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Atwood Margaret - Nada se acaba

Aquí puedes leer online Atwood Margaret - Nada se acaba texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Ciudad: Barcelona, Año: 2015, Editor: Penguin Random House Grupo Editorial España;Lumen, Género: Niños. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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Atwood Margaret Nada se acaba

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Índice

Nacida en 1939 en Ottawa y licenciada por la Universidad de Toronto, Margaret Atwood es una de las escritoras más prestigiosas del panorama internacional. En 2008 fue galardonada con el premio Príncipe de Asturias de las Letras y su nombre ha aparecido a menudo en la lista de candidatos al premio Nobel. Tiene en su haber más de treinta volúmenes de poesía, numerosas colecciones de cuentos y quince novelas, entre las que cabe destacar El cuento de la criada (1983), La novia ladrona (1994), Alias Grace (1996), El asesino ciego –que en 2000 ganó el prestigioso premio Booker–, la colección de ensayos titulada La maldición de Eva y los volúmenes de cuentos Érase una vez y Un día es un día, publicados por Lumen. Ahora se incorpora al catálogo Nada se acaba (1979), una novela que la crítica calificó en su momento de espléndida y que hasta la fecha ha permanecido inédita en lengua castellana.

Título original: Life Before Man

Edición en formato digital: octubre de 2015

© 1979, O. W. Toad Ltd.

© 2015, Penguin Random House Grupo Editorial, S. A. U.

Travessera de Gràcia, 47-49. 08021 Barcelona

© 2015, Miguel Temprano García, por la traducción

Diseño de portada: Penguin Random House Grupo Editorial

Ilustración de portada: © Natalie Foss

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ISBN: 978-84-264-0277-6

Composición digital: M.I. maqueta, S.C.P.

www.megustaleer.com

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Nada se acaba
Margaret Atwood

Traducción de

Miguel Temprano García

Nada se acaba - image 3

www.megustaleerebooks.com

Para G.

En lugar de una parte del organismo, el fósil puede ser un rastro de su presencia, como una huella o una galería fosilizadas. […] Dichos fósiles son nuestra única oportunidad de ver en acción a los animales extinguidos y estudiar su comportamiento, aunque la identificación definitiva solo es posible allí donde el animal ha muerto y se ha fosilizado

B JÖRN K URTÉN , El mundo de los dinosaurios

Mira, te estoy sonriendo, estoy sonriendo en tu interior, estoy sonriendo a través de ti. ¿Cómo voy a estar muerto si aliento en cada temblor de tu mano?

A BRAM T ERTZ (A NDRÉI S INIAVSKI ),

«El carámbano»

Viernes, 29 de octubre de 1976

ELIZABETH

No sé cómo debería vivir. Ni yo ni nadie. Lo único que sé es cómo vivo. Como un caracol sin concha. Y esa no es forma de ganar dinero.

Quiero mi concha, bastante me costó fabricarla. La tienes tú, dondequiera que estés. Te fue fácil quitármela. Quiero una concha como un vestido de lentejuelas, hecha con monedas de plata, centavos y dólares superpuestas como las escamas de un armadillo. Un consolador acorazado. Impermeable; como una gabardina francesa.

Ojalá no tuviese que pensar en ti. Querías impresionarme, pero no estoy impresionada sino asqueada. Ha sido un acto repugnante, infantil y estúpido. Como cuando un crío rompe un muñeco en una rabieta, solo que lo que has roto ha sido tu cabeza, tu propio cuerpo. Querías asegurarte de que no pudiera darme la vuelta en la cama sin sentir ese cuerpo a mi lado, tangible aunque ya no esté allí, igual que una pierna amputada. Desaparecido, aunque todavía duela. Querías que llorase, que me lamentara, que me sentase en una mecedora con un pañuelo ribeteado de negro y sangrara por los ojos. Pero no estoy llorando, estoy enfadada. Tanto que podría matarte. Si no lo hubieses hecho tú.

Elizabeth está tumbada de espaldas, con la ropa puesta y sin arrugas, los zapatos están uno al lado del otro sobre la alfombrilla de la cama, una alfombrilla oval trenzada que compró en Nick Knack hace cuatro años cuando aún le interesaba la decoración de la casa, una alfombra de trapos de solterona auténtica y garantizada. Tiene los brazos en los costados, los pies juntos, los ojos abiertos. Solo ve parte del techo. Una pequeña grieta cruza su campo de visión y se bifurca en otra más pequeña. No ocurrirá nada, nada se abrirá, la grieta no se hará más grande ni se separará, y no pasará nada por ella. Lo único que significa es que el techo necesita una mano de pintura, no este año, sino el próximo. Elizabeth intenta concentrarse en las palabras «el año próximo», pero descubre que no puede.

A la izquierda hay un borrón de luz; si volviese la cabeza vería la ventana, los helechos y la persiana de varillas de bambú a medio enrollar. Después de comer llamó a la oficina y dijo que no iría a trabajar. Lo ha hecho demasiadas veces; necesita su empleo.

No está allí. Se halla en alguna parte entre su cuerpo, que yace tranquilo en la cama sobre la colcha de estampado indio de tigres y flores, con un jersey negro de cuello alto, una falda negra recta, unas bragas malvas, un sujetador beis que se cierra por delante y unos panties de esos que van en huevos de plástico, y el techo con sus grietas finas como un cabello. Se ve a sí misma, un engrosamiento del aire, como albúmina. Lo que sale cuando hierves un huevo y se rompe la cáscara. Conoce el vacío al otro lado del techo, que no es el mismo del tercer piso donde viven los inquilinos. A lo lejos, como un trueno lejano, su hija está haciendo rodar unas canicas por el suelo. El negro vacío absorbe el aire con un silbido suave y apenas audible. Podría absorberla a ella como si fuera humo.

No puede mover los dedos. Piensa en sus manos extendidas junto a sus costados, guantes de goma: piensa en forzar los huesos y la carne para darles forma de mano, un dedo tras otro, como una masa.

A través de la puerta, que ha dejado entreabierta una pulgada por pura costumbre, siempre alerta como el servicio de urgencias de un hospital, incluso ahora aguza el oído por si se oyeran gritos o ruidos de cosas rotas, llega el aroma de la calabaza quemada. Sus hijas han encendido las lamparillas pese a que aún faltan dos días para Halloween. Y ni siquiera ha oscurecido, aunque la luz empieza a disminuir. Les gusta tanto disfrazarse, ponerse máscaras y disfraces y correr por la calle, entre las hojas muertas, llamar a la puerta de desconocidos con sus bolsas de papel. Qué esperanza… Antes le conmovía esa emoción, esa intensa alegría, la planificación que duraba semanas tras la puerta cerrada del dormitorio. Tensaba algo en su interior, algún resorte. Este año están muy lejos. El mudo panel transparente del nido del hospital donde se plantaba y veía abrirse y cerrarse las bocas sonrosadas en los rostros contraídos.

Las ve, y ellas a ella. Saben que algo va mal. Sus modales, su evasión, son tan perfectos que resultan estremecedores.

Han estado observándome. Llevan años observándonos. ¿Por qué no iban a saber hacerlo? Actúan como si todo fuese normal, y tal vez para ellas lo sea. Pronto querrán la cena y yo la prepararé. Bajaré de esta cama, haré la cena y mañana las llevaré a la escuela y luego iré a la oficina. Ese es el orden correcto.

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