La poca definición
Primera edición: mayo 2018
ISBN: 9788417382247
ISB N e-book: 9788417483975
© del texto:
Joaquín Munne
© de esta edición:
, 2018
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Cumpleaños feliz
—¡Cumpleaños feliz, cumpleaños feliz, te deseamos todos , cumpleaños feliiiiz! ¡Bie eeeennnnn!
Y allí estaba yo, con una madre eufórica y una ab uela en s illa de r uedas comple tamente ida por el puto Alzheimer, brindando con Trinaranjus y comiéndome a desgana una t arta de trufa con nata , que como mínimo la almor zaría y la ce naría dur ante las próximas dos semanas. Las besé a las dos mientras mi madre me daba con susp ense el re galo que me había comprado, ¡una tablet ! ¡Uauu!, no me lo podía creer. Eso es lo que le dije, a unque yo ya lo sabía p orque llevaba todo el mes recortando los cupones de La Vanguardia . Me hizo mucha ilusión. La agarré del cu ello y la besé con más ganas, ella me separó hacién dose la dura y se puso a recoger los ganchitos y el Trinaranjus superocupada, mientras me decía de esp aldas : «O jalá tu padre estuviera aquí». Yo sabía que eso era el comienzo para la mejor de sus interpretaciones dramáticas y lacrimógenas, y la verdad, no me apetecía mucho; tuve su erte de que mi ab uela empezó a gritar toda poseída, ese tipo de g rito -queja repetitivo. Mi ab uela no h abla , solo cuando no le g usta algo o se enfada su elta gritos irreconocibles como ella , muy de vez en cuando dice alguna palabra y entonces todos flipamos y nos sentimos orgullosos, a unque fuera como la última vez, que le dijo a mi madre que se fuera a la mierda.
Le acaricié el pelo para relaj arla y le dije a mi madre que me la llevaba para la residencia de vu elta . A las s iete les daban la cena y a las ocho los metían en la cama, todos dob lados de m edicación.
Mi ab uela llevaba tres años en la resi y ya era de las más antiguas, antes vivía sola cerca de nosotros, a dos manzanas, en una casa antigua y muy grande, tenía cinco habitaciones con camas de esas viejas que hacen ruido; y techos altos y un comedor enorme donde yo jugaba al fu tbol sin ningún tipo de mi ramientos ni reprim endas por su p arte . Abajo tenía un patio donde tenía gallinas y arriba en el terrado tenía conejos y los pollitos pequeños; tenía un gato y unas tortugas que de pequeño eran mías, pero cuando crecieron mi madre me obligó a sacarlas y se las di a ella . Tenía plantas y tomateras y todo esto en medio de la ciudad, era incre íble , incre íble . Mi ab uela era fu erte y llena de vida, a unque se le había mu erto un hijo con veintiséis años y poco después su marido; estaba llena de vida, pero hace cosa de tres años un día fue a un entierro de una prima en el pu eblo y cuando volvió, ¡chas!, le hizo un clic y se jodió. Empezó a ver a su padre y a vivir en la infancia, no reconocía a nadie y solo preguntaba por su mamá, no comía, se olvidaba de comer y vivía de leche con galletas, las gallinas se morían y la casa olía a mu erto , así que entre mi tío y mi madre se la turnaban en casa , pero eso fue peor, se caía y cuando no se rompía un h ueso , se rompía la cadera. Al f inal la ingresamos en esta residencia de abuelos, al lado de casa , a unque , b ueno , la casa la malvendió mi tío para poder pagar la resi , a unque seguro se sacó un buen pellizco, él es pagès , agricultor, se dedica a la alcachofa, el año pasado estuvo en la Riviera Maya, que yo sepa la alcachofa no da para t anto . Pero, b ueno , eso es otra historia.
