sé dónde y le decía: «Estoy bien». Y ella: «Vale, pero ten cuidadito, por favor». Siempre me dio alas, aunque no sé si es porque se sentía incapaz de cortármelas. Aún recuerdo una puerta que tiré a patadas siendo una niña. Ahí me castigaba sin salir y me volvía loca. No he sido plato de buen gusto, desde luego...
Esa relación entre ella y yo ha sido muy fuerte. Teníamos mucha complicidad. Mi madre ha sido mi todo, la guerrera que ha sido capaz de mover el mundo por mí y también la que me ha hecho reír. Nunca tuvimos dinero, me acuerdo de ir al banco y pensar en engañar al cajero para que no nos reconociera. Trabajaba mucho, pero estábamos siempre sin un duro. Mi relación con el dinero ha sido de amor y odio porque a ella le costó mucho tener algo, y yo he querido dárselo todo, como el hombre de la casa que quiere pagarlo todo, como un buen proveedor: solucionar sus problemas, aliviar sus penas. Mucha responsabilidad. No existe una educación financiera para los que venimos de abajo. Es muy difícil salir del bucle. Aun así cumplí: pagué su casa y le compré un coche. Mis deseos eran que estuviera bien, que disfrutara un poco.
Porque es que el dinero es así de asqueroso
Oprimir, vejar, abusar es trabajo del poderoso
No del todo poderoso
Muchos venden grifa
Tú pagas la tarifa en esta taifa
Lo necesitas, lo deseas porque quieres una casa, quieres esto y lo otro y, la verdad, cuando lo tienes, ¿lo vas a repartir? He vivido así, a cero, con lo justo para el día. Incluso en Cuba he vivido también como cubana, así que sí, he aprendido mi propio valor del dinero.