Como sé que mi ab uela no va a cenar, me lo tomo con calma empujando la s illa de r uedas , miro los escaparates de las ti endas y le cu ento cosas, no espero ninguna respu esta o r éplica , pero me conformo con que lleve los ojos abiertos. Cuando llegamos al p arque que hay cerca de la resi , me paro un rato , sé que le g usta ver a los niños jugar y a mí me encantan las mamás, siempre hay alguna madre gene rosa que nos enseña alguna teta o le p uedes ver las bragas, es lo que tienen los niños, que te hacen hacer posiciones extrañas, descui dadas y rá pidas , y siempre hay algún guarro como yo, at ento al mo vimiento e spontáneo.
Me doy cu enta de que llevo un rato pillado mirando a una mamá con una falda más c orta de lo no rmal que cura a su hijo de cuclillas, entonces me c orto un poco y miro para otro lado y veo a la Noe, mi vecina, p ersiguiendo a su hijo con el sándwich de N utella . Nos saludamos de lejos con un g esto con la mano y entonces me olvido de mi ab uela , de la mamá con minifalda, de dios y la virgen y empiezo a concén trame con todas mis fuerzas para que se ac erque , que venga a saludarme, a decirme algo, que me feli cite por mi cu mple , que me de dos besos. «¡Venga, ven!». Me acuerdo de que no he pedido deseo de cu mple y dudo en us arlo ahora.
Cuando un niño, mirando a mi ab uela , me pregunta:
—¿ Está muerta?
Yo, por un segundo, me as usto y miro a mi ab uela que se ha quedado traspu esta y le cuelga la baba de color naranja del puto Trinaranjus; la limpio y me doy cu enta de que se nos ha he cho tarde.
La Noe tiene un año menos que yo, siempre ha sido mi vecina, de pequeños jugábamos juntos, más que jugar nos peleábamos, siempre estábamos pel eados , mi ab uela me decía: «Ay, quien se pelea se desea», y yo lo negaba y aún me enfadaba más, la verdad es que tenía razón, pero me jodía que se me notara t anto . Soñaba con ella constan temente , luego nos fuimos separando, fuimos creciendo, ella tuvo su amigos y yo los míos, nos saludábamos en la escalera o so lamente hablábamos del cole , luego vinieron los porros en el po rtal , allí coincidimos alguna vez, pero ella ya iba con otra peña más chunga, en nuestra época maquinera nos cruzábamos por el Chassis, por el Sicodromo o de after en el 8, lo que pasa es que siempre íbamos o muy gi rados o muy pe tados o muy muy; y lo único que nos salía era un «hey, ve cino ». Le perdí el rastro dur ante años, lo único que sabía era por mi madre, decía que estaba en un centro de desintoxicación, vete tú a saber si era verdad y de dónde sacó eso, otra vez escuché que se había ido a Londres. Pero hará cuatro meses volvió al b arrio a casa de sus padres, con un hijo de cuatro años, más mayor, pero i gual de guapa.
Cuando llegamos a la resi , me cae una buena reprimenda por p arte de Amparo, una cuidadora que está hecha un tractor, coge a los ancianos de dos en dos y los lev anta un palmo, pero a mí no me da miedo.
Se le acerca a mi ab uela a un palmo de la cara y le dice:
—¿Qué, Francisca?, ¿ya cenó?
Mi ab uela la mira y lev anta la ceja. Yo estoy por dec irle que mi ab uela tiene Alzheimer, pero que no está sorda, so perra. A veces me cruzo mucho aquí en la resi , es como en todos sitios, hay g ente que vale y otra que no, pero esto es difer ente , te tiene que gustar p orque ellos son personas, están indefensos y dependen de ti, pero la g ente se olvida y al f inal acaba haciendo su trabajo como el que vende churros; el problema no es que v endas churros, el problema es no saber de quién es la chur rería . Quiero decir con esto que se olvidan de que esta es su casa y que ellas y nosotros solo estamos de invi tados o de currantes, que por algo paga n, ¡joder